Por Juan Sanguino
Cuando hace un año se desveló la identidad detrás de León, el primer concursante desenmascarado de Mask Singer, cuatro millones y medio de espectadores se dividieron en dos grupos: los que no tenían ni la menor idea de quien era esa chica y los que alucinaban con que el programa hubiese conseguido fichar a Georgina Rodríguez, una de las celebridades más inalcanzables de España. La respuesta a esas dos preguntas (Quién es Georgina y cómo ha conseguido ese estatus de celebridad) suelen zanjarse con las mismas cinco palabras: la novia de Cristiano Ronaldo. Pero eso es una simplificación. Hay muchas mujeres cuyas parejas son estrellas del deporte. Georgina ha llegado a ser la española más seguido en Instagram: más de 28 millones de personas están pendientes de cada movimiento que hace. La pregunta pertinente, por tanto, es otra: ¿qué tiene Georgina de especial?
Netflix se ha propuesto resolver el misterio mediante Soy Georgina, un reality show que muestra varios meses de su vida y cuyo estreno está previsto para primeros de año. “Soy Georgina tiene un fuerte componente aspiracional», señala Álvaro Díaz, director de Entretenimiento de Netflix España. “Georgina pasó de vender lujo a que se lo regalen”. Esta fábula de escalada social es tan obvia que ya se había contado antes en mil películas y telenovelas. Una chica de provincias (Rodríguez nació en Buenos Aires en 1994, un año después la familia se trasladó a Murcia y finalmente se estableció en Jaca) a la que poner copas en un pub de Huesca se le quedaba demasiado pequeño para sus ambiciones. “el ballet es un deporte muy caro”, explicó acerca de sus primeras inquietudes artísticas.
“Pero es que, por encima de todo, yo quería salir de Jaca”. En su primera mudanza a Madrid, sin embargo, acabó demasiado lejos de donde ocurre la magia. “Empecé de dependienta en una tienda de ropa en San Sebastián de los Reyes, Massimo Dutti. Muy lejos de donde yo vivía, en Avenida de América”, contó. “Yo quería trabajar en el lujo y comprendí que para eso tenía que hablar inglés. Entonces decidí irme cuatro meses de au pair a Inglaterra. Y al volver a Madrid empecé a trabajar en Gucci”. Allí, en plena milla de oro madrileña, conocería al mejor futbolista del mundo. Las demás dependientas de Gucci levantaron una ceja cuando Cristiano Ronaldo empezó a frecuentar la tienda y a preguntar directamente por “Gio”. Los rumores atrajeron un tipo de revuelo que la marca no deseaba, con paparazzis y curiosos agolpándose en la puerta, y el encargado de la tienda decidió no renovarle el contrato a Georgina. Era demasiado famosa para ser anónima y demasiado anónima para ser famosa. Entonces se retiró para recalibrar sus opciones profesionales. El primer paso fue cerrar su cuenta de Instagram. No quería ser un personaje público.
Luego se lo pensó mejor, reabrió su cuenta y un año después era la mujer española con más seguidores. Ese titular solo hizo que el número creciese aún más, porque todo el mundo quería descubrir a qué venía tanto revuelo. Un enigma que hoy sigue sin respuesta pero acumulando ojos de curiosos. Ahora no se agolpan en la puerta de una tienda, ni siquiera en los quioscos, sino en el único sitio donde se puede ver a Georgina: en Instagram. “La estrategia de Georgina está basada en el control del mensaje”. indica María Bretón. “En un plató de televisión, por muy pactado que esté todo, siempre puede decir algo que no sea adecuado, reaccionar con un mal gesto o recibir una pregunta incómoda”.
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Su estrellato es global. Georgina es, como decía La Veneno, “conosía mundiá”, famosa en los 190 países donde se ve Netflix. España ni siquiera está entre los cinco países donde tiene más seguidores. María Bretón, CEO de la agencia de representación de influencers NickName, ha estudiado la demografía de sus seguidores y señala que el país donde tiene más público es Irán. Tanto, que duplica al segundo, Irak. Le siguen Indonesia, Marruecos y Estados Unidos. La primera ciudad en volumen es Bagdad, lo cual tiene sentido porque es la capital de Irak. Pero en la segunda, Sochi, las cuentas no salen: aunque sea el principal destino turístico de Rusia, la población de Sochi no llega al medio millón de habitantes.
Al principio de su relación con Cristiano algunos programas de televisión como Aquí hay madroño, de Telemadrid, enviaron reporteros a Jaca para investigar su pasado. Pero no encontraron nada noticiable. Con la excepción de la estancia en la cárcel de su padre durante cuatro años y su posterior extradición a Argentina por un delito contra la salud pública (información no revelada por ningún medio español, sino por el Daily Mail británico), la única historia de Georgina que hay es la oficial. La que ella ha querido contar.
Como narradora, ella ha convertido a Cristiano no en un coprotagonista, sino en un “special guest star”. Él es una presencia invisible pero constante a lo largo y ancho del Instagram de Georgina. El yate, el jet y la mansión aparecen mucho más a menudo que el hombre que los ha pagado. Hasta su nombre es más habitual que su cara: cuando Georgina celebra los triunfos de su pareja, refiriéndose a él como “Rey”, “Leyenda” o “CR7”, suele hacerlo con una foto de ella misma o incluso de los niños admirando a papá por televisión.
Georgina sabe que para que las fotos de la pareja sean noticia debe compartirlas con cuentagotas. A finales de octubre, Georgina comunicó que estaba embarazada mediante un retrato con Cristiano y una ecografía de gemelos y ganó casi un millón de seguidores en tres días. Su foto más popular, que supera los cinco millones de “Me gusta”, muestra a la pareja besándose en un yate con la puesta de sol al fondo, una postal de romance tradicional que solo tenía una frase como acompañamiento: “Qué afortunada me siento”. Y funciona como una representación de todo lo que Georgina exhibe en el escaparate de su vida: amor, lujo y felicidad no como elementos independientes, sino directamente relacionados entre sí. Tal y como señala el periodista Alberto Rey, “el caso de Georgina es un Cenicienta tan de manual que la historia se cuenta sin contarla”. Pero este cuento de hadas no acaba con (lo que hasta hace unos años todavía se llamaba) el braguetazo. Esto es solo el comienzo.
Desde el principio Georgina despertó una curiosidad inmediata porque logró, a golpe de fotos familiares, humanizar a un futbolista con fama de robot, de prepotente, de hombre que ocultaba algo o de las tres cosas a la vez. Desde que está con Georgina, no todas las fotos de Ronaldo son de sí mismo. La mayoría sí, pero no todas.
“Cuando era pequeña, no jugaba con Barbies. Tenía un muñequito blanco y otro negro y jugaba con bebés, siempre he tenido mucho feeling con los niños”, ha explicado. Cuando empezó a salir con Georgina, Cristiano esperaba gemelos de un vientre de alquiler, el mismo procedimiento que, según los rumores, utilizó para su primogénito, Cristianinho. A los 22 años se convirtió en madre de cuatro niños. Y ahora, a los 27, está a punto de aumentar la cartilla de familia numerosa con dos más.
Georgina se presenta ante el mundo evocando dos arquetipos femeninos tradicionales: la madre que se queda en casa mientras el padre gana dinero y la esposa que disfruta gastándoselo. Reproduce roles clásicos, aunque pasados por el filtro moderno del triunfo personal y la pornografía del lujo, de madre, esposa, mujer silenciosa, mujer coqueta, mujer cuyo estatus social depende de un hombre y mujer que espera pacientemente a que su novio le pida matrimonio (“Ojalá, pero no depende de mí”, decía en una exclusiva en ¡Hola! y repite, dos años después, en el jet privado durante el tráiler de Soy Georgina). Georgina personifica el formato de femineidad con el que, a pesar de todo, buena parte de la sociedad se sigue sintiendo más cómoda.
Netflix la presenta como “entre otras muchas cosas, modelo, madre, influencer, empresaria, bailarina y pareja de Cristiano Ronaldo”. Aunque se desmarque de la abnegada “mujer de futbolista” de toda la vida, su situación está sometida a los designios profesionales de su pareja: cada vez que él cambia de liga, convirtiéndola en la mejor del mundo, ella coge los bártulos y empieza de cero. En 2018 la familia se trasladó de Madrid a Turín, donde el astro jugó en la Juventus durante tres temporadas, y hace dos meses se mudaron al Reino Unido para que Ronaldo termine su carrera en el equipo que lo convirtió en una estrella, el Manchester United. “Cómo echaba de menos vivir en UK» celebraba ella, como si su experiencia del país fuera a tener, remotamente, algo que ver con los cuatro meses que pasó en Bristol trabajando como niñera en 2015.
De hecho, su mansión de siete millones de euros y 9,3 hectáreas estaba tan aislada del mundanal ruido que a los pocos días de instalarse se despertaron y había un rebaño de ovejas atravesando el terreno. Y como no hay dinero que pueda interponerse en milenios de trashumancia, los Ronaldo tuvieron que mudarse a Cheshire, donde viven en una casa más humilde (de 3,5 millones de euros) con piscina, cine y garaje para solo cuatro coches. Cristiano tendrá que aparcar en la puerta los otros 16 que (se estima que) tiene.
El público quiere boda, primero, por pura curiosidad antropológica: ¿qué clase de boda haría un hombre que tiene en su casa una habitación dedicada a sus zapatillas, con cada ejemplar colocado en una vitrina iluminada por neones? Y luego están los misterios más siniestros, que nadie pregunta (y que Soy Georgina tampoco tiene pinta de responder): ¿en qué consistiría un acuerdo prenupcial entre ellos? Aunque ella se define como la mamá de los cuatro Ronaldos, ¿tendría custodia compartida de los tres mayores, o siquiera derecho a alguna visita ocasional, en caso de divorcio? Pero al fin y al cabo el atractivo de Georgina reside tanto en lo (mucho) que muestra como en lo (muchísimo) que oculta.
Ella misma lo resume en su reality: “Todos saben mi nombre, pero muy pocos saben quién soy”. Sus más de 28 millones de seguidores conocen de memoria su cara, su cuerpo, su armario, sus hijos y cada rincón de su casa (y son muchos rincones), pero, tras cinco años, siguen sin saber quién es Georgina Rodríguez. Qué carácter tiene. Cómo es su sentido del humor. Qué opina respecto a cualquier cosa. Nada. Para muchos el reality supondrá la primera vez que escuchen la voz de una mujer que, por no decir, ni siquiera acostumbra a poner textos debajo de sus fotos. El relato de Georgina ha sido hasta ahora una fotonovela muda. Y no hay lugar para los verbos de acción: el infinitivo más habitual es “tener”. Si La reina Cristina de Suecia, la primera película sonora de Greta Garbo, basó toda su campaña promocional en el eslogan “¡Garbo habla!”, Netflix podría plantearse vender el reality show con un equivalente “¡Georgina habla!”. Hasta Cristiano avanza una fase más en su proceso de volverse humano y accede a hablar sobre ella. Y en esta historia de dos personas que se han convertido en ídolos basándose en su aspecto, en lo que hacen y en lo que tienen, que empiecen a hablar resulta casi tan revolucionario como la llegada del sonido al cine. ¡Instagram habla! ¿Tendrá algo que decir?
En las pocas ocasiones que acompaña sus fotos de un texto, Georgina recurre a los lugares comunes: se declara “Ciudadana del mundo” y acompañó una foto en Venecia con el texto “La Dolce Vita”. Además de mensajes inspiradores como “Sigue tus sueños” o “La felicidad es el sentimiento más preciado para mí, ¿estáis de acuerdo?”, cita a Frida Kahlo (“Vive la vida con quien te dé la vida”), a Teresa de Calcuta (“Quien no vive para servir, no sirve para vivir”) o al papa Francisco (“Ser feliz no es un destino del destino, sino un logro para quien logra viajar dentro de sí mismo”). Y tiene debilidad por los aforismos que juegan con el lenguaje: “Lo que dicen tus ojos lo susurra tu alma” “Vividora de la vida, soñadora de los sueños”, “El último en soñar que apague la Luna”. Ninguna de estas frases, por supuesto, tiene nada que ver con la foto que acompañan, que normalmente consiste en Georgina en solitario, rodeada de opulencia y sentada de manera que ningún ser humano se ha sentado nunca.
Las pocas veces que Georgina se ha salido del dialecto del mínimo común denominador, ha subido el pan. El pan de molde, claro. Lo más parecido a una salida de tono que ha tenido fue cuando en 2018 la criticaron por ir de paseo por Moscú con un top deportivo y unos pantalones de chándal. “Muchas de vosotras no podréis ponerlo porque seguramente estaréis más blandas que el pan Bimbo”, respondió. Tras borrarlo, defendió que “si dejáramos de criticarnos tanto entre mujeres, el mundo iría mejor”. Por supuesto, fue la noticia del día.
Georgina disfruta de un tipo de riqueza muy concreta: esa que permite recorrer todo el mundo sin realmente tener que mezclarse con el mundo. Los paparazzis no la pueden pillar saliendo de casa o cogiendo el ave, de manera que ella es su propia paparazzi y, tal y como describe la asesora de imagen Carie Mercier, “la editora jefe de su propia revista”. Pero esa revista no es del corazón, es de estilo de vida. Y ante esta mentalidad, su familia es un símbolo de triunfo.
“Yo era muy buena trabajando. Vendía mucho y fidelizaba al cliente”, ha explicado Georgina respecto al año que pasó en Gucci. Hoy aplica ese talento al producto que promociona (ella misma): sabe que para conseguir vender algo a un precio alto hay que empezar por hacer que parezca exclusivo. Por eso sus apariciones públicas son tan escasas que, literalmente, se pueden contar con los dedos de las manos. Son ocho. Y cada una adquirió la categoría de evento mediático.\
Gracias a su colaboración con la firma de joyas Chopard, lleva dos años paseándose por las alfombras rojas de los dos festivales de cine más importantes: Cannes y Venecia. En este último posó junto a un Pedro Almodóvar incapaz de disimular que no sabía quién tenía al lado. En 2020 presentó un galardón para Rosalía en los premios MTV celebrados en Sevilla. En 2021 actuó junto a Beret en el festival Starlite de Marbella cantando a dúo Si por mí fuera (la canción de León en Mask Singer). En la Navidad de 2020 ejerció como Reina Maga llevando regalos a los niños del Rastrillo Nuevo Futuro y la reina de verdad, doña Sofía, se lo agradeció con un Christmas que ella compartió orgullosa en Instagram. Sin texto, claro, sino acompañado de tres emoticonos: un corazón, dos manos juntas y una bandera de España. En la sección “Solidaridad” de sus stories, sin embargo, no aparecen imágenes de sus actividades benéficas con Nuevo Futuro sino 10 fotos de la gala benéfica que Starlite celebró en Marbella. En tres de ellas sale junto a su anfitrión, Antonio Banderas.
Su mayor desafío profesional hasta la fecha ha sido el Festival de la Canción de San Remo a principios de 2020, donde Georgina ejerció como una de las 10 presentadoras. En un momento de la gala se acercó al público para darle un ramo de flores a su novio, sentado en primera fila, en una inversión esporádica de los roles tradicionales: Cristiano Ronaldo fue hombre florero por una noche. También pudo demostrar su talento como bailarina marcándose un tango con su compa- ñero, Amadeus (había 10 presentadoras, pero todas acompañadas de un mismo presentador). Lo que no pudo hacer es, tal y como había prometido, mostrar su personalidad. “Lo que realmente deseo es mostrarme por lo que soy, que la gente me descubra. Y no hay mejor lugar que el festival”, advertía antes del certamen. Sin embargo, resulta imposible conocer a la verdadera Georgina si todas sus apariciones son mudas (seis) o guionizadas (las otras dos).
En esta época de rabioso individualismo, en una sociedad más visual que verbal, más emocional que racional y obsesionada con el consumismo, con la belleza y con forrarse a toda costa, la existencia de Georgina Rodríguez representa su parábola más perfecta. Pero para que esa dinámica de aspiración funcione, Georgina debe exultar los significantes del triunfo personal individual (ropa, accesorios, músculos firmes, jets, yates, erotismo, firmas de lujo, felicidad normativa) y vaciarlos de significado (es decir, hablar lo menos posible). Y ejerce como símbolo de una generación que llegó a un mundo de ascensores sociales: para los nacidos en los noventa, la clase social ya no es un conveniente para tener altas ambiciones. Como tantas chicas de su edad, Georgina se comportaba como si fuera rica y famosa sin serlo (y gracias a su descuento de empleada, podía presumir de bolsos de firma). Pero, a diferencia de todas esas chicas, ella acabó consiguiéndolo. Y llevaba tanto tiempo fantaseando con el lujo que para cuando tuvo acceso a la riqueza nadie tuvo que enseñarle cómo gastársela.
En sus redes sociales ha construido una vida perfecta para sí misma en la que no hay espacio para la ironía, para los dobles sentidos o para los temas incómodos. Allí nadie hace preguntas. Lo que se ve es lo que hay. Quizá el secreto del éxito de Georgina no sea el misterio, sino la absoluta falta de él. Y una sociedad que ha perdido el sentido del sarcasmo, tan literal que es incapaz de hacer parodia porque la realidad ya parece paródica, engendra monstruos tan hermosos como Georgina. En una cultura postKardashian, lo que al público le importa es ver cómo la gente se gasta su riqueza, no cómo ha accedido a ella.
Esta Cenicienta no lleva zapatos de cristal, sino tacones de suela roja. O, para volar más cómoda en el jet, deportivas modelo Yeezy. En cualquier caso, todos los logos estarán visibles en las fotos: en la mayoría de imágenes de Georgina el bolso (o los bolsos) están bien a la vista. “La ostentación del lujo, lejos de ser penalizada, se persigue. Ahora hay platós que los influencers alquilan para que sus seguidores crean que se encuentran en el interior de un jet privado”, señala Marita Alonso, quien define el estilo de vida de Georgina como “una mezcla entre Desayuno con diamantes y el 100 montaditos”. Georgina no se viste como una mujer que ha crecido en la abundancia, sino como una chica que tuvo mucho tiempo para imaginar qué haría si fuera rica.
Ese choque entre tener una vida normal y, a la vez, no tener una vida normal en absoluto resulta irresistible para el público. En su segundo vídeo más visto, con 17 millones de reproducciones (una audiencia que ningún programa de televisión podría atraer), aparece cortándole el pelo a Cristiano durante la pandemia. Al fondo se ve un jardín tan grande que parece un bosque y, sin embargo, a la derecha hay un tendedero plegable con ropa colgada: esa mansión tiene una habitación para las zapatillas pero cero habitaciones para la colada. Para celebrar el undécimo cumpleaños de Cristianinho se fueron al Parque de Atracciones como tantas familias españolas. La diferencia es que ellos lo alquilaron entero por un día.
La gente que siempre ha sido rica es más predecible, coherente y monótona. Y por tanto, mucho menos entretenida. Quienes, como Georgina, pertenecen al 1% pero siguen comportándose como el 99%, quienes han alcanzado un nivel de vida elevado pero mantienen un gusto ordinario (el secreto del éxito de fantasías tan populares como My Fair Lady, Pretty Woman o el Instagram de Georgina) sirven para responder a una pregunta que todas las personas de clase media se han preguntado alguna vez (algunas, todas las mañanas): ¿qué haría yo si tuviera mucho dinero? Probable- mente, la gran mayoría haría lo mismo que Georgina. Y eso la convierte en la versión humana de una fantasía colectiva cumplida. ¿Quién no querría quedarse a mirar?
Fuente: revistavanityfair.es