José Gramunt de Moragas Entre los muchos problemas que debe afrontar un alcalde, hay dos que son de primer orden. El pan y el transporte. Los panaderos y choferes muy duros de pelar, cuando se trata de fijar los precios del alimento más modesto y/o del transporte público imprescindible en una gran ciudad.Quienes hemos vivido una guerra y sus consecuencias devastadoras en una larga postguerra, guardamos en nuestras memoria hechos como la cartilla de racionamiento, las colas para comprar un pedazo de pan amarillento hecho con harina de maíz. Sin pan recién horneado en el desayuno, empezabas mal la jornada. Salías a la calle para ir de la casa al trabajo, y no tenías otro medio de locomoción que un destartalado y ruidoso tranvía lleno hasta los topes, con peligro de caerse y romperse la crisma.Aquí mismo, en la ciudad de La Paz, somos víctimas de la progresiva disminución del peso y volumen de la justamente famosa y crocante marraqueta. Ya no son las de antes. Y cuando a los panaderos se les sube la mosca a la nariz, y nos dejan sin marraqueta a la hora de tomar el desayuno, empezó mal la jornada. Peor aún para esos pobres mendicantes que no tienen pan y no pueden esperar que Jesús vuelva y multiplique los panes y los peces. Por cierto, advierto a los acérrimos paceños que la apetitosa marraqueta no la inventaron sus antepasados sino que es hija y nieta de la “baguette” parisina.Dicho esto, y con el propósito de aligerar el pesado ambiente de bronca entre Evo Morales y Sebastián Piñera, por el histórico problema marítimo, así como el constante picoteo de los gallos políticos o los conflictos que anuncia el sindicato de maestros, una vez que se inauguró el año escolar y ya es la hora de interrumpir las clases de cuando en cuando, con “paros movilizados” y otros procedimientos para que los escolares pierdan el tiempo vagueando por las calles, permítanme contarles algunos recuerdos de infancia y juventud.Cuando vivía mi abuelo y presidía la mesa del comedor, después de una breve oración, se ajustaba al cuello almidonado de la camisa una impoluta servilleta blanca, se armaba de un cuchillo de buen tamaño, tomaba en sus manos la hogaza de pan candeal sobre la que trazaba una cruz con el mismo cuchillo, e iba cortando las rebanadas que repartía a cada uno de los comensales. Éstos, por mucho apetito que tuviesen, lo besaban con reverencia casi sacramental. Así empezaban los almuerzos y las cenas. Y cuando se nos caía el pan al suelo, al recogerlo, lo besábamos con reverencia. Esta costumbre piadosa se ha perdido. Aun cuando aún quedan hogares que al sentase a la mesa agradecen al Señor el pan nuestro de cada día, como Jesús nos enseñó.En conclusión, panaderos y choferes tienen una especial obligación de comportarse como ciudadanos atentos a las necesidades esenciales del pan y del transporte. Se sobrentiende que los panaderos tienen harina a precio razonable y que los choferes han podido evitar el hachazo del gasolinazo.El Gobierno deberá tener buen cuidado en procurar que no repitan, ni la escasez de harina ni el alto encarecimiento de los carburantes. Lamento no tener una solución para estos y otros problemas. Que los resuelva Don Evo que para eso cuenta con abogados que estudiaron. Con tal de que esos abogados no trabajen para la red de corrupción y extorsión. Nótese que se puede extorsionar con el pan y los carburantes…ANF