Resignación a la boliviana


Karen Arauzkaren-arauzLos bolivianos somos algo así como, estoicos. Y la diferencia entre buenudos y lo otro, es imperceptible. Tenemos una inmensa capacidad de aguante y nos resulta natural ser víctimas de abusos, malos tratos y perversa y mentirosa propaganda. Los constantes accidentes en las carreteras (si se pueden denominar tal cosa a la de los Yungas por ejemplo), movilizó al gobierno para -cuándo no- hacer una compra millonaria de GPS que en dos mil unidades, supondrá el fin de esos acontecimientos tan dolorosos y constantes. El Ministro Romero, con recién adquirida maestría demostró las bondades de los artefactos, hasta dos días más tarde cuando se accidentaron dos nuevos buses, quedando claro que los choferes, tienen un túnel de aire en la conciencia y en los oídos. No hay tecnología que valga sin algo de educación y respeto hacia los demás. El vice Pérez, dio en el blanco de cómo somos los bolivianos. Ante la consulta de un medio televisivo que si por ejemplo, poner un efectivo policial en cada bus sería suficiente para brindar seguridad definitiva, obtuvo como respuesta una pinturita: «yo señor periodista, quisiera que mi hijo estudie en Harvard pero no hay cómo. Usted por ejemplo, seguramente querría estar trabajando en CNN o alguna cadena similar…pero así es nuestra realidad». O sea, a resignarse. A vivir inmersos en la mediocridad es lo que nos toca. Y nada de quejas. Hay un sentido de la autoridad que es casi patológica que confirma la regla de lo poco que valemos. El sargento de hoy, golpea, patea y maltrata al soldado recién ingresado en afán revanchista y de establecer con claridad, quién es el que manda. Pero así es nuestra realidad, ni modo.El chofer al mando de un bus siente que ejercer su «autoridad» es su privilegio. Hace unos pocos años, viví la experiencia de viajar en un irónicamente denominado «bus cama de lujo» de Santa Cruz a La Paz. Mis circunstanciales compañeros de viaje, aún deben recordar a esta señora rarísima que no paró de pelear con el chofer del bus. Sin entrar en detalles en términos de confort y limpieza, tengo que admitir que fue una experiencia rayana en los kafkiano. Al salir de la bimodal de Santa Cruz, todo parecía en orden. Duró 300 metros. En una primera parada (habrían varias a lo largo de la ruta) una cantidad impensable de cajas y maletas, fueron introducidos en el «buzón» del bus, en una maniobra envidiable de rapidez y organización. Varias personas como pasajeros extras, se acomodaron en las gradas o a los costados del asiento del chofer. Saliendo de la zona urbana, la velocidad empezó a ponerme los nervios de punta. En esa ocasión, lo que aún no sabía que así se llamaría, ejercité mi control social propio. Abandoné mi asiento en incontables oportunidades, reconviniendo al chofer sobre lo peligroso de esa velocidad en una carretera que la ABC considera perfectamente mantenida pero donde los baches y la absoluta falta de señalización, impiden bajar los altos niveles de riesgo y… susto.En varias oportunidades, amenacé al chofer con expelerlo por la ventana si no dejaba de jugar a las carreritas y a probar si más gallina es el que venía de frente o él mismo. El pasaje del bus -los que no durmieron plácidamente todo el trayecto- nunca, ninguno, se animó a secundarme en mis exigencias. Sólo me miraban como a una enajenada. Deberían estarme agradecidos que pese al mejor esfuerzo del chofer, llegaron vivos a La Paz. La cantidad de improperios que recibí del «capitán de la nave», me recordó la única y última ocasión que me aventuré a ir a la Bombonera en un clásico Boca-River. Inmutable, continué en mi tarea de llegar a mis destino entera y de paso, con mis compañeros de viaje. Y cuando en una de las «trancas» me animé a comentar con el policía a cargo sobre la conducta del chofer, solo recibí una mirada vacía, en una clara demostración que eso no entraba en su esquema mental.¿Qué hace que los bolivianos no nos atrevamos a reclamar? ¿Cuál es la razón por la que creemos que todo lo malo que nos pasa es porque nos lo merecemos? Si en un restaurant alguien se anima a reclamar por un vino agriado, un pollo semi crudo, un bife con cadaverina o un pelo en la sopa, es observado por el resto como un extraterrestre. Cierta condena social se siente en el ambiente. Sólo un rayado puede exigir la presencia del gerente para formalizar su reclamo. ¿Es que nuestros niveles de autoestima son tan bajos que no nos permitimos reclamar y por último exigir un servicio acorde a los que estamos pagando? Y no es sólo cuando de servicio se trata. Justamente en este momento estoy experimentando de cerca, la frustración y amargura de una humilde familia cuyo hijo menor está cumpliendo su servicio militar y de quién no tienen la más mínima información o si es que ha sido destinado en algún otro distrito del país. No hallan una sola respuesta. Sólo mal trato de los uniformados en la puerta del cuartel donde lo dejaron. Otra vez, la autoridad, así sea el soldado que funge de portero. ¿Qué ha cambiado? ¿No estamos acaso en una nueva Bolivia donde se respeta a todos sin importar su condición social, su raza o su estatus económico? La resignación de los bolivianos tiene ribetes dramáticos y a veces vergonzosos. ¿Quién fue que sentenció que sobre las espaldas de los bolivianos se pueden sembrar nabos?


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