Bolivia vive una bonanza histórica debida a los altos precios internacionales de las materias primas, fenómeno sólo comparable a otros auges extraordinarios vividos en su pasado, como los de la plata, el estaño y la goma. Pero como en esos casos, la actual lluvia de dinero no será eterna.
Según varios analistas, la burbuja económica del gas boliviano comenzará a pincharse en el 2015 y el ciclo descendente tocará fondo en el 2026.
Al margen de tratarse de un recurso no renovable, que inevitablemente se ha de acabar, el asunto se ve agravado por la parálisis en la exploración de hidrocarburos en los últimos años, a raíz de la inestabilidad en la legislación del rubro.
Antes de la llegada de Evo Morales al poder se esbozaban dos tesis: la de sus críticos, que preveían una fuga de las empresas petroleras si se procedía con la agenda estatizadora, y la de sus partidarios, que afirmaban que nada sucedería.
Finalmente, la realidad discurrió por un carril intermedio: las empresas no se fueron pero quedaron paralizadas debido al nuevo esquema dirigista.
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Ahora, luego de siete años de congelamiento, el gobierno pretende reactivar tardíamente el tema mediante una inversión de 2.243 millones de dólares, de los cuales apenas 286 serán destinados a exploración.
La cifra anunciada ha sido valorada como muy insuficiente por los expertos, que adelantan un déficit de gas y líquidos en pocos años más.
Se avizora a mediano plazo una merma en la bonanza, ante la cual urgen dos cosas: abrir las puertas a la exploración privada y administrar mejor la renta hidrocarburífera actual, que debería ir más a educación, ciencia y tecnología, y menos al gasto superfluo que representan los aviones y palacios presidenciales…