De Somoza a Belcebú


Censos para sonsos – eju.tv

 

Que no quepa la menor duda que  la dinastía de los Somoza en Nicaragua, iniciada por Anastasio Somoza García a mediados del siglo XX, marcó uno de los procesos dictatoriales más   absolutistas de la época, con una duración de casi 40 años, gracias al decidido apoyo de los EE.UU., plasmado en la invitación que el presidente Franklin D. Roosevelt le hiciera en 1939, recibiéndolo en persona en la estación ferroviaria de Washington, junto a una extraordinaria comitiva compuesta por el  vicepresidente, el presidente de la Corte Suprema, el gabinete presidencial en pleno, y  una parada militar de honor con más de mil efectivos, al margen de la cual, se le permitió dirigirse a la Cámara Alta del Congreso donde dirigió un discurso.



Dichas inusuales expresiones de honor y estima fueron correspondidas por Somoza con oportuno agradecimiento al hacer que Nicaragua sea el primer país en declarar la guerra contra las potencias del Eje, aún antes de los EE.UU., a raíz del ataque japonés a la flota norteamericana en Pearl Harbor, ese 7 de diciembre de 1941. Sin embargo, como “toda gloria es pasajera”, frase que los romanos solían hacer repetir en los oídos de sus generales cuando les rendían homenaje por sus victorias al ingresar a Roma, un poeta opositor, de nombre Rigoberto López Pérez  acabó con la gloria de Somoza, un viernes 21 de septiembre de 1956, al descerrajarle cinco balazos. 

Curiosamente, la violenta muerte del dictador demostró que éste no debió ser tan mal sujeto, al menos para la iglesia nicaragüense, dado que el mismo Papa Pío XII manifestó su dolor, enviando a la viuda sus más sentidas condolencias, al igual que el presidente estadounidense Dwight Eisenhower, la reina Isabel II de Inglaterra y, por supuesto, la de todos aquellos autócratas que comulgaban con la misma línea liberal que la del occiso. A partir de ese luctuoso hecho, la duración de la dictadura se extendió por casi dos décadas más, a cargo de sus dos hijos, Luis y Anastasio, que lo sucedieron en la presidencia. 

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Entre los actos administrativos destacados de Somoza, está la modernización de esa Nicaragua feudal de los siglos IXX y XX, en infraestructura y vivienda, no pudiendo concretar su famoso proyecto de construir el canal bioceánico o, al menos una carretera hacia la Costa Atlántica, por el extraño rechazo de EE.UU. fundado, quizás, para evitar una insulsa competencia con el Canal de Panamá, especialmente cuando iban aflorando movimientos comunistoides en la región.

Ahora bien, luego de este breve pantallazo que  dimos sobre la dinastía Somoza, calificada como una cruel y despiadada dictadura, ahora es necesario referirnos a la cavernaria tiranía que la familia Ortega está ejerciendo en esa nación, bajo la misma línea política de sus cómplices cubanos, venezolanos y aquellos que se negaron o abstuvieron de condenar a dicho régimen, en la última sesión de la OEA.

Hace apenas unas horas, nos enteramos de que fuerzas policiales de Ortega y de su  maléfica esposa, irrumpieron en el Episcopado de Matagalpa y se llevaron al obispo de esa región, Rolando Álvarez, preso junto con ocho personas que lo acompañaban, en una flagrante y sacrílega  persecución contra la Iglesia Católica.

Sensiblemente, en un llamamiento al final del rezo del ángelus en la Plaza de San Pedro, el papa Francisco no hizo referencia al arresto del prelado, lo cual da pábulo a creer que los maleficios de la bruja vicepresidencial nicaragüense son más eficaces que las tibias preocupaciones papales y, por tanto, Nicaragua está cada vez más lejos de los Somoza, pero muy cerca del apocalipsis de Belcebú.

Álvaro Riveros Tejada