La diputada disidente Rebeca Delgado acaba de acusar a Álvaro García Linera de imponer una “política del Terror al interior del MAS”.
Curiosamente, los dichos de la parlamentaria coinciden con la visión que parece tener de sí mismo el propio vicepresidente, quien se definió como “el último jacobino” y declaró su admiración por Maximilano Robespierre, conductor del Terror durante la revolución francesa.
Dicho periodo se caracterizó por la persecución despiadada, primero de los opositores girondinos (federalistas) y luego de los disidentes en las propias filas jacobinas.
Esa última fase (la persecución interna) fue precisamente el comienzo del fin para Robespierre, ya que sembró incertidumbre entre los militantes del partido revolucionario, quienes acabaron con el problema sometiendo al déspota a su propia medicina: la guillotina.
Como los tiempos cambian, ahora la guillotina es el Órgano Judicial teledirigido desde el gobierno, así como la maquinaria descalificatoria de los medios de prensa del Estado.
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El vice, alias “Qananchiri” por su nombre de guerra en el terrorista EGTK, también se ha despachado contra la clase media, a la que tildó de “poco disciplinada” y “siempre anárquica”.
Con su talante autoritario, García Linera podría estar creando las condiciones para su propio fin político a mediano plazo, al sembrar los vientos de la rebelión interna, que incluso llegan a un ala del núcleo duro cocalero del MAS, las “Bartolinas”…