(VER VIDEO) Don Nico vive y trabaja en el cementerio San Cayetano, ubicado la zona Virgen de Luján, hace 5 años. Después del llanto de los familiares en el entierro, la mayoría no vuelve. Lo sabe por los nichos descuidados. Ha visto resto de animales, velas y muñecos en el camposanto.
Elizabeth La Fuente
Fuente: El Deber
Nicolás Zabala Rivero (62) antes de ser sepulturero solo era albañil. Llegó al cementerio San Cayetano, ubicado en el barrio que lleva el mismo nombre en la zona Virgen de Luján, cuando falleció su esposa Maria Angélica Cruz Bernabet en noviembre de 2017. Él mismo construyó el nicho donde ahora descansan sus restos, así como también el que está arriba de su tumba donde ha pedido a su único hijo que lo entierre.
Fue el administrador de turno, Don Pepe lo recuerda con cariño, que le pidió que construya un espacio para que sea el casero del nuevo camposanto que no contaba con muchos mausoleos en aquel momento. Desde entonces han pasado casi cinco años, tiempo en el que tuvo que aprender a lidiar con la muerte, el dolor de sus familiares y de las prácticas de rituales de hechicería.
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¿Es difícil ser sepulturero? No, responde de una. Al comienzo, continúa, por el temor de los espíritus pero no he escuchado ni he visto nada. Ya me acostumbre al dolor. Al principio enterraba entre una o dos personas por mes cuando el cementerio no era conocido, ahora a diario llegan entre dos o tres personas. Hoy vienen dos, con la naturalidad de la rutina de un día normal de trabajo.
“La gente llora, inclusive hay gente que viene y hace su show, se quieren tirar al pozo, no lo dejan trabajar a uno y después no vienen más. Hay problemas en Todo Santos, aparecen los familiares a velar y ya no es su muerto porque no saben dónde esta. Lo entierran y se olvidan, ni una flor le ponen, pero no son todos”, dice don Nico, así lo llaman con respeto y cariño los albañiles con los que trabaja y quienes lo tratan a diario.
Para este viudo, padre y recientemente abuelo, el entierro de un joven bachiller de la zona lo hizo lagrimear y cuando cuenta lo que sucedió muestra cómo se dio modos para secarse las lágrimas en pleno trabajo. “Vinieron todos sus compañeros, tengo un hijo, imagínese perderlo. Ya perdí a mi esposa. Llegaron en la tarde con su banda, él era de la banda, 17 años tenia. Sus compañeros llorando. Me partió el alma, yo que estoy duro en esto, pero me conmovió mucho”.
Su oficio le ha permitido ser testigo de prácticas de lo que comúnmente se conoce cómo brujerías. Ha visto gallinas muertas, muñecos con alfileres y velas negras y rojas con bebidas alcohólicas y restos de animales (corazón y carne cruda). Se dan modos para ingresar al cementerio, con bolsas o mochilas, de día o de noche, algunos se animan a saltar la malla, pese a que está prohibido. Pero si se topan con don Nico, no los deja ingresar. Anoche (domingo, 9 de octubre), cuenta, llegó un joven y no permití que ingrese. Según su experiencia, no van a rezar a esa hora. Y cuando ponen música fuerte y consumen bebidas alcohólicas, se les acerca y les pide que se retiren.
En el cementerio San Cayetano, además de don Nico, trabajan seis albañiles, que cavan los pozos y tapan los nichos. Por “una cavada” (hacer un pozo para que entre el féretro) cobran Bs 300 y por tapar un nicho Bs 200.
Durante la pandemia se habilitó un espacio para los fallecidos por Covid-19 pese a que en primera ola los vecinos de la zona se oponían. Los precios subieron. “Los ayoreos, que son dueños de una manzana, comenzaron a recibirlos. Agarraban los cajones sin camisas y los metían, ni uno se enfermo”, rememora.
Fueron meses duros para don Nico, quien se enfermó y se curó con brebajes naturales. Ahora está protegido con tres dosis de la vacuna anticovid.
Se confiesa católico, por eso cree que hasta el momento no le pasado nada en el cementerio, que es parte de su casa, y cuando le toque partir será su morada definitiva junto a quien fue su compañera, su madre y el resto de sus descendientes.