Veja de esta semana muestra que el representante boliviano asumió el cargo diplomático hace un año con la misión expresa de hacer frente a las denuncias contra los narcofuncionarios
Duda Teixeira
El motivo primordial de la persecución política que llevó al senador Roger Pinto Molina a pedir asilo en la embajada de Brasil en La Paz fue un dossier que él entregó en Palacio Quemado, sede del Ejecutivo boliviano, en marzo de 2011.
El paquete tenía copias de informes escritos por agentes de inteligencia de la Policía boliviana en los que se desnudaba la participación de miembros del partido del presidente Evo Morales, el Movimiento Al Socialismo (MAS), y de funcionarios de alto escalafón del gobierno en el narcotráfico.
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Algunos de esos documentos posteriormente también fueron obtenidos por Veja y sirvieron de base para el reportaje “La República de la Cocaína”, del 11 de julio de 2012. En ellos se afirma que el actual ministro de la presidencia de Bolivia, Juan Ramón Quintana, y la ex modelo Jessica Jordan entraron en la cada del narcotraficante brasileño Maximiliano Dorado, en Santa Cruz de la Sierra, el día 18 de noviembre de 2010. Los dos salieron cada uno con maletas tipo 007.
La intención del senador hoy refugiado en Brasil era que el presidente mandase investigar las denuncias, y así contribuyese al combate a la industria de la pasta de coca -materia prima contrabandeada al Brasil para la producción de cocaína y crack- y la red de corrupción ligada a ella.
Ningún sospechoso fue interrogado. En vez de eso, Morales inició la persecución al senador Pinto Molina y nombró para el puesto de embajador en Brasil al abogado Jerjes Justiniano, que asumió hace un año con la misión expresa de hacer frente a las denuncias contra los narcofuncionarios de Bolivia.
Morales podría haber escogido a alguien menos comprometido con el asunto para desempeñar ese trabajo. El hijo del embajador, el también abogado Jerjes Justiniano Atalá, tiene entre sus mayores clientes justamente a funcionarios de gobierno acusados de narcotráfico. Peor que eso. Atalá, que en el pasado compartió su bufete con el padre, fue abogado del americano Jacob Ostreicher, que invirtió 25 millones de dólares en plantaciones de arroz en Bolivia en sociedad con la colombiana Claudia Liliana Rodríguez, socia y mujer de Maximiliano Dorado.
Resumiendo la historia: el hijo del embajador defendió al socio de la mujer del narcotraficante brasileño, aquel que recibió en su casa al ministro denunciado por Pinto Molina. Se trata, como mínimo, de una coincidencia vergonzosa para el papel que Justiniano vino a desempeñar al Brasil.
Igualmente vergonzoso es un video de cuatro minutos que muestra al embajador visitando la fábrica del narcotraficante italiano Darío Tragni, en Santa Cruz de la Sierra, a inicios del 2010. En la ocasión, Justiniano era candidato a la Gobernación de Santa Cruz por el partido del presidente Morales. Fue derrotado en la elección, que ocurrió en abril.
En el tour por la fábrica de madera Sotra, Justiniano recorrió las dependencias del local ciceroneado por un Tragni hablador e inquieto. “Esta es una de las máquinas más productivas de América Latina”, dijo Tragni, apuntando a uno de sus equipos.
Justiniano preguntó: “¿Están exportando para dónde?”. El italiano respondió orgulloso que para España, Italia, Estados Unidos y Alemania. Participó también de la visita amigable Carlos Romero, actual ministro de gobierno de Bolivia y responsable por la seguridad interna del país.
Lo increíble de este episodio es que pocos meses antes, en noviembre de 2009, la Policía encontró en Sotra diversos recipientes con cocaína, sumando 2,4 kilos. En el cuarto de Tragni fueron encontrados una balanza y un licuidificador con vestigios de cocaína. Uno de los conocidos medios para transportar drogas usado por los traficantes bolivianos es esconderlas dentro de compensados de madera para exportación.
En octubre del año pasado, el actor norteamericano Sean Penn fue nombrado por Morales como embajador mundial de la coca. No hacía falta. Bolivia ya tiene a Jerjes Justiniano despachando en Brasilia.
Veja – Brasil
Traducción: eju.tv