Sincretismo transgresor

Karen Arauz

karen-arauz La llegada del Papa Francisco está oxigenando a la Iglesia Católica lo que abre la posibilidad de enfrentar temas hasta ahora tabú en la vetusta institución. Si Francisco se lanza con revolucionarias posiciones sobre las relaciones homosexuales y aborto con tan distendido tono, impulsa a introducir la noción de que la Iglesia de una buena vez, debe admitir que hay sumas que restan.

El sincretismo andino -específicamente en Bolivia- se ha convertido en una relación de beneficio mutuo entre las partes. La palabra siempre respetada de la curia, guarda silencio -casi cómplice-, en relación a las consecuencias de las festividades religiosas católicas unidas a las vernaculares costumbres y su cosmovisión. Cientos de miles de bailarines, so pretexto de rendir culto u homenajear a un increíble número de Vírgenes, realizan babilónicas fiestas, que dan como resultado un movimiento económico enorme (que no es lo peor aunque sufran necesidades básicas el resto del año) pero sobre todo, un desenfrenado consumo de alcohol, que ya para nadie está oculto, es la madre de todas las atrocidades que día a día golpean a las familias bolivianas.



Las festividades religiosas desde esa perspectiva, poco o nada tienen que ver con la fe. Mujeres maltratadas, niños abandonados y vejados no parece ser precisamente el mensaje de religiosidad que la Iglesia podría estar interesada en estimular. El alcohol consumido en insólitas cantidades y dudosas calidades, deja en la proximidad de los templos a personas en total estado de intoxicación, al extremo que usualmente, termina en el levantamiento de un cadáver por parte de la policía o el trasladado a un hospital para su desintoxicación, quitando tiempo y recursos para verdaderos enfermos y no simples ebrios. Pero siendo inadmisible, esa es la parte que menos conmociona.

Niños calcinados o muertos por inhalación de gases tóxicos, encerrados solos, sin posibilidad de escape, es una noticia recurrente luego de estas festividades. Lamentablemente cada vez son más las madres que perdiendo hasta el instinto animal de protección a sus cachorros, abandonan a sus bebés en manos del hermano mayor de aproximadamente, seis años. Padres enajenados mentalmente que retornan a su casa para propinar a sus hijos tremendas golpizas o sometiéndolos a vejaciones sexuales, usan como coartada a sus crímenes, su estado de ebriedad.

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Es comprensible que la Iglesia mire para otro lado. Aunque a veces parece una competencia de qué fiesta y cuál parroquia se lleva el premio mayor. En esta época de escasa seguridad ciudadana, es común ver a los pasantes y fraternos luciendo esplendorosas joyas, custodiados por guardias de seguridad privada a lo largo del recorrido y los tres días de festejos posteriores. Estamos llegando a niveles de irracionalidad tal, que la vida no vale nada comparado con un topo de oro y perlas o un sombrero de fieltro.

Pero hasta lo comprensible tiene que tener un límite. Los excesos que se cometen en virtud a las demostraciones de fe y adhesión, no merece -hasta donde se sabe- una sesuda reunión de obispos que proponga modos de, al menos, no prohijar estos desmanes. La evangelización como Cristo la deseó, señores, ha fracasado.

El alcoholismo que degrada a nuestra sociedad, está definitivamente ligada a las violaciones. Sobre el tapete de la discusión impostergable, se encuentra la necesidad de soluciones urgentes. Se habla con gran ligereza de la castración química, cuando la ciencia sabe que no es una solución definitiva, y que en un país como el nuestro, donde las medidas drásticas duran un par de semanas, esta no es una alternativa. La castración química, requiere de una serie de dosis que cuestan mucho dinero y que deben estar rigurosamente controladas para que surta los efectos deseados. Por otra parte, si la aplicación de los químicos inhibidores es administrada por una sola vez, en seis meses tendremos de vuelta al depredador, más sañudo que antes por la abstinencia a la que se lo obligó.

Es claro que todo está en el cerebro. El cerebro reptiliano, parte del primer estadio de la formación de reptil en mamífero y luego en ser humano, es quien dicta los instintos y subyace en el fondo del cerebro, en algunos, menos profundamente que en otros seres racionales. Es así que el problema permanece en el fondo del cerebro, lo que no refrenaría los bajos instintos y pensar en un régimen penitenciario que pueda cumplir con los protocolos de administración de químicos, es ciencia ficción.

Pareciera que estamos en un período de involución, donde lo primitivo es lo que prevalece. Habrá que esforzarse en volver a los principios, a los valores familiares, a coartar entre todos el consumo de alcohol hasta extremos de locura, y en esta responsabilidad compartida ¿qué tal si la iglesia se niega a prestarse a ser instrumento de estos fieles que se tornan irresponsables y criminales en sus atrios? El momento de hablar las cosas tal cual son, ha llegado de la mano de un Papa que enfrenta como nadie, los tiempos y la realidad.