La interrogante es si nuestros países están siendo conformistas, asintiendo un rol de proveedor de materiales sin atender con el suficiente cuidado y con responsabilidad el futuro de los salares altoandinos.
Fuente: paginasiete.bo
Desde hace algunos años se viene impulsando, a nivel global, la transición del uso de energías basadas en fuentes fósiles, como el carbón y el petróleo, hacia energías renovables y alternativas, como la eólica y la solar. Este proceso se ha denominado transición energética o descarbonización, pues tiene el objetivo de modificar la matriz energética mundial, con base en tecnologías de emisión “cero carbono”.
La transición energética requiere de una nueva infraestructura de producción, consumo y distribución de energía, que no podrá sostenerse si no se cuenta con una tecnología apropiada de almacenamiento de energía.
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En este escenario, el litio, el metal más liviano del planeta, cobra protagonismo central, conjuntamente con otros “minerales estratégicos” como el cobalto, el níquel y el manganeso.
El litio será un material indispensable en esta suerte de “revolución”. Se estima que al 2030 la demanda de este metal superará los tres millones de toneladas por año. Actualmente, cada año se producen más de 700 mil toneladas a nivel mundial, de las cuales el 46% proviene de mineral de roca en Australia y 34% del litio de salmuera de Argentina y Chile.
Por su parte, Bolivia no aparece aún en las estadísticas mundiales de producción de este metal, pero la empresa pública Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB) reporta una producción de 600 toneladas en 2022, que representa el 0,085% de la producción de sales de litio en el mundo.
Los salares se ubican en depresiones de cuencas cerradas, que se denominan endorreicas. Hoy en día podemos observar en la cordillera de los Andes estas extensas superficies de costras salinas, que conforman paisajes impresionantes rodeados de cadenas de volcanes.
Los salares altoandinos, como es el caso, por ejemplo, del salar de Thunupa, más conocido como Salar de Uyuni (Bolivia), el Salar de Atacama (Chile) y el Salar de Hombre Muerto (Argentina), forman parte de ecosistemas complejos de puna y desierto. Estas inmensas planicies no son realmente homogéneas, en su interior existen espacios que conforman verdaderos oasis, con especies adaptadas a las condiciones extremas de aridez, radiación solar, salinidad y temperatura, como es el caso de los cactus columnares (Echinopsis atacamensis), son únicos en el mundo, crecen a razón de 6 a 8 cm por año y pueden vivir más de 400 años.
Esta salmuera se compone de agua y sales disueltas de distinta naturaleza, como el litio, el sodio, el potasio, el azufre, el magnesio, el boro, entre tantas otras. La concentración de estas sales tiene grandes variaciones, incluso dentro de un mismo salar.
Por ejemplo, en el Salar de Uyuni las concentraciones de litio pueden variar entre los 4 y 0,4 gramos por litro. La mayor concentración se encuentra en el delta del río Grande de Los Lípez, donde se encuentra instalada la planta boliviana de extracción de sales, siendo baja su concentración en el resto del salar. Estas sales se han depositado muy lentamente en los salares; fueron y continúan siendo transportadas por el flujo de agua en la cuenca, desde la parte alta en la faja volcánica, en una escala de tiempo geológica.
Industrializar el litio
¿Qué hacemos con el litio? Por ahora, el litio de los salares de Argentina, Bolivia y Chile es clave para el futuro de la transición energética global. De manera conjunta, los tres países conforman el 62% de los recursos de litio conocidos a nivel mundial. Esto ha llevado a un exorbitante interés y crecimiento de las inversiones en extracción de sales de litio en todo este espacio geográfico, que desde hace un tiempo se viene conociendo como “el triángulo del litio”.
Si bien la actividad minera es de larga data en el desierto de Atacama (Chile) o Los Lípez (Bolivia), la fiebre mundial por el litio ha expandido, desde hace un par de décadas y de forma notoria, la magnitud y número de operaciones mineras en toda esta región.
En Argentina hay más de 23 proyectos de minería del litio, en distintas fases de avance, en distintos salares de la puna. Las dos empresas privadas que operan en Chile prevén una expansión importante de la producción de sales en el salar de Atacama, aquí, estudios recientes reportan que entre 1997 y 2017 estas instalaciones se han más que cuadruplicado.
Por su parte, Bolivia, a través de una empresa pública, proyecta la operación de una planta industrial desde 2023, en el salar de Uyuni, además de otros proyectos de extracción de sales en los salares de Coipasa y Pastos Grandes. Este escenario de fiebre del litio se exacerba por la presión de la demanda mundial de estas sales. El precio ha crecido desde alrededor de 6.000 dólares por tonelada de carbonato de litio, en 2008, a un récord histórico de 83.700 dólares en noviembre de 2022.
Este parecería un escenario propicio para acceder a un desarrollo de una industria promisoria, vinculada además a una transición energética de carácter “ecológica” o “verde”, que promete la reducción de las emisiones de dióxido de carbono a nivel mundial. No obstante, el rol estratégico de este “triángulo” para la descarbonización a nivel global queda en entredicho cuando se realiza una evaluación más profunda de las implicaciones sociales, culturales y ambientales de estos procesos extractivos en los territorios fuente de estos recursos naturales, en este caso, los salares altoandinos.
Técnicas
La extracción de litio de salmuera consiste en la remoción de la costra salina del mismo salar para la instalación de piscinas o pozas de alrededor de 1,5 metros de profundidad, donde se deposita el agua de salmuera que es bombeada desde el interior del salar. El proceso de obtención de sales se basa en la evaporación de al menos 95% de esta agua dispuesta en las piscinas expuestas al sol, de modo que se vayan concentrando paulatinamente las sales de interés comercial, para la posterior obtención del carbonato de litio y el subproducto cloruro de potasio, en plantas de procesamiento.
Para tener una idea de la escala de las piscinas de evaporación utilicemos dos ejemplos:
SQM, una de las empresas que trabaja en la extracción de sales en el salar de Atacama, construyó algo más de 1.700 hectáreas de piscinas, lo que equivale a 2.430 canchas de fútbol. Por su parte, la empresa pública boliviana YLB, que opera en el salar de Uyuni, proyecta la construcción de 2.600 hectáreas de piscinas (ya avanzadas más de 600), que equivale a la superficie de la mitad de Laguna Colorada, la laguna más extensa del suroeste boliviano.
La técnica de evaporación es barata, pues la energía proviene del sol, pero es hídricamente muy costosa, pues se calcula que, en el salar de Atacama, la producción de una tonelada de carbonato de litio requeriría la evaporación de entre 400 mil a dos millones de litros de agua de salmuera, a los que se suman alrededor de 5.000 a 50.000 litros de agua dulce para las operaciones de las plantas de tratamiento.
Si bien la tecnología de Extracción Directa de Litio (EDL), que supuestamente promueve el reciente convenio del Gobierno boliviano con un consorcio chino, no requeriría del uso de piscinas, éstas se seguirán empleando para la extracción de cloruro de potasio a escala industrial.
De la misma manera, la planta industrial de carbonato de litio, próxima a inaugurarse en Bolivia, requiere de la salmuera proveniente de la línea de estas piscinas.
En segundo lugar, la fiebre del litio y la idea detrás de la metáfora de “triángulo del litio” pone en primera línea la urgencia de un material estratégico para la transición hacia el uso de energías limpias, pero invisibiliza la complejidad de los salares como territorios cultural y biológicamente diversos y complejos.
En efecto, el “triángulo” no es un territorio vacío, ahí existen culturas antiquísimas, economías vivas, territorios indígenas, múltiples visiones de uso y ocupación del espacio, y una biodiversidad única en el planeta. Esta idea del “territorio vacío” o “desierto sin gente” ha orientado en gran medida la primera etapa de extracción de sales, particularmente en Chile y Argentina.
A raíz de la visibilidad de los problemas ambientales, por la aceleración de los procesos de desecamiento de los paisajes locales, las comunidades originarias de estos territorios empezaron desde hace unos años a organizarse frente al avance de las operaciones mineras del litio y en reivindicación de sus derechos territoriales.
En este contexto, la promoción de una actividad extractiva de esta naturaleza viene poniendo en la sombra esta complejidad social y ecológica, promoviendo una minería de carácter extractivista, es decir, una actividad vinculada a la producción masiva de materiales para el mercado global, conectada con el sector exportador, pero que desdibuja cada vez más la realidad de las comunidades ancestrales, el rol de la diversidad de funciones ecológicas, la fragilidad de los ecosistemas de la puna y desierto, así como la serie de potenciales económicos que conforman la base del trabajo humano y las estrategias locales de vida.
Efectivamente, a 50 años de iniciado el negocio del litio y a más de 30 años de su ingreso en América del Sur, hoy estamos ante algunas disyuntivas en el ejercicio práctico de la descarbonización. Cabe preguntarnos si nuestros países no están participando de manera conformista en este ejercicio global, asintiendo un rol de proveedor de materiales sin atender con el suficiente cuidado y con responsabilidad el futuro de los salares altoandinos.
¿No estamos olvidando otras facetas de la vida en estos territorios complejos y diversos?, ¿no estamos profundizando con la minería del litio, y paradójicamente, la crisis hídrica y climática en nuestros países?, ¿no estamos poniendo en riesgo el horizonte de un desarrollo posextractivista a través de esta centralidad del desarrollo basado en la extracción/industrialización de un recurso natural?
Aquí está precisamente la paradoja de la transición y la necesidad de debatir los sentidos y significados de lo que sería una transición energética, hídrica y ambiental, verdaderamente justa. Es este el desafío de la sociedad en su conjunto, pasar de la indiferencia a la interpelación de los supuestos ejercicios verdes de lucha contra el cambio climático.
Fuente: paginasiete.bo