La manera unánime cómo el mundo ha reaccionado confirma que estamos asistiendo a la inauguración de una nueva era histórica
Por Redacción central | – Los Tiempos
El golpe de Estado perpetrado en Honduras el pasado 28 de junio ha tenido muy hondas consecuencias en el escenario político no sólo latinoamericano sino mundial. No en vano todas las cancillerías del planeta asumieron ante el asunto la actitud de un ajedrecista frente a una jugada desconcertante. Y después de sopesar la situación con la frialdad que corresponde a estos casos, todos los países del mundo, sin excepción alguna, aunque no todos de buena gana, cerraron filas alrededor de un objetivo común: evitar que los conflictos políticos en Latinoamérica vuelvan a ser resueltos a través métodos tan comunes en tiempos de la guerra fría.
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Obviamente, como no podía ser de otro modo, en medio de tal unanimidad hubo una gran variedad de matices. Desde las amenazas de Chávez de intervenir militarmente, en un extremo, hasta Israel y Taiwán que dudaron mucho antes de tomar partido, en el otro. Diferentes matices, pero finalmente todos en el mismo lado de la línea trazada el 28 de junio.
Un segundo efecto, tan importante como el anterior, es que se ha abierto una muy profunda brecha entre las diversas corrientes de la oposición continental contra el proyecto del “Socialismo del Siglo XXI”. A un lado han quedado, aislados y desacreditados, quienes quisieron ver en el caso hondureño un ejemplo digno de ser imitado por las Fuerzas Armadas de los otros países alineados en el ALBA. Y en el otro, las corrientes de una oposición democrática que se niegan a aceptar la vía hondureña como la más idónea para afrontar tan enorme desafío.
Dos ejemplos muy elocuentes de las profundas diferencias entre los medios empleados y los resultados obtenidos por ambas tendencias fueron vistos coincidentemente el mismo día, el 28 de junio. La oposición democrática asestó una contundente derrota al kirchnerismo, en Argentina, mientras la oposición violenta estuvo a punto de regalarle al chavismo las banderas de la libertad y la democracia.
Felizmente esa situación, que además de una aberración habría sido una calamidad, fue evitada por la firmeza y lucidez con que otros países se involucraron en la batalla diplomática. Gracias a ello, el centro de operaciones contra el golpe se trasladó de Managua a Washington —y no a Caracas— primero, y ahora a Costa Rica, donde Chávez y sus seguidores tendrán que callar.
Por ahora no se sabe cuál será el desenlace de la crisis hondureña; pero sea cual fuere, el hecho histórico ya se ha producido. La manera unánime cómo el mundo ha reaccionado confirma que se ha ingresado a una nueva era y Barack Obama se ha consolidado como un líder de talla mundial. Ante ello, resulta elocuente que el canciller del régimen de facto hondureño, y quienes piensan como él, sigan creyendo que es “un negrito que no sabe nada de nada”.