El cabecilla de una pandilla confiesa que un kilo de pasta base de cocaína se vende en $us 1.000. No todas las pandillas se dedican a eso, otras roban. Salir de este círculo puede costarles la vida
»Universitarios concientizan sobre pandillas
Varios pandilleros estudian. Se refugian en las pandillas por defenderse de otros o por abandono . Foto: Enrique Canedo
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CECILIA DORADO NAVA [email protected]
Apenas tiene 15 años y es cabecilla de una sección de la pandilla Mundo Libre. Desde hace un tiempo, el narcotráfico puso sus ojos en él y logró convertirlo en parte de la red de ‘microtráfico’. Habla de las drogas como nada y admite que llega a vender hasta 25 kilos de pasta base de cocaína (‘polvo blanco’) a la semana. “Son unos… 25.000 dólares”, dice como perdiendo la cuenta del dinero que maneja. Y es que así como llega a sus manos, se va.
“Antes compraba armas (con la plata) y cuando me drogaba la gastaba como pan, pero ahora se la doy a mis amigos del grupo. Rara vez la tengo, le presto a mis amigos, a mis familiares…”, dice sin sentirse controlado por nadie.
Jesús (nombre ficticio) es delgado, moreno y con la pinta de un muchacho cualquiera. Varios de sus compañeros de colegio están en su pandilla, pero también en otras como BDR y Diablos Rojos.
Desde hace dos años y medio maneja una sección de 45 pandilleros de Mundo Libre, en total son más de 300 miembros. Relata que los ‘narcos’, un poco mayores que él, le traen la droga hasta una zona cercana a su colegio. “Me vienen a buscar de la ciudad y me traen cinco paquetes de droga. Gano la mitad o la cuarta parte de lo que hago en plata. Me conocen, siempre me llaman y voy para que me entreguen el maletín. Cada paquete es un kilo”, confiesa. Por cada kilo hace al menos $us 1.000 y de eso recibe $us 500 o 300.
Según dice, los narcos nunca lo amenazaron porque “saben que si se meten conmigo, se meten con mi tropa y todos los demás. Solo me buscan porque saben que soy líder”.
El trato con los ‘narcos’
Hasta el año pasado fue parte de la pandilla Sangre Nueva. Entró a ese mundo a sus 12 años, hoy tiene 15. Samuel (nombre ficticio) vive en otra zona popular de la ciudad. Asegura que su pandilla nunca se metió en drogas, pero reconoce que varias veces lo tentaron y habla del negocio ilícito con detalle: “Los narcos vienen en moto como cualquier persona, con la droga bien escondida y te dicen: ‘Hagamos un negocio socio. Vos vendé droga y te doy la mitad de la ganancia. Te dan un kilo o menos y uno lo vende por gramos”. Samuel, delgado y con una melena lacia que apenas deja ver sus pequeños ojos, también es estudiante. Sentado en un banco de su colegio cuenta que la droga se vende en los establecimientos educativos y que los pandilleros dedicados a eso incluso tienen conocidos que los buscan durante el recreo para ayudarles a vender a sus amigos y en otros colegios.
“El gramo vale Bs 10, uno gana entre $us 200 y 500 en un día, si lo vende bien. Al raleo vale más y por kilo $us 1.500”, comenta, ratificando que nunca se metió por miedo a volverse adicto. “Usted sabe que eso mata”, reflexiona. Otros les ofrecen vender éxtasis, marihuana y coca.
Atrapado en un mundo duro
Jesús reconoce que hasta hace un tiempo también consumía clefa, marihuana o el ‘polvo blanco’ que le traían, pero asegura que ya dejó la droga y que incluso pensó en salir de la pandilla, pero es difícil. “Una vez lo intenté, fui donde mi jefe y le dije: ‘Quiero salirme, quiero comenzar una nueva vida’, y me contestó: ‘Si querés salirte tenés que matar a uno de otra pandilla y vencer a 10 hombres de la sección’. Así que por ahora prefiero quedarme más tranquilo”, dice casi con resignación. Incluso pensó que sería bueno irse ‘lejos’, pero teme que igual lo encuentren y tomen represalias en su contra.
El adolescente se metió al mundo de las pandillas casi sin saber nada, cuando apenas tenía unos 10 años. Con frecuencia veía con espanto cómo grupos de chicos golpeaban a otros por las calles de su barrio, cuando él solo quería salir a pasear. Eso le despertó miedo y bronca a la vez, por lo que decidió ser parte de una pandilla para protegerse.
Asegura que el Plan es su territorio y que hace un mes, él y otros dos de su grupo corrieron a los VDR. “Los golpeamos y con un puñal les marcamos un ML (Mundo Libre) en el pecho, acuchillamos a uno y murió”.
Es el menor de nueve hermanos. Vive con su madrastra y de su papá solo sabe que reside en Trinidad. En su casa guarda un arma calibre 45, del que cuenta con una sonrisa: “Un policía me la vendió. No fue difícil, usted sabe que el perro baila con la plata”
CARA Y CRUZ
INICIO CON VIOLENCIA
Los bautizan pegándoles. Los golpes son en el cuerpo, no en la cara. Es para que no los delaten ante su familia o el colegio.
EL RÍO PIRAÍ
Según los testimonios, se convirtió en un escenario de iniciación de pandilleros. Allí son las golpizas y otros se ‘bautizan’ robando a visitantes.
SON UN EJÉRCITO
El Viceministerio de Gobierno estima que en Santa Cruz más de 5.000 muchachos están involucrados en pandillas.
UN MUNDO APARTE
Niños y adolescentes se sienten acompañados, más seguros y hallan apoyo en las pandillas, pese a la violencia.
LA FELCN REGISTRÓ 30 CASOS EN DOS MESES
Entre agosto y septiembre se registraron 30 casos de ‘microtráfico’ de droga, muchos de los cuales se detectaron en colegios, según el director del organismo antidroga, Felcn, Marco Antonio Tapia. El miércoles 16 se descubrió a un alumno de un colegio de Cotoca. Fue resultado de varios días de seguimiento con agentes camuflados.
En primera instancia, el coronel Tapia se muestra excéptico de las cifras que algunos pandilleros dicen ‘mover’ con la droga, pero luego reconoce que “hace poco una muchacha de 14 años señaló que ganaba $us 200 por día vendiendo cocaína”. También admite que un kilo de pasta base llega a costar unos $us 1.000. Tapia lamenta que la mayor parte de los padres no se preocupen de qué hacen sus hijos.
“Me presionan, pero las asusto diciéndoles que mi papá es policía”
Claudia (nombre ficticio) habita en una casa humilde, con canchón de tierra y unos cuantos cuartos. Vive con su abuela, sus hermanos y su madre que trabaja de noche. Su padre vive con otra mujer, es policía. Para Claudia, el ‘título’ de su progenitor es el principal escudo para hacerle frente a una pandilla de mujeres que permanentemente la ha acosado. Ella había escuchado de la existencia del grupo y un día fue con una amiga por ‘curiosidad’. Pero solo por estar ahí ya quisieron meterla.
“Me dijeron que teníamos que llevar Bs 15 para el spray y que tenía que ponerme un sobrenombre. Yo les dije que solo vine a ver, pero ellas insistieron en que ya estaba dentro, no tomaron en cuenta mi opinión”, cuenta. Las reuniones de la pandilla eran los jueves y ella trató de evitarlas, pese a que las chicas la esperaban a la salida del colegio. “Salí y todingas me estaban esperando, me agarraron y me dijeron: ‘Esta te la vamos a perdonar, pero si no vas, ya sabés lo que te vamos a hacer’. Como varias estudian en el colegio, un día también me agarraron adentro, me metieron al baño y me amenazaron. Pero las quise asustar diciéndoles que mi papá es policía… Me querían pegar”.
“Para la velada de mi colegio me dijeron que me estaban esperando afuera con un cuchillo. Justo ese día fue mi mamá, me agarré de ella y no me hicieron nada. Cuando estás con una persona mayor no te hacen nada”, recuerda. Pese a la situación de su familia, Claudia asegura que si no fueran los consejos de sus padres, “ya estuviera con ellas”.
Su hermana mayor migró a Londres, donde vive con su esposo y un hijo. Su padre le dijo a Claudia que quiere llevarla allí y ella está ‘dándole duro’ al estudio para salir bachiller y luego viajar.
“Aquí uno no puede ni salir porque las pandillas te quieren pegar, desde las 8 o 9 de la noche se pone feo”.
Dos expandilleros quieren ser arquitectos y uno, doctor
Era bueno para grafitis
A sus ocho años entró a la pandilla Sangre Nueva. “Mis padres se peleaban mucho, mi padre tenía otra mujer, otros hijos, se separaron, me sentía solo, desesperado… me descuidaron”, relata. Pero su ingreso fue poco a poco, primero jugaba fútbol con uno de los pandilleros que se hizo su amigo, charlaba y se ponían apodos, después le dijeron que para quedarse en el grupo apuñale a una persona, robe o se deje pegar.
“Me llevaron al río Piraí y me pegaron entre 15 durante ocho minutos. Otros asaltan”. Con el pasar de los días, del juego pasaron a los robos. Si no lo hacía, le pegaban. “Me llamaban a medianoche y salía con la excusa de que iba a jugar pelota, pero iba a robar bicicletas de los ‘pelaus’ que salen de noche, celulares y parlantes de los autos. Una vez llegué a apuñalar a uno, pero solo entró la punta”, confiesa y dice que el peor error de una víctima es mirar a un pandillero a la cara, porque por miedo a ser reconocido, acuchilla o mata. El año pasado este adolescente, que también estudia, decidió salirse de la pandilla, pero eso le costó otra dura golpiza y hasta apedrearon su casa. “Si te escapás de la pandilla, te buscan y te matan.
A uno lo apuñalaron”, recuerda. Desde el día en que dejó la pandilla, se alejó de ese barrio que solía frecuentar. “Yo era bueno para los grafitis, me gustaba hacerlos, como eso está casi relacionado con la arquitectura, eso es lo que quiero estudiar. Mi familia me apoya, mi mamá está feliz de que me haya salido de la pandilla, me va bien en el colegio”, comenta orgulloso.
Un catequista lo guió
“Yo también quiero ser arquitecto, arquitecto de mi propia vida, los dos (con el anterior adolescente) somos buenos para dibujar, rayar, tenemos buenas notas en la materia de Artes. Quiero tener un futuro mejor, mi hermano que está en la universidad me va a apoyar”, dice otro estudiante de 15 años. A los 12 entró a una pandilla y recién el año pasado logró salir gracias a ‘la palabra del Señor’ que aprendió de un catequista. “Entré a la pandilla cuando me sentí solo, con ganas de suicidarme porque mis padres se separaron y solo vivía con mis hermanos. La pandilla me llevó al río Piraí, me golpearon entre 20, me fracturaron el brazo”. Lo que robaban lo vendían en el mercado del Plan, Los Pozos o a cualquier persona. Una radio de auto la ofrecían en Bs 200 y un celular hasta en Bs 500. Pero también lo remataban en cualquier precio, con tal que entre plata a la ‘caja chica’ de la pandilla. Si un familiar de alguno estaba enfermo se prestaban de ahí y luego robaban para reponer. “También era para nuestra Navidad, el carnaval o para comprarnos nuestras cosas, como una pelota para jugar”, confiesa. Su pandilla robaba, no vendía droga.
Quiere ser médico
Es el más tímido de los tres. Tiene 14 años, a los 12 entró a otra pandilla y duró un año. Pasó por lo mismo que otros pandilleros. Ahora se siente tranquilo con su familia. “Yo quiero seguir estudiando y salir profesional. Aprendí mucho de la vida, que hay que seguir adelante, yo quiero ser doctor. Me gustaría ayudar a salvar vidas”.
Fuente: El Deber.