Nada aplaca la persistente agresividad de los líderes de los países que pertenecen a la ALBA.
Levantada la exclusión de Cuba de la OEA con la indispensable condición de que el gobierno de los Castro se sujete a las normas de la Carta Democrática Interamericana, parecía que llegaba una saludable distensión en las traumáticas relaciones de ese bloque con Estados Unidos. Inclusive se produjo el simultáneo retorno de los expulsados embajadores, de Estados Unidos a Caracas y de Venezuela a Washington. Todo esto hasta la crisis de Honduras.
La condena al cambio de gobierno en ese país centroamericano fue unánime. Con igual energía se manifestó la diplomacia estadounidense y el resto del continente, es decir incluidos los gobiernos del eje Caracas – La Paz – Quito – Managua – Asunción. Pero, ahora, se advierte que la preocupación de los integrantes de la ALBA no se basó en una auténtica defensa de la democracia por una supuesta interrupción de la continuidad institucional hondureña. Han percibido señale de que hay una reversión del populismo inspirado en el “socialismo del siglo XXI”. Con el cambio en Honduras, se ratifican los retrocesos del populismo: En Panamá fue derrotado el candidato favorito de los “bolivarianos” y, en las elecciones parlamentarias argentinas, fue vencido el gobierno de los Kirchner cercano a Chávez.
Ahora, la ofensiva contra el nuevo gobierno hondureño es implacable. Chávez amenaza con intervenir militarmente para reponer a Manuel Zelaya, junto a la bravata de Ortega de que, si no se lo hace la OEA “lo haremos nosotros”. Las declaraciones inflamadas llegan al disparate de afirmar que la diplomacia norteamericana engañó al presidente Obama e incitó al derrocamiento de Zelaya.
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En Bolivia, siguiendo las demasías de Hugo Chávez, el gobierno emitió un sesgado spot de televisión sobre la crisis hondureña, y se suceden las declaraciones destempladas contra Washington. Pero no es sólo por el caso de Honduras. Hay un enfermizo afán de enfrentarse a todos. Las provocaciones –como el pretendido cambio de una estrofa del himno cruceño– vienen acompañadas de medidas preocupantes, como el transplante de ciudadanos a Pando, con espurios fines electorales.
Los festejos del bicentenario de la revolución del 16 de julio de 1809 de La Paz, sirvieron para que se junte un cuarteto vociferante. Se procuró usar una conmemoración patriótica para atacar al “imperio” y para que, nuevamente, Evo Morales vitupere contra la Iglesia Católica.
Ciertamente esta corriente de los populistas incomoda a Washington, y empieza a inquietar a otros países. Pero –ya lo dijo la secretaria de Estado Hillary Clinton al inicio de su gestión– Venezuela y, por supuesto, Bolivia, Paraguay, Ecuador y Nicaragua, no representan una amenaza real para los Estados Unidos; es más: no van a terminar con el capitalismo.
Entonces ¿a dónde se quiere llegar? Porque la corriente populista no se limita a imponer un modelo tiránico en Venezuela, ni un estado anacrónico y excluyente en Bolivia, tampoco un difuso modelo en el Paraguay de Lugo y, menos, en un Ecuador empeñado en una guerra de baja intensidad con Colombia. Procura, ni más ni menos, un exceso: extender su hegemonía a toda la región. Esto, afortunadamente, ya es "Misión imposible".