Emilio J. Cárdenas*
Para quienes tratan constantemente de descifrar lo que piensa el Papa Francisco, la reciente y rápida designación como Cardenal de la Iglesia Católica de Leopoldo José Brenes, el popular arzobispo de Managua, Nicaragua, contiene todo un mensaje. Clarísimo, por lo demás.
Queda ahora absolutamente de manifiesto que es lo que piensa el Papa de los llamados “bolivarianos” (eufemismo utilizado para disimular al comunismo), incluyendo al brazo integrado en las belicosas huestes del presidente inconstitucional de Nicaragua, Daniel Ortega; esto es, los “sandinistas” nicaragüenses. Lejana está su visión del aplauso, porque Brenes ha sido un crítico del “sandinismo”, siempre valiente, implacable y tenaz a la hora de hacer oír su mensaje.
El Cardenal Brenes, con sus jóvenes 64 años, es -como cabía esperar- un hombre humilde. Propenso al diálogo. Accesible. Sereno y prudente. Pero con convicciones firmes y coraje a prueba de todo. Sobre todo cuando de enfrentar a Daniel Ortega se trata.
Desde 1991, cuando comenzó su labor como obispo auxiliar de Matagalpa es el sacerdote más escuchado y -a la vez- más popular de Nicaragua, una nación profundamente católica. Cuando le tocara presidir la Comisión Episcopal nicaragüense -entre el 2008 y el 2011- criticó sin atenuantes la violencia y la prepotencia que, como es característico de los autoritarios, caracterizan el andar de los sandinistas. Esa fue su posición cuando la gente intentara reiteradamente salir a las calles para protestar pacíficamente y fuera recibida a palos por los sicarios de Ortega.
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Siempre se definió a sí mismo como “opositor a la compra de conciencias”, fueran ellas civiles o religiosas. Ocurre que -por dinero y favores o intimidaciones- muchos “cambiaron de bando” en Nicaragua. El Cardenal Brenes, no. Nunca.
Como el Papa Francisco, el Cardenal Brenes es un hombre del mundo real, el de las calles. Siempre está con la gente, evangelizando. Cerca de todos. Con la vocación de quien se sabe servidor, más que símbolo. Incansable, siempre. Es un pastor, por definición.
En los últimos cuarenta años trabajó en once distintas parroquias, en una labor apostólica diaria, permanente. Pegadita a los problemas de la gente. Tarea que no le cuesta nada. Porque la siente suya. Brenes nació en los bosques aledaños a Managua, hijo de una costurera y de un campesino. Pero creció y vivió sin resentimientos. Jamás olvida su origen. Y lo respeta con la dignidad que siempre lo caracteriza.
Brenes y Bergoglio se conocieron bien en Brasil. Concretamente en Aparecida. En el 2007, cuando trabajaron juntos sobre el documento que hoy define la misión de la Iglesia en América Latina. Brenes, por lo demás, ha trabajado activamente en los organismos latinoamericanos de la Iglesia, como el Secretariado Episcopal de América Central y el Consejo Episcopal Latinoamericano, más conocido como CELAM. Es un hombre al que los obispos de la región escuchan y conocen bien.
Además, ocurre que Brenes convoca multitudes. Tiene un tremendo don de gentes y, con su sencillez, genera un carisma muy particular. El de la simplicidad, el leguaje directo y la mirada firme.
Lo demostró cuando en el 2006, ante el avance de los marxistas, salió a defender la propiedad de la tierra. Para que no se reiterara la famosa “piñata”, en virtud de la cual los líderes sandinistas -y sus amigos y allegados- se repartieron entre sí -descaradamente- las propiedades que habían sido confiscadas al somocismo, en 1990. Y no las devolvieron jamás, ni pagaron un dólar por ellas. Un regalo de sí mismos para sí mismos, entonces. O, más bien, un latrocinio sin par.
También cuando, el año pasado, se plantó frente a los intentos inconstitucionales de Ortega por ser reelecto indefinidamente. Sin triunfar en esa epopeya que sabía perdedora; pero sin claudicar de sus convicciones. “Estar mucho tiempo en el poder es una cosa negativa”, señaló con absoluta razón. Una y otra vez.
Con el control total de la Asamblea Nacional Legislativa, el sandinismo ignoró los llamados de Brenes. Como era previsible. Pero, pese a ello, Brenes siguió siendo la voz más crítica de las ambiciones desmedidas de los Ortega, que hasta hoy no han cedido un palmo de su poder, sino que lo acrecientan, día a día.
Brenes, licenciado en teología dogmática, no es el primer Cardenal de Nicaragua. Sucede a un hombre que se ha envuelto en una leyenda sumamente extraña. Al Cardenal Miguel Obando Bravo, antes opositor de Ortega y hoy, paradójicamente, uno de sus colaboradores. Particularmente cercano a su ambiciosa mujer. Un cambio de frente indigno, es evidente. Algunos, con sigilo, hablan de una extorsión, de algo que Obando quiere ocultar y que, por eso, compra el silencio con aplausos interesados. Lo cierto es que nadie sabe, a ciencia cierta, que es lo que motivó el cambio de actitud. Pero duele verlo, por todo lo que significa en un príncipe de la Iglesia. Como renuncia a las convicciones y como caída ante la seducción del poder. Por la corrupción, realmente feroz, en la que vive sumido el Clan Ortega en Nicaragua, ahora dueño económico del país.
Por esto, la señal que viene de Francisco tiene varios motivos. Y todos son acertados. Brenes es ahora el Cardenal de Nicaragua. Obando pertenece al pasado, felizmente. Gracias a Francisco y a su mensaje que nadie puede dejar de leer como tal.
*Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas
El Diario Exterior – Madrid