Gustavo Adolfo Navarro Occhiuzzo*
Las pandillas juveniles irrumpen en la sociedad cruceña como el síntoma de una serie de factores estructurales complejos, que han dejado a muchos barrios y familias riesgosamente desarticuladas del campo social. Situación propicia para que muchos adolescentes encuentren en las pandillas un espacio simbólico que los aleje del mundo, en una época de sus vidas caracterizada por la sensación de independencia y el alejamiento de los ideales parentales, que en contraparte, ante la precariedad de sus comunidades, no consiguen nuevos lugares y significantes sociales con los cuales identificarse. También hay que resaltar que el ingreso de algunos de estos jóvenes a las pandillas se ve fuertemente impulsado por experiencias familiares realmente duras.
Plantear esto no es ninguna novedad, pero lo que debe generar una profunda reflexión es la peligrosa infiltración de estas pandillas juveniles por parte de las mafias de narcotraficantes. Infiltración que tiene dos vertientes destacables: por un lado, los jóvenes que estando dentro de las pandillas empiezan a consumir drogas, para posteriormente transformarse en adictos, llegando en algunos casos a delinquir para sustentar su adicción, y por otro lado, los jóvenes que captados y organizados por los narcos en ciertos espacios estratégicos de la ciudad, como colegios, parques, boliches, etc., se convierten en distribuidores minoristas que venden drogas a cualquier otro joven, sea este pandillero o no.
Este es un punto muy importante para analizar, porque como ha ocurrido en otras partes de Latinoamérica, las pandillas juveniles influenciadas por la mano de los narcotraficantes pueden llegar a organizarse en pequeñas y medianas mafias, incluso a transformarse en el brazo armado de los narcos.
Por eso es que ante este panorama, me parecieron desacertadas las declaraciones del viceministro Jorge Pérez, quien en conferencia de prensa declaraba que se tendría mano dura contra la delincuencia de las pandillas. No se trata de que las fuerzas del orden no cumplan con su labor, pero hay que entender que la cuestión de las pandillas no es reducible a un mero asunto policial, pero como ya es habitual en nuestro país, se tiende a atacar de manera rápida al síntoma, dejando de lado la estructura que lo genera, pero además, sin analizar las consecuencias futuras de este accionar.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Por ejemplo, en consulta clínica atendí a un joven pandillero que fue apresado por unos meses. Antes de entrar a la cárcel, él consumía marihuana de manera circunstancial, pero estando apresado empezó a consumir drogas mucho más duras, para finalmente transformarse en un adicto, es decir, la supuesta “rehabilitación” trajo consigo una fuerte adicción, que posteriormente en libertad casi lo lleva a quitarle la vida a un hombre, en su afán de robarle dinero para seguir consumiendo. Esta es la realidad de muchos jóvenes pandilleros, que ingresando a Palmasola se tornan tremendamente vulnerables a la influencia de delincuentes peligrosos, o son proclives a transformarse en adictos, siendo devueltos a la sociedad en una situación mucho más precaria a la que ingresaron.
Los discursos demagógicos y acciones que atacan al síntoma con parches momentáneos, son siempre la opción más fácil, pero que a la larga terminan pasando factura, como ocurrió cuando los Estados Unidos deportaron a medio centenar de jóvenes salvadoreños “problemáticos”, que retornando a su país encontraron un medio social devastado por la guerra civil, el caldo de cultivo ideal para el brote de la “Mara Salvatrucha”, que retornó a los Estados Unidos y se expandió por Centroamérica de la mano de miles de muchachos. Tenemos las durísimas experiencias de Colombia y México, pero sin ir más lejos, recientemente en Rosario, se develó como las pandillas se disputan el control del narco en esta ciudad argentina.
Como decía el Dr. Jacques Lacan, “lo que no se inscribe en lo simbólico retorna en lo real”, y en el caso de las pandillas, retorna como violencia, delincuencia, adicciones, etc., demostrando que no se puede dejar a estos jóvenes a expensas de la pulsión de muerte o de las narco-mafias. Una de las tantas propuestas para empezar a hacer algo con las pandillas puede ser la construcción de por lo menos una decena de centros culturales y espacios comunitarios que articulen a estos jóvenes y sus familias con la ciudad, ya que la prevención basada en lindos consejos, que no ofrecen espacios y alternativas reales para los jóvenes, se convierte en letra muerta que cae en saco roto, como viene pasando desde hace mucho tiempo.
*Psicoanalista en formación y psicólogo
El Día – Santa Cruz