Comienzo así estas palabras, recordando lo dicho hace un año al conmemorar el Día del Periodista Boliviano. “Un día para celebrar”, dijimos entonces y lo repetimos hoy, tal vez para sorpresa de muchos de ustedes.
¿Celebrar qué, cuando estamos enfrentando uno de los momentos más difíciles para el periodismo? Crisis económica, presión política, violencia física y verbal, cierre de medios, precarización de las condiciones en las que trabajamos. Muchos más motivos para lamentar, que para celebrar, dirán ustedes.
Pero somos tercamente persistentes, como repite monseñor Nicolás Castellanos, cada vez que le preguntan por qué dedica su vida a apostar por hombres y mujeres nuevos, nuevas. Al igual que él, persistimos en entregar alma, corazón y vida a una misión que, estamos convencidos, es vital para que esos hombres y esas mujeres sean no solo nuevos, nuevas, sino también libres.
Por supuesto que no es una misión fácil. Tenemos que lidiar a diario no apenas con los males mencionados, sino también con la incoherencia de quienes nos reclaman más noticias “que revelen la corrupción y violencia que son de dominio público”, por citar un par de demandas, “pero que a la hora de apoyar las pocas iniciativas independientes, se salen del mercado” (Gloria Rodríguez, 2016, Honduras).
Peor aun, tenemos que lidiar con la indiferencia de otros más que, a sabiendas de lo vital que es el rol que cumplimos los periodistas y de lo determinante que es en la vigencia de derechos fundamentales -como el de las libertades de pensamiento, expresión y prensa-, nada hacen para respaldar nuestro trabajo y para frenar la arremetida de quienes buscan acallar no solo nuestra voz, sino la voz de todos.
Tanto la ignorancia de unos como la indiferencia de otros nos están cobrando una factura alta que se traduce ya en el cierre de varios medios de comunicación (el de Página Siete no es el único caso), en el silenciamiento de voces (a través de juicios que terminan en encarcelamiento o en autoexilio, cuando no en muertes) y en la autocensura, uno de los males más dañinos para la democracia.
Una factura en la que tenemos que incluir otras consecuencias negativas: baja en la calidad de la información, menos periodismo de investigación, menos diversidad de medios y mayor concentración de medios en manos de grupos de poder a los que les estorba la información libre. Y ojo: cuando hablamos de grupos de poder no nos referimos solo a los políticos o gobernantes de turno, sino también al poder económico o el que ostentan sectores informales, marginales y criminales.
Con semejante panorama, resulta difícil repetir lo dicho por García Márquez: que el periodismo es el mejor oficio del mundo. Con todo lo expuesto, da para afirmar más bien que es uno de los más difíciles y peligrosos; o sea, peor antes que mejor oficio del mundo. Pero como somos tercamente perseverante, nos rebelamos ante el resultado negativo de esta suma y resta.
No queremos ni estamos dispuestos a tirar la toalla, a ceder ante todas las fuerzas adversas a nuestro oficio. Estamos convencidos de que hoy necesitamos más periodismo de calidad. Más investigación (que se cumpla eso que tanto repetimos los periodistas: que nuestra misión es revelar lo que el poder quiere ocultar). Más y mejores periodistas (esto vale sobre todo para los jóvenes, las nuevas generaciones de periodistas).
Podemos y vamos a lograr, a pesar de todo y de tantos, sobrevivir a esta crisis o a esta tormenta perfecta (entendida como el peor de todos los escenarios). Pero que quede claro: para lograrlo será necesario que a toda nuestra voluntad, tesón y terca perseverancia se sumen todos los que reclaman más y mejpr periodismo de calidad, ese que permite descubrir y contar las historias de corrupción y violencia que tanto daño causan a esa inmensa mayoría que está afuera y lejos del poder.
Que nunca más tengamos que lamentar el cierre de un medio de comunicación, el silenciamiento de la voz de un periodista, el autoexilio de un librepensante. Que no retrocedamos a 1865, a el 10 de mayo de ese año, marcado por una tragedia que recordamos hoy: el fusilamiento del periodista Cirilo Barragán, ordenado por el dictador Mariano Melgarejo, al que le desagradó una publicación de Cirilo.
(Algunos hechos recientes nos dejan la desagradable sensación de que poco ha cambiado en 159 años: el caso Las Londras, el ataque cibernético a EL DEBER, ayer mismo la agresión a una reportera de ATB, etcétera. ¿A cuánto ascenderá el número de violaciones al derecho a la libertad de prensa en 2024? En el periodo de 2021 a 2022, los casos de vulneración pasaron de 67 a 2022, según informe de la CIDH).
Maggy Talavera
Comunicadora y periodista