La agonía del chavismo

De afilados y motosos – eju.tv

Hernán Terrazas E.

Todas las encuestas en boca de urna coinciden: Nicolás Maduro podría ser el último dictador venezolano y Venezuela encaminarse hacia una transición, seguramente accidentada, para recuperar la democracia y las libertades que le fueron arrebatadas en las últimas dos décadas.



La derrota de Maduro representa, sin duda, el principio del fin de la hegemonía del del “chavismo” y un cambio de dirección política local que podría tener una interesante secuela de impacto regional, sobre todo en países como Bolivia y Nicaragua, cuyos liderazgos de “izquierda” crecieron a la sombra de los autoritarios del Caribe.

La Venezuela “bolivariana” fue a fines del siglo XX y durante lo que llevamos del XXI una referencia política similar a la de Cuba en la década de los años sesenta del siglo pasado, pero con plata.

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Sin el romanticismo que llevó a los Castro y Guevara a convertirse en los símbolos del antiimperialismo y la revolución socialista en América Latina, los Chavez y demás aprovecharon los recursos del auge petrolero para instalar un régimen de corte populista, que apuntó a demostrar que podían desenterrarse las consignas del pasado. Y así volvieron el “hasta la victoria siempre”, “patria o muerte”, “no pasarán”, y otras similares que nutrieron las voces de tiempos que parecían definitivamente idos.

Incluso a costa de la propia estabilidad económica de Venezuela y del bienestar de su gente, Chavez financió proyectos similares al suyo en diferentes países de América Latina y auxilió con petróleo gratuito y algo más a la agonizante revolución cubana y también a sus líderes.

Las últimas imágenes de Fidel Castro fueron las tomadas junto al robusto “comandante” venezolano, que no bajó de la sierra con los barbudos de la isla, sino que llegó de los cuarteles. Chavez no fue nunca un guerrillero, sino un militar, y acaso por eso su imagen no se convirtió en la de un icono revolucionario.

La relación de Chavez con Bolivia se dio en etapas. Paradójicamente se acercó primero al expresidente Hugo Bánzer, a quien se refería como “mi general” y por el que profesó una admiración especial que lo llevó a estar presente incluso en su sepelio en mayo de 2002.

Hugo Chávez exploró también la posibilidad de promover algún liderazgo afín y tuvo contactos con algunos líderes bolivianos interesados, como la comunicadora Cristina Corrales, que había creado un movimiento bolivariano, pero finalmente quedó seducido por el “indio” – así se refería a Evo Morales – con el que construiría una relación y un proyecto de largo plazo.

Durante los primeros años del gobierno de Morales, la influencia de Chávez fue evidente, sobre todo por el flujo de recursos hacia el programa “Evo cumple”, la asesoría en temas de inteligencia, el apoyo a las Fuerzas Armadas y, sobre todo, el compartir una misma narrativa supuestamente “libertaria”.

Al principio, todo era una fiesta. Chavez quería emular a Bolívar y no dejaba de mimar a la “hija predilecta”. Morales sentía que era la reencarnación de Tupac Amaru, el indígena que había lanzado la inspiradora frase de “volveré y seré millones”, antes de ser descuartizado. Ambos desafiaban a la comunidad internacional en todos los foros y advertían que sus respectivos proyectos iban a marcar la historia de no menos de medio siglo.

Pero de exportador de ilusiones, Venezuela se convirtió después en país exportador de millones de migrantes pobres hacia la mayor parte de los países de Latinoamérica. Se trató de una catástrofe humanitaria de enormes proporciones que, sin embargo, no fue considerada, ni manejada como tal por la Organización de Naciones Unidos (ONU). Para ese momento, Chávez había fallecido víctima del Cáncer y Nicolás Maduro heredado un país agobiado por la crisis.

El fracaso de la revolución bolivariana, que se expresó primero en la destrucción sistemática de las instituciones democráticas y luego en la ruina económica, se reflejó de la misma forma en Bolivia, aunque el modelo de desarrollo implementado por el MAS demoró algo más de tiempo en quebrar.

No es extraño que el chavismo y el masismo, que coincidieron en enarbolar banderas a principios del milenio, estén ahora a punto de arriarlas, ante la evidencia de que la gente comenzó a darles la espalda y casi por las mismas razones: más pobreza y menos libertades.

Es muy probable que la noche del domingo la historia de Venezuela vaya en una nueva dirección, aunque con certeza tomará tiempo desmontar el aparato político “bolivariano” y atender la emergencia de los enormes problemas heredados, una tarea que seguramente irá más allá del eventual mandato de Edmundo Gonzales.

A través del voto, la expresión más pacífica de la voluntad de cambio, la democracia se abre paso nuevamente en aquellos países donde fue debilitada y esa, como seguramente se verá, será una corriente irreversible.  Por lo pronto, el chavismo agoniza y su debilidad podría ser contagiosa.