Elecciones orwellianas

Emilio Martínez Cardona

Si el “Gran Hermano” imaginado por George Orwell/Eric Blair en su novela distópica 1984 hubiese tenido que organizar una elección presidencial, no lo habría hecho de manera muy diferente al modo empleado por Nicolás Maduro en los recientes comicios venezolanos.



Los lectores recordarán que, en el sistema totalitario descrito en la obra, el Partido, todopoderoso y casi omnisciente, reescribía a su antojo no sólo los datos sobre la actualidad, incluyendo los económicos y militares, sino que también rehacía la historia de manera constante, de acuerdo a los vaivenes de su conveniencia táctica.

El paradigma del Partido orwelliano era un súbdito del Estado que no fuese capaz de distinguir la realidad de la ficción, o mejor dicho, que fuera incapaz de tener el concepto mismo de realidad, para lo que se llegaba a reformar el lenguaje condicionando los procesos mentales.

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La proclamación de resultados oficiales en Venezuela se pareció mucho a estos ataques epistemológicos a la verdad, mostrando a la dictadura como un aparato cultural y ficcional que crea dimensiones paralelas a la realidad.

En este caso, para construir ese paralelismo, se recurrió a ocultar la mayoría de las actas tratando de impedir la ratificación de los sondeos en boca de urna que daban ganador al candidato opositor, Edmundo González Urrutia, con unos 30 puntos de ventaja sobre el postulante oficialista; al mismo tiempo, el obsecuente Consejo Nacional Electoral daba por victorioso a Maduro, asignándole 7 puntos más que a su contrincante. Pasar de un resultado de 60/30 (oposición-oficialismo) a otro de 51/44 (oficialismo-oposición) no es precisamente un fraude quirúrgico, de esos que echan mano a una pequeña bolsa de votos fantasmas, sino toda una inversión de la realidad.

Lo burdo del guión elegido, insostenible ante el aluvión de pruebas que la oposición venezolana está haciendo llegar a la comunidad internacional, contrasta con las salidas negociadas que se han dado en otros procesos autoritarios, y que podrían haber servido de modelo para un repliegue ordenado: las elecciones de Nicaragua en 1990, cuando Violeta Chamorro ascendió a la presidencia, coexistiendo con una cúpula sandinista en el ejército durante cierto tiempo; un procedimiento similar en Chile, con Patricio Aylwin como nuevo mandatario y Pinochet continuando al frente de las Fuerzas Armadas por un lapso prudencial; la cohabitación polaca entre el general Jaruzelski como presidente, con un primer ministro salido de las filas de Solidarnosc; o incluso el complejo caso birmano, donde la Premio Nobel de la Paz, Suu Kyi, asumió el control del gabinete, mientras los militares conservaron una cuota (demasiado grande) del poder.

Según cuenta el ex presidente colombiano Iván Duque, en el año 2015 fue el comandante del ejército de Venezuela, Vladimir Padrino, quien hizo respetar los resultados de las elecciones legislativas que favorecían a la oposición. Que algo así vuelva a pasar necesitará de mucha movilización del pueblo venezolano y de una presión firme e inteligente de la comunidad internacional.