Nación, identidad y libertad

Enrique Gonzales

El nacionalismo identitario es la agrupación de personas de acuerdo a características comunes, como la lengua, cultura, costumbres y tradiciones. Puede llamarse lo que uno quiera, pero la esencia es la agrupación de seres humanos que comparten modos de vida. A mí no me gusta el uso de las expresiones «nacionalismo» y «nación» porque sugieren otras cosas que no comparto.



Lo llamaría «populus», como los romanos se referían a los ciudadanos agrupados bajo una misma forma de vida y en asamblea para decidir sus destinos. El «pueblo» solo era la agrupación ciudadana, no un ser antropomórfico. Pero puede ser más fácil de comprender con la teoría de sistemas sociales, que es por lo que más me inclino: la nación identitaria es un sistema-entorno. Es una diferenciación de un nosotros con los otros. Solo existe un nosotros cuando identificamos el esquema que nos une y diferencia de los otros.

El nacionalismo identitario es ético, liberal y pacifista.

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¿Se da en alguna parte? Alguna vez, hasta el siglo pasado, era la regla en Estados Unidos. ¿Qué hace que un americano sea americano? ¿Nacer en Estados Unidos? ¿Será su etnia o raza? ¿Su idioma? Nada de eso. Un americano es todo ciudadano que adhiere a los valores de la constitución. Por eso antes no tenía sentido hablar de afroamericanos, italoamericanos o latinoamericanos, por ponerlos de ejemplo. Si se lo hacía era un error proveniente de pensar en el nacionalismo de tipo racial.

Quien adhiere a los valores, a las conductas, quien se vuelve usuario del sistema, es americano sin importar donde ha nacido o su ascendencia genealógica. Por eso los inmigrantes que adquieren, después de muchos años, la ciudadanía estadounidense se vuelven americanos. Ya no se identifican más con su país de origen. Son americanos hechos y derechos.

Algo parecido entiendo entre ser camba y ser cruceño. El «camba» es un integrante de una nación identitaria, o como me gusta verlo a mí: usuario de un sistema que se llama Santa Cruz. Es alguien que voluntariamente adopta unos valores que hacen a esa identidad social. El «cruceño», en cambio, es un nativo. Tiene que ver más con el lugar de nacimiento, es «hijo de esta tierra». Es por eso que no todo cruceño es camba, ni todo camba es cruceño.

El camba se hace. Ser camba no tiene nada que ver con el nacionalismo étnico-racial, que hasta ahora es capaz de definir qué es ser camba sin caer en conjeturas dogmáticas sobre la sangre y sobre el lugar de nacimiento; ni con el nacionalismo político, propio de llorones y victimistas que ansían la fuerza estatal para someter a quienes consideran otra nación distinta a la suya.

Bolivia es la mezcla del nacionalismo político (N1) con el nacionalismo étnico-racial (N2). Es un híbrido violento, unitarista y homogeneizador. La plurinacionalidad es un instrumento al servicio del verdadero protagonista: el Estado. Toda nación del territorio solo es reconocida si es étnico-racial (N2) y servil al dios Estado (N1). Solo hay lugar para el colectivismo de estas características y no para el individuo que libremente desea asociarse con otros y ser ciudadano, no súbdito de un Estado de otras naciones que nada tienen que ver con valores sino con sangre y sometimiento.

El nacionalismo identitario solo es una suma aritmética de gente con algo en común, no un «ser». El «camba» no es un personaje, es una referencia a un conjunto de individuos agrupados.

¿De dónde saqué estas ideas?

No fue de algún cruceño o de algún camba, sino de Ludwig von Mises, quien además dijo:
«El liberalismo propone el principio del derecho de autodeterminación de los pueblos. Ningún pueblo y ninguna parte de un pueblo deben ser retenidos contra su voluntad en un conjunto estatal que rechazan».

Por supuesto, estoy lejos de proclamarme nacionalista o promotor de la nación identitaria camba – porque no está dentro de mis intereses una reivindicación nacionalista – pero yo creo en el individuo y en su libertad de asociación por valores comunes, por lo que no me molesta que me hagan notar que mis valores coinciden con la identidad de los cambas. Esa es la diferencia entre el nacionalismo liberal del que hablaba Mises y el nacionalismo imperialista que enferma las mentes del país: del primero uno puede sentirse en paz, pero del segundo hay que excusarse.

No tengo claro qué es la bolivianidad, no guardo ningún sentimiento por este país que cada 6 de agosto los políticos lo presentan como si fuese una persona con la que se puede tomar un café. No logro entender qué es ser boliviano ni encuentro integración entre mis valores y esta ficción que varía de acuerdo al gobierno de turno. Todo indica que Bolivia es un Estado que se alimenta de los nacionalistas y las naciones. Por eso no coincido con esa idea y no tengo problema con que se me tilde – aunque despectivamente – como apátrida.

Yo creo en la libertad y en un sistema social de cooperación en ausencia de Estado, pero si eso se integra en la identidad cultural que se define como «camba» entonces lo soy, pero soy un camba universal. Mi patria no es una ficción sino mi hogar, y mi hogar es donde y quienes yo quiera.