De Antofagasta a Sucre; el viaje de la bandera boliviana rescatada por Genoveva Ríos

CASA DE LA LIBERTAD

El rojo, amarillo y verde de la bandera boliviana en la Casa de la Libertad de la ciudad de Sucre



Iván Ramos, Periodismo que Cuenta

En el majestuoso Salón de los Símbolos Patrios, el rojo, amarillo y verde de la bandera boliviana despliegan su vibrante historia, ondeando con la misma fuerza que hace 145 años. Este emblema, que en su último aliento flameó sobre el puerto de Antofagasta el 14 de febrero de 1879, se erige hoy como un testimonio de resistencia en la Casa de la Libertad, en Sucre, la capital de todos los bolivianos.

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La Casa de la Libertad, que custodia los tesoros más preciados de la nación como el Acta de la Independencia, la espada de Antonio José de Sucre, y los restos de Juana Azurduy y Manuel Ascencio Padilla, acoge en su seno esta bandera. Sus paredes están adornadas con las imágenes de libertadores e indígenas que, con el paso del tiempo y la lucha constante, abrieron las puertas hacia la libertad. Es un espacio donde la historia de Bolivia cobra vida, donde cada objeto cuenta una parte de la ardua construcción de la nación.

Roberto Salinas, guía de la Casa de la Libertad, relata con profundo respeto la historia de Genoveva Ríos Zeballos, la niña que, en un acto de heroísmo sin par, salvó la bandera boliviana de las manos invasoras. Era febrero de 1879, y las tropas chilenas, confiadas en su poder, habían dejado al escudo boliviano vulnerable.

Genoveva, con solo 14 años, escaló con determinación hasta lo más alto de la Prefectura de Antofagasta, descolgó la bandera, y la dobló con el cuidado de quien sabe que guarda en sus manos el alma de su patria.

Oculta entre sus ropas, huyó con su familia hacia Iquique, entonces parte del Perú, donde entregó la bandera al cónsul boliviano, asegurando que el símbolo patrio sobreviviera a la ocupación.

Hoy, esa misma bandera se despliega por primera vez en toda su magnitud en el salón de la Casa de la Libertad. A su lado, se exhiben el uniforme del general Hilarión Daza Groselle, bajo cuyo gobierno estalló la guerra, y el uniforme de los Colorados de Bolivia, el regimiento que resistió con valentía la invasión chilena.

Estos objetos, teñidos del mismo rojo de la sangre derramada, no son solo reliquias de un pasado distante; son la memoria viva de un tiempo en que la soberanía se defendía a sangre y fuego.

El cónsul boliviano, a quien Genoveva confió la bandera, la presentó a la Sociedad de Historia, y tras la custodia la custodia, finalmente llegó a la Casa de la Libertad, donde ha sido guardada en una urna hasta el día de hoy. Al desplegarse en todo su esplendor, esta bandera revive el espíritu indomable de un país que, aunque mutilado en la Guerra del Pacífico, nunca dejó de luchar por su identidad.

Genoveva Ríos, hija de Clemente Ríos e Ignacia Zeballos Taborga, se convirtió en un símbolo de la resistencia nacional. Su acto, recordado con reverencia cada 17 de agosto, Día de la Bandera, es un recordatorio del sacrificio y la valentía que han definido a Bolivia. El 14 de febrero de 1879 marcó el inicio de un conflicto que dejó profundas cicatrices: Bolivia perdió su acceso al mar, 400 kilómetros de costa y cerca de 120.000 kilómetros cuadrados de territorio. Pero en cada pliegue de esa bandera que Genoveva rescató, late el corazón de un país que nunca renunció a su historia.

Hoy, 17 de agosto, al conmemorarse la creación de la bandera boliviana en 1825, once días después de la firma del Acta de Independencia, la nación recuerda no solo los cambios que este símbolo ha sufrido a lo largo de los años, sino también el inmutable espíritu de resistencia y orgullo que encarna.

Es una herencia que Genoveva Ríos y tantos otros héroes anónimos han legado a Bolivia, un país que sigue ondeando sus colores con el mismo coraje de aquel día en Antofagasta.

Fuente: erbol.com.bo