Colectivos sociales en castillos de cristal

 

Los movimientos obreros surgieron durante la Revolución Industrial, caracterizado por la asociación de grupos de trabajadores encargados de buscar mejores condiciones laborales. Las malas condiciones de trabajo en la que desarrollaban sus actividades, comenzaron a ser discutidas, sumándose múltiples factores de índole político, incluido el aislamiento que habían tenido en la toma de decisiones. Originalmente este movimiento toma una postura de corte liberal, buscando el otorgamiento de derechos individuales, aunque paulatinamente fueron absorbidos por ideologías de izquierda y en casos radicales mucho más anarquistas.



“Durante el periodo de surgimiento de los colectivos sociales, la influencia que tuvo K. Marx de parte de Hegel, lo llevó a pensar que todas las formas de identidad humana que se han realizado históricamente son episodios que se esconden –antes que revelar– la esencia humana, por lo que la humanidad comunista será muy distinta de lo que la historia ha conocido y las adscripciones culturales que han otorgado sus identidades a los individuos reales serán borradas”. (John Gray, Post-Liberalism, New York, Routledge, 1993).

Bajo esta premisa, los colectivos modernos, buscan diferenciarse de aquellas clásicas que alcanzan los ideales de la comunidad. A pesar de que todas, tienen en común la idea fuerte de comunidad inspirada en la ideología de corte comunista. Entendiendo al grupo como algo más complejo que un simple elemento de planes de vida individual de cada uno de sus miembros.

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Se debe precisar que los conceptos de comunidad son de un complejo discernimiento, toda vez que no se enmarcan única y exclusivamente en los límites de un Estado, además, si ese fuera el caso, deberá considerarse que, dentro de un mismo Estado, conviven diferentes naciones, cada una con su propia identidad cultural.

Para los teóricos de esta doctrina, sólo es posible alcanzar un grado óptimo de “redistribución” del ingreso mediante la comunidad, partiendo de que se considera que debe existir un interés recíproco en el bienestar colectivo. La tan mentada “redistribución”, tiene como principal objetivo eliminar las desigualdades más acentuadas, sin tomar en cuenta el derecho natural de los hombres adquirida al instante mismo de nacer.

Para la redistribución equitativa, buscan eliminar las consecuencias de un alcance universal, tratando de enfocarse exclusivamente en los intereses de la colectividad, por lo que la solidaridad pierde un papel significativo y comienza a corporizarse a través de elementos como la propiedad común, que limita la propiedad privada y define automáticamente que todo lo que existe en torno al grupo, le pertenece a la comunidad.

Por el contrario, el liberalismo concibe a las personas como seres individuales, cuyo bienestar es independiente de los grupos colectivos, apartándolos de lo que Mario Vargas Llosa llama la regresión a la tribu. Concebir la identidad social a partir de la identidad individual de los hombres, define a la comunidad de la que forman parte. En esta comunidad de hombres libres, las personas por lo general se ven como individuos con intereses particulares, ligados social y culturalmente a una unidad social.

Las sociedades que priorizan al colectivo por encima de los individuos, intentan mostrar a estos últimos como personas incompletas, incapaces de definir una identidad cultural propia, por lo que buscan imponerles ideas comunes, lenguaje común, formas de conducta comunes, negándoles pertenencia ante la colectividad y tratando de mostrarlos como seres carentes de moral y contrarios a los intereses de un orden político único.

El hombre libre, asume un elemento que para los colectivos es prácticamente inconcebible. La responsabilidad individual, que es la que permite al ser humano mantener el control de su propia vida, por lo que cada quien actua de acuerdo a su consciencia. En el caso de los colectivos, la responsabilidad es entregada en manos del grupo, junto a la libertad cada individuo.

En las últimas décadas, se busca imponer de muchas maneras las ideas de los diversos colectivos –que fueron surgiendo en todo este proceso histórico– como algo superior a las ideas de identidad cultural e individual de los pueblos. La llegada de estos grupos –en origen minoritarios– a los espacios de poder, ha desvirtuado lo que se les reconocía como reivindicaciones sociales, llegando a violentar el orden social existente, la tolerancia y el respeto.

En esta clase de sociedades los derechos individuales son raramente reconocidos, debiendo someterse cada individuo a las restricciones impuestas y a observar cómo se convierten los “derechos colectivos”, en privilegios para unos cuantos que insisten en alimentar monstruos de tres cabezas y construir castillos de cristal en el aire. Mientras tanto, los hombres libres, se encuentran obligados a “elegir” siempre el mal menor como una vaga esperanza de que todo aquello bueno que conocía, no termine de desmoronarse pronto.