«Soy el dictador de mi propio país»: hay más de 100 micronaciones en el mundo que ningún Estado reconoce

Se trata de territorios autoproclamados como soberanos, con autoridades, bandera y fechas patrias propias, pero que no tienen legitimidad. Infobae habló con sus gobernantes que contaron cómo se vive dentro de estas comunidades. ¿Hay una búsqueda de secesión real o simplemente es un juego?

PorMaximiliano Fernández

Kevin Baugh, fundador y autoproclamado dictador de la República de Molossia, una de las tantas micronaciones que hay en el mundo
Kevin Baugh, fundador y autoproclamado dictador de la República de Molossia, una de las tantas micronaciones que hay en el mundo

Fuente: infobae.com



La República de Molossia está ubicada en una superficie de 5.260 metros cuadrados dentro de Dayton, en Nevada, Estados Unidos. El supuesto territorio lo fundó Kevin Baugh en 1977 y hoy tiene 40 habitantes, todos ellos familiares del autoproclamado “dictador” de un país ficticio, con moneda propia, el Volora, con una bandera azul blanca y verde, con rituales pintorescos y leyes estrafalarias.

“Molossia es una dictadura y yo soy el único gobernante y el gobierno completo de nuestra nación. Tomo todas las decisiones que afectan a la nación, con el asesoramiento de mi esposa, la Primera Dama”, dijo Su Excelencia el Presidente Kevin Baugh, tal como se hace llamar, en diálogo con Infobae.

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A Baugh le costó unos 10.000 dólares montar Molossia en un paisaje apacible y seco, donde vive con su familia. Es una de las tantas micronaciones que hay en el mundo: pequeños territorios que se erigen como soberanos, que tienen autoridades propias y una identidad que se distingue del Estado donde están emplazadas. Estados que tienden a ignorarlos y jamás los reconocen.

Molossia consta de 5.260 metros cuadrados ubicados en Dayton, Nevada, y todos sus ciudadanos son de la familia BaughMolossia consta de 5.260 metros cuadrados ubicados en Dayton, Nevada, y todos sus ciudadanos son de la familia Baugh

Molossia en particular es más bien una broma, una burla a otras naciones dictatoriales que le sirve a la familia Baugh para sacarle provecho a los turistas que se ven atraídos por conocer su funcionamiento y concurrir a algunas de sus fechas patrias: el Día del Fundador, el Día del Emperador Norton, el Día del Tío, el Día de Boulder, el Día de las Galletas con Chispas de Chocolate.

“Tenemos una cultura muy activa, distinta a la de los EEUU. Tenemos nuestros propios días festivos y nuestras propias leyes. Nunca hemos tenido problemas con el estado de Nevada ni con el gobierno de los Estados Unidos. Ellos tienden a ignorarnos y nosotros a ellos. Molossia se fundó a partir del deseo de tener nuestra propia nación y todos los días exploramos qué es lo que hace a un país y qué podemos hacer con la idea de tener nuestra propia nación”, señaló Baugh.

Dentro del territorio, está terminantemente prohibidos la espinaca, el tabaco, tocar el tambor dentro del baño, las morsas y los bagres. “Se prohíbe el bagre porque nosotros íbamos a aparecer en una revista, pero en lugar de nuestra nota optaron por publicar un artículo sobre unos tipos que pescaron bagres con sus manos”, explicó el presidente, quien tiene su propia casa de gobierno, su casa de la moneda que emite los billetes Volora, sin ningún valor real, y que luce un atuendo militar extravagante, siempre con gafas de sol oscuras.

Baugh junto a la "primera dama" Adrianne, su única fuente de consulta para las medidas a tomar en su país ficticioBaugh junto a la «primera dama» Adrianne, su única fuente de consulta para las medidas a tomar en su país ficticio

Dentro de Molossia, Baugh, su fundador, es la única autoridad. Él toma todas las decisiones, propone los días festivos -que cada vez son más- y decreta las regulaciones absurdas -que también cada vez son más-. “La Primera Dama es mi sucesora designada. Como ya he dicho, es mi asesora más cercana y la opción lógica para tomar las riendas de la nación cuando yo ya no pueda gobernar”, dice con total seriedad, sin salirse del personaje.

Qué son y cómo funcionan las micronaciones

Harry Hobbs es profesor de Derecho en la Universidad de Sidney. Es, además, un estudioso de las micronaciones. Escribió artículos y un libro al respecto, intentando darles un marco teórico y jurídico a las más de 100 naciones autoproclamadas que identificó alrededor del mundo.

Hobbs define a las micronaciones como “naciones autodeclaradas que realizan e imitan actos de soberanía y adoptan muchos de los protocolos de las naciones, pero carecen de una base en el derecho nacional e internacional para su existencia, y no son reconocidas como naciones en foros nacionales o internacionales”.

La definición se centra en el estatus legal. A pesar de los esfuerzos creativos para fundamentar un intento de secesión, las micronaciones no son Estados. Son, por defecto, “ilegales” y se establecen por distintas razones, según el experto: por pretensiones libertarias, por protesta política, por razones ambientales, por turismo (¿qué mejor manera de alentar a los turistas que organizando un desfile del Día de la Independencia?) e incluso por mera diversión, para hacer amigos y forjar una comunidad.

Micronaciones hay de todo tipo y objetivos. El Reino Gay y Lésbico de las Islas del Mar de Coral, por caso, visibilizó una protesta política contra las leyes que discriminaban al colectivo LGBTQI en Australia. El Estado Independiente de Aramoana se formó para proteger al entorno de una región en la Isla Sur de Nueva Zelanda de una fundición de aluminio. La República Libre de Liberland parece un intento de crear realmente un nuevo país en una tierra que ningún estado reclama. Y después están los que son más bien “performativos”. La ya mencionada República de Molossia, El Principado de Wy en Sydney y el Reino de Lovely en Londres son intentos de divertirse un poco y, ¿por qué no?, ganar dinero con la atracción de turistas.

一¿Qué postura suelen adoptar los Estados ante el surgimiento de una micronación?

一Los Estados pueden adoptar diferentes enfoques 一respondió Hobbs a Infobae一. Puede que vean a la micronación no como algo divertido o tonto, sino como un verdadero intento de secesión. En estos casos, el Estado suele enviar a la policía o al ejército para detenerla, como sucedió en la República de Minerva. Sin embargo, lo más habitual es que el Estado ignore lo que está sucediendo. Razonan, con bastante razón en mi opinión, que la micronación depende de la atención de los medios de comunicación y que cualquier esfuerzo por detenerla solo atraerá más atención y entonces la gente empezará a apoyar a la micronación en una batalla del tipo David contra Goliat.

一¿Alguna vez un Estado reconoció formalmente a una micronación?

一Nunca ha habido un caso en el que un Estado acepte la micronación como legal. De hecho, una de las características fundadoras de una micronación es que no es legal. Incluso, más allá de que el Estado tolere la existencia de una micronación, sigue actuando para garantizar que el fundador pague impuestos, respete las normas de circulación y cumpla todas las leyes ordinarias.

La mayoría de las micronaciones son muy abiertas y están felices de que la gente se convierta en ciudadana. En algunos casos hasta ofrecen la ciudadanía a través de un formulario online. El problema radica en que, a veces, una persona en una situación desesperada puede asumir que se trata de una ciudadanía real, que le permite viajar a algún lugar en el mundo, cuando en realidad no atañen ningún derecho.

Kevin Baugh, en su despacho presidencial, durante el Día de las Galletas con Chispas de ChocolateKevin Baugh, en su despacho presidencial, durante el Día de las Galletas con Chispas de Chocolate

Según Nicholas Middleton, geógrafo de la Universidad de Oxford, es difícil determinar cuántas micronaciones existen. En la década de 1980, repasa, se declararon muchas en el norte de Japón, al punto de alcanzar las 150 solo en el país nipón. La mayoría de ellas eran pequeñas empresas rurales que intentaban atraer turistas, aunque muchas desaparecieron en los ‘90, cuando la economía japonesa se desplomó.

“Los gobiernos centrales suelen ignorar a las micronaciones con la esperanza de que desaparezcan. Si se les presiona, se niegan a reconocerlas insistiendo en que sus ciudadanos siguen pagando sus impuestos a las autoridades centrales”, advirtió el autor del libro Atlas de países que no existen.

Solo una vez se ofreció una concesión de parte del Estado. El Principado de Hutt River, disuelto en 2020 tras cincuenta años de existencia, tuvo una larga disputa con el gobierno australiano en Canberra. En cierto sentido, Hutt River fue reconocida (aunque esa palabra nunca se utilizó) como soberana porque se consideraba que sus líderes no eran residentes de Australia y, por lo tanto, no tenían que pagar impuestos australianos. “Si no vivían en Australia, ¿dónde vivían?”, se pregunta Middleton. “¡En la provincia de Hutt River!”.

Una monarquía preocupada por el medioambiente

El Gran Ducado de Flandrensis surgió en 2008. El belga Niels Vermeersch la fundó con el objetivo de concientizar sobre la conservación del medioambiente y estableció un gobierno monárquico que hasta hoy lo tiene a él como máxima autoridad o, más bien, como Gran Duque.

Flandrensis está compuesta por cinco islas situadas frente a las costas de la Antártida Occidental: la Isla Siple, Isla Cherry, Isla Maher, Isla Pranke y la Isla Carney. En lugar de aspirar a la gobernanza o al asentamiento real, sus reclamos territoriales son puramente simbólicos.

“Flandrensis es única entre las micronaciones en el sentido de que no reclama ninguna masa de tierra tradicionalmente habitada por personas. En cambio, reclamamos territorios en la Antártida, que están destinados a ser una declaración simbólica para la conservación del medioambiente y la defensa del clima. Nos centramos intensamente en promover la conciencia ambiental y defender la acción climática”, expresó Omar Cisneros, que ostenta el título de canciller.

Su sistema monárquico está encabezado por Vermeersch, el Gran Duque. Como líder simbólico y ejecutivo, guía la visión y misión de su país ficticio, “manteniéndose firmemente comprometido con sus objetivos medioambientales”. Bajo su dirección, se disemina una estructura gubernamental que incluye un gabinete, ministerios específicos como el de Asuntos Antárticos y el de Medio Ambiente, y un Consejo Privado, todos ellos compuestos por voluntarios de distintas partes del mundo que operan principalmente en línea.

Cisneros, el canciller, es el líder del gabinete. Se encarga de implementar las políticas y supervisar las operaciones diarias de la micronación. El equipo de gobierno se reúne de tanto en tanto para discutir y definir “asuntos de Estado” pese a sus recursos limitados. A modo de recompensa, otorgan títulos honorarios a quienes participan activamente en la comunidad.

Como todo micronación, Flandrensis tiene una identidad propia. Su bandera, con su escudo que simula ser una monarquía con siglos de antigüedad, su himno y sus días de celebración. Incluso tiene un equipo nacional de fútbol que participa en torneos con otros países no reconocidos.

“Como nos consideramos un proyecto ambiental y cultural, que crea conciencia sobre el cambio climático a través del micronacionalismo, tenemos muy pocos problemas o interacciones con los gobiernos nacionales”, comentó Cisneros. “No tenemos intenciones reales de provocar ninguna ruptura con ningún gobierno. Nuestras reivindicaciones sobre la Antártida son puramente ceremoniales. No buscamos reclamarlas legalmente en ninguna esfera internacional”.

La tierra de la libertad

Liberland tiene más de mil ciudadanos y 750 mil interesados en obtener la ciudadaníaLiberland tiene más de mil ciudadanos y 750 mil interesados en obtener la ciudadanía

“Vivir y dejar vivir” es su lema. La República Libre de Liberland es una micronación ubicada en la península de los Balcanes, en un pequeño territorio de 7 kilómetros cuadrados que se encuentra en la frontera entre Croacia y Serbia. Esa superficie quedó “vacante” después de la Guerra de Yugoslavia; ni Serbia ni Croacia la reclamaron como propia y Vit Jedlicka, un político checo, aprovechó esa “tierra de nadie” para fundar su propio país en 2015.

Liberland aspira a convertirse en el país “más libre del mundo”. “Liberland es un lugar al que acuden las personas que quieren vivir libremente y perseguir sus sueños para escapar de la sobrecarga regulatoria que muchos experimentan actualmente en sus países de origen. Es una nación nacida a partir de la libertad. Los amantes de la libertad del mundo se sienten privados de sus derechos y nosotros buscamos darles una patria”, dijo a Infobae su presidente y fundador Jedlicka.

Lo curioso de esta micronación es que casi nadie vive en el territorio, pero se jacta de tener más de mil ciudadanos, que pagan una membresía en una criptomoneda llamada Mérito, y 750 mil peticiones que están en análisis. Liberland es, quizás, la nación ficticia que más ha escalado en el mundo, con más de cincuenta oficinas distribuidas en distintos puntos del planeta, entre ellos Argentina. Incluso aseguran que el presidente Javier Milei es un admirador de su concepción liberal.

“Hemos establecido comunicación con el partido libertario del presidente Millei y seguimos en contacto. Estamos orgullosos de esta relación estratégica, ya que compartimos los mismos valores. Sin embargo, por el momento no puedo dar más detalles sobre asuntos que aún no están resueltos”, deslizó Samuela Davidova, portavoz de Liberland.

Su organigrama se compone de un presidente y cuatro ministros que gestionan las funciones esenciales. Ahora están en transición hacia una “meritocracia constitucional” como pretendían desde el principio. En este sistema, los ciudadanos votan directamente sobre las políticas en lugar de limitarse a elegir a sus representantes. Según explican, la votación no seguirá el sistema tradicional de una persona, un voto. En su lugar, se utilizarán instrumentos de votación obtenidos por tener una participación a largo plazo en el sistema.

“Estos instrumentos se pueden canjear, pero solo después de un tiempo determinado, lo que demuestra un compromiso sostenido con la nación. Este sistema protege a Liberland de los riesgos de la plutocracia, donde los ricos podrían, de otro modo, comprar influencia y dominar la toma de decisiones”, explicó Michal Ptacnik, su ministro de Justicia.

El papel del presidente evolucionará hacia un puesto ceremonial, con el gobierno al mando de un Primer Ministro que es nominado -y que también puede ser destituido- por el Congreso. Y, más aún, apuntan a una estructura que definen como “gobierno corporativo”: quienes logran los acuerdos más significativos con la nación se convierten en senadores. El Senado tiene poderes de supervisión de los presupuestos y puede derogar disposiciones legales, pero no tiene autoridad legislativa ya que no es elegido por voto popular.

Las reacciones de Serbia y Croacia fueron muy dispares. Desde la fundación de Liberland, el gobierno serbio no opuso resistencia, les permitió reunirse y hacer uso del territorio sin inconvenientes. En cambio, el gobierno croata se mostró reticente e intentó impedir el avance de la micronación en pos de la seguridad nacional.

“En 2023, logramos un avance significativo cuando se aseguró el acceso total a la tierra, lo que nos permitió establecer un asentamiento permanente. Desde entonces, hemos estado desarrollando activamente nuestra comunidad. En los casos en que surgen desafíos, buscamos vías legales, políticas y diplomáticas para resolverlos. Mientras tanto, construimos, prosperamos y crecemos, y de ese modo demostramos diariamente a las autoridades croatas que Liberland no representa ninguna amenaza. Por el contrario, nuestra presencia representa una oportunidad importante para el desarrollo de una región que necesita más negocios, turismo y empleos”, indicó Thomas Walls, ministro de Asuntos Exteriores.

¿Cuál es el objetivo final de Liberland? Convertirse en un micro estado europeo o, como ellos dicen, en “una pequeña Singapur en el corazón de Europa”. A largo plazo, pretenden que en esos 7 kilómetros cuadrados de difícil acceso puedan convivir unos 120 mil habitantes y entonces transformar esa tierra, que era de nadie, en un área pujante. En este caso, micronación sí rima con ambición.