Japón y Boliva tienen una larga historia de amistad, la cual este 2024 cumple 125 años desde la llegada de los primeros japoneses a Bolivia. Esta fraternidad se extendió también a ambos Gobiernos, estableciéndose estrechas relaciones diplomáticas hace 110 años. El embajador del Japón en Bolivia, Hiroshi Onomura, aborda ambos hitos históricos en esta entrevista exclusiva.



—¿Por qué llegaron los primeros japoneses a Bolivia hace 125 años?

Hay tres razones que explican la llegada de japoneses a Bolivia, hace 125 años: el escape de la crisis, los sueños promovidos por el magnetismo de Sudamérica y dos auges concretos en Bolivia. A modo de resumen, en las últimas décadas del siglo XIX, Japón llevó a cabo un proceso de modernización que implicó varias transformaciones económicas y sociales. Estas reformas ocasionaron el desplazamiento de ciudadanos desde el campo hacia la ciudad, el desempleo en las zonas rurales y una sobrepoblación urbana, problemas que se sumaron a la inflación y desajustes monetarios que ocasionaba el viejo sistema de múltiples monedas.

Desde este punto de vista, la emigración a otros países se vio como una solución que inclusive fue apoyada por el Gobierno. La segunda razón está en el otro lado del planeta. La economía sudamericana pasaba por un momento de apogeos, como por ejemplo la fiebre del caucho, el boom del guano, los auges del azúcar, del cobre o de los ferrocarriles, o la era de la plata. Fue en esta época que azucareras privadas de Perú demandaron una gran cantidad de fuerza de trabajo por lo que surgieron empresas, en Japón, dedicadas al reclutamiento y colocación de mano de obra.

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El antagonismo entre la situación japonesa y la hispanoamericana creó una ola de emigraciones llenas de sueños y proyecciones de un futuro brillante y exitoso. La tercera razón está en Bolivia, que vivió la fiebre del caucho y el auge del ferrocarril. Ya podrá intuir el porqué entraron a Bolivia.

—¿Cómo llegaron los primeros inmigrantes japoneses a Bolivia?

Era la época de los barcos y la tracción animal, antes de la invención del avión o la llegada de los automóviles. La travesía comenzaba en el puerto de Yokohama, en Japón, y un viaje por barco de 36 días hasta Callao, en Perú. Desde allí, había dos maneras de ir a Bolivia: una por tren, hasta Arequipa, y otra por barco hasta Mollendo, de unos dos o tres días. Arequipa y Mollendo son regiones peruanas que están cerca de la frontera con Chile. Hay datos sobre uno o dos jóvenes japoneses que conocieron a un maquinista de la empresa The Antofagasta Bolivia Railway Co. Ltd., quien iba de retorno a Oruro.

Ellos tuvieron que usar la ruta por Arequipa. Hay otro grupo, el más estudiado y conocido, de 93 japoneses, que usaron la vía por Mollendo para tomar el tren que iba a Puno, en las orillas del lago Titicaca. En esa época había barcos a vapor que cruzaban todo el lago hasta Puerto Pérez, en Bolivia. Desde allí, seguramente cargaron su equipaje en carretas o mulas, y tuvieron que ir a pie, primero hasta Sorata y luego a San Antonio, a las plantaciones de caucho de Adalberto Violand, en el norte de La Paz.

Lo bueno es que hay registros de la llegada a San Antonio. Fue el 23 de septiembre de 1899, tres semanas y dos días después de la partida desde Lima. La llegada a San Antonio para residir en Bolivia simboliza el inicio de la inmigración japonesa a Bolivia. Por eso celebramos el 23 de septiembre como el Día de la Inmigración Japonesa a Bolivia.

—¿Cuántos japoneses llegaron a Bolivia?

Uno o dos a Oruro, y 93 a San Antonio. Sin embargo, de este grupo grande que llegó para trabajar en las plantaciones de caucho, solo quedó un puñado, y la mayoría retornó a Perú o Japón. Pero fueron llegando otros que usaron el río Madre de Dios para ir a las plantaciones de goma del norte boliviano. En 1923 se contó a 601 japoneses en Bolivia. En la posguerra llegaron 1.685 a San Juan y 3.229 a Okinawa, ambas colonias que se crearon en Santa Cruz después de la firma de un convenio migratorio. Hoy tenemos más de 14.000 nikkeis, es decir, inmigrantes japoneses y sus descendientes, incluyendo a los recién llegados o a los tataranietos de los antiguos. De todos ellos, cerca de 3.200 tienen nacionalidad japonesa.

—¿Cuáles fueron las regiones bolivianas escogidas por los japoneses?

Como decíamos, la inmigración japonesa comenzó en Oruro y la provincia Larecaja de La Paz. Los siguientes grupos de japoneses se esparcieron por varias ciudades. Antes de la Segunda Guerra Mundial, había presencia japonesa en unas 15 ciudades. Las más importantes ―y en este orden― fueron Riberalta, La Paz, Santa Cruz de la Sierra, Trinidad, Oruro y Cachuela Esperanza. En la posguerra, destacaron las colonias japonesas San Juan y Okinawa, donde actualmente está la mayor parte de la comunidad japonesa de Bolivia.

—¿A qué se dedicaron los primeros japoneses en Bolivia?

En las primeras dos décadas del siglo XX, había unos 200 japoneses registrados como “rescatistas de goma”, todos en Riberalta. Pero en todo el país había agricultores, almaceneros, arrendatarios, dueños de restaurantes, peluqueros o vendedores ambulantes. También hubo algunos oficios que ahora no están ocupados por japoneses, como por ejemplo los artesanos de bambú, los leñadores o los palafreneros, es decir, los mozos de caballos. En 1917, solo se registró a un médico, un fotógrafo y un herrero, que eran las ocupaciones minoritarias.

—¿Qué rastros dejaron los primeros japoneses en Bolivia?

Escuché de lo importante que fueron los negocios de los japoneses en la calle Comercio, cerca del kilómetro cero y donde está el Palacio de Gobierno, y en las calles aledañas. La Casa Komori o la Casa Ochiai son ejemplos de esto, y una de ellas tenía sucursales en Oruro, Cochabamba, Santa Cruz, Sucre y Tarija. Tenían fábricas de camisas, pañuelos, pijamas y ropa interior, lo que quiere decir que impulsaban la producción boliviana. Claro, todo esto se detuvo en la Segunda Guerra Mundial.

El judo fue introducido por un japonés y las marcas de vehículos japoneses más conocidas en Bolivia fueron traídas inicialmente por inmigrantes. En el norte de Bolivia, hay comunidades con nombres que muestran el paso de los japoneses hacia las zonas gomeras, como por ejemplo Nuevo Japón, Yokohama, Tokio o Mukden. También hay apellidos japoneses que, a lo largo de casi un siglo, se han bolivianizado y se escriben diferente, como por ejemplo Osinaga (Oshinaga), Kuajara (Kuwahara), Jiguchi (Higuchi), Takussi (Takushi), Ave (Abe) o Siguekuni (Shigekuni). Más adelante, también se notan algunas huellas de japoneses en la comunidad boliviana, como por ejemplo el gusto por el karaoke o la comida japonesa, traídas a este país por inmigrantes.

—¿Cómo fue el proceso para el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, las cuales cumplen 110 años este 2024?

La parte boliviana fue la que tomó la iniciativa. Antes del inicio de nuestras relaciones diplomáticas, Bolivia había suscrito tratados con casi todos sus países vecinos y algunos europeos, pero ningún asiático. Tal vez el desarrollo de Japón, después de las reformas Meiji, llamó la atención de los diplomáticos bolivianos. En 1908, la Cancillería boliviana inició algunos acercamientos, pero el fin del mandato del presidente Ismael Montes Gamboa detuvo este impulso.

En 1913, el reelecto presidente Montes volvió a promover el acercamiento con Japón y el 13 de abril de 1914 se firmó el Tratado de Comercio entre Bolivia y Japón. El primer artículo de este tratado dice: “Habrá sólida y perpetua paz y amistad entre Bolivia y Japón, y sus respectivos súbditos y ciudadanos”, un mandato que estoy seguro que se ha cumplido y lo seguimos promoviendo hasta ahora. Las relaciones entre nuestros Gobiernos son tan buenas como las que hay entre nuestros pueblos.

—¿Cómo está la cooperación japonesa a Bolivia?

Seguimos cooperando a Bolivia. Hay proyectos clásicos y que ya son parte de la sociedad boliviana, como por ejemplo el aeropuerto Viru Viru, la carretera internacional Patacamaya – Tambo Quemado, los hospitales gastroenterológicos en La Paz, Cochabamba y Sucre, el Materno – Infantil de Trinidad, el Japonés de Santa Cruz o la trucha del lago Titicaca que comen los bolivianos, que fue introducida por expertos japoneses. Hay otros proyectos que llegan directamente a comunidades y barrios, que han servido para construir aulas, equipar centros de salud u ofrecer agua en comunidades alejadas.

Ya superamos los 700 proyectos de este tipo, contando solo aquellos ejecutados en Bolivia. También siguen llegando voluntarios japoneses y continuamos recibiendo a profesionales bolivianos para su especialización o capacitación. En general, nuestra agencia de cooperación, JICA, está realizando un buen trabajo en Bolivia. Entre los proyectos nuevos, hace poco inauguramos defensivos en la carretera antigua que une Cochabamba y Santa Cruz, en zonas que fueron seleccionadas debido a que solían derrumbarse cada año. Esperamos que la tecnología japonesa que aplicamos y enseñamos a los técnicos bolivianos aguante las siguientes épocas de lluvia.

Sería gratificante escuchar, dentro de unos años, que estos tramos dejaron de cortarse debido a los deslizamientos. Solo tenemos una obra inconclusa, en la carretera que une Okinawa con el Parque Industrial de Santa Cruz. La cooperación japonesa terminó de construir la parte que le correspondía, y esperamos que pronto se logre algún mecanismo para que Bolivia pueda cumplir su parte del compromiso y se logre la conexión entre ambas zonas.

—Se habla mucho de un préstamo para el COVID-19. ¿De qué se trata?

Es un diálogo iniciado en la primera mitad de 2021, durante la pandemia. En ese entonces, todos los Gobiernos del mundo utilizaban sus preciados recursos económicos para enfrentar al virus y sus efectos médicos, económicos y sociales. Comprendiendo esta difícil situación, Japón ofreció un esquema de préstamos para algunos países amigos, incluida Bolivia. Este ofrecimiento complementaba el apoyo que estuvimos dando, en forma de donaciones, para el equipamiento especializado en hospitales de tercer nivel. Se trata de un sistema de reposiciones de gastos ya ejecutados, y Bolivia solo debe demostrar que realizó ciertos gastos a favor de su población o para fortalecer sus servicios de salud, con el fin de iniciar el trámite de desembolsos.

Por diversos motivos, la firma de las notas reversales recién se logró en marzo del año pasado. En cuanto a los detalles, se trata de un préstamo de hasta 15.000 millones de yenes, a una tasa de 0.01% anual y un plazo de 15 años, que incluye un periodo de gracia de cuatro años. Creo que son condiciones realmente concesionales. Mucha gente cree que podemos desembolsar este dinero inmediatamente, pero no es así, dado que hay trámites bancarios y otros formalismos necesarios para depurar los gastos admisibles. En caso de aprobarse y ser utilizado, me gustaría que, a los ojos de los bolivianos, este préstamo haya sido útil y aprovechado eficazmente. De nuestra parte, siempre estaremos atentos a las necesidades de un pueblo amigo con el que tenemos una larga historia de amistad y excelentes relaciones.