Álvaro Vargas Llosa
La encuesta del Centro Nacional de Consultoría no dijo esta semana nada que los actores principales de la campaña electoral colombiana no intuyeran, pero dio una dimensión más dramática al proceso dentro y fuera del país. Que el Presidente Juan Manuel Santos esté por debajo del candidato del uribismo, Óscar Iván Zuluaga, hasta hace poco desconocido por la mayoría de ciudadanos a pesar de haber sido ministro, confirma que no es un bache, un malhumor o una coquetería sino un fenómeno real: Santos puede perder los comicios del próximo domingo.
Tuve ocasión de estar en Bogotá hace un par de semanas y esto se veía venir. Los síntomas eran inequívocos: Juan Manuel Santos acababa de pedir -para su mala suerte- al asesor venezolano J. J. Rendón, conocido por sus tácticas contundentes, que dejara de asesorarlo desde Miami y se instalara en Colombia para la recta final. El mandatario sabe bien lo controvertido que es Rendón, no sólo por las campañas que realiza contra él el régimen chavista, sino porque es el tipo de asesor al que uno quiere cerca cuando tiene que demoler a un rival peligroso. Rendón ya había jugado un papel clave al lado de Santos en 2010 para derrotar a Antanas Mockus, el candidato de la “ola verde” que había crecido como la espuma, en segunda vuelta. Era obvio: en la Casa de Nariño había mucho temor.
Otro síntoma importante era la seguridad que se veía en Álvaro Uribe, el no-candidato que pesa más que los candidatos en esta campaña. Tuve ocasión de almorzar con él y con Marta Lucía Ramírez, la candidata del Partido Conservador, en compañía de amigos comunes y noté lo que se nota cuando la fiera tiene a su presa a muy corta distancia: instinto predatorio. Era evidente que Zuluaga iba en ascenso y que la tendencia -la piedra filosofal que puede transmutar derrotas en victorias en las campañas electorales- favorecía a ese ex Ministro de Hacienda al que el ex Presidente Uribe ha convertido en un candidato viable contra todo pronóstico. Era obvio también que se empezaban a tejer alianzas tácitas para una eventual segunda vuelta entre sectores afines: la candidata conservadora, una figura de polendas, no esconde su cercanía al uribismo y entiende bien que, con un 9% en las encuestas, su respaldo puede ser decisivo para Zuluaga.
¿Qué ha pasado? Pues que el cucharón ha agitado, en el fondo de la olla, esa sustancia que estaba empozada allí abajo y que ahora ha subido a la superficie y lo cubre todo: el miedo. El cucharón son, por supuesto, los sectores políticos y líderes de opinión de la centro derecha colombiana que recelan de Santos, en quien ven más oportunismo que convicciones, y que temen mucho una deriva socializante impulsada por fuerzas que han intuido que el actual gobierno les cede espacios de acción cerrados desde hacía mucho tiempo. Había un miedo latente en la sociedad colombiana, traumada por la vesania ideológica de los grupos armados financiados por las drogas, que estaba a la espera de que alguien lo removiera un poco para que saltara al descubierto. Los sectores mencionados así lo entendieron y, liderados por Álvaro Uribe, hicieron lo que hace toda campaña exitosa: romper el nexo afectivo y psicológico entre la población y el adversario en base a despertar sospechas y temores en torno a él o en torno a lo que su triunfo suscitaría aun si sus intenciones son buenas. También -el reverso de la medalla- nimbar al candidato propio con un aura de protector, de garantía contra la materialización de los peligros que despiertan ese miedo.
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Esto, gane o pierda Santos, tiene implicaciones de primer orden. Dicho de otro modo: aun si gana, la segunda presidencia de Santos no será ya la misma que hubiera sido sin el desafío poderoso del uribismo. La desconfianza y por tanto la vigilancia que rodeará un eventual segundo mandato de Santos, así como la presión para impedir concesiones excesivas a las FARC en La Habana y a la izquierda menos moderada en el ámbito político e institucional, condicionarán y moldearán la gestión del actual Presidente. Esto, si gana. Pero es que ahora hay una posibilidad real de que ni siquiera gane.
La campaña de Uribe en favor de su ex ministro, Oscar Iván Zuluaga, ha logrado el objetivo de volver viable al uribismo contra Santos en base a frenar a un tercer candidato que apuntaba como el potencial adversario del actual mandatario en una segunda vuelta: Enrique Peñalosa. Se trata de un ex alcalde que, a pesar de ir aliado con un sector de la izquierda, el del Movimiento Progresistas de Gustavo Petro, tiene una buena relación con Uribe y la centro derecha. Uribe lo respaldó en su segundo -y frustrado- intento por hacerse con la alcaldía capitalina. Quizá por eso mismo y porque ven a Zuluaga como un peligro creciente, los progresistas se aliaron en estos días con uno de los tres partidos -el Liberal- de la coalición santista. Pero ello no ha sido tanto causa como efecto de la desaceleración de la candidatura de Peñalosa, al que ya el sector de izquierda que lo apoyaba al interior de la Alianza Verde no ve como viable. La razón: la disparada de Zuluaga.
Así, lo que Uribe -el factor determinante del ascenso de Zuluaga- ha logrado es adelantar la segunda vuelta, pues el país se va polarizando en dos grandes frentes: el de quienes respaldan la negociación con las FARC en sus términos actuales y el de quienes denuncian una capitulación democrática. En el primer sector están el santismo, la prensa, muchos grupos cívicos y las izquierdas (la candidata Clara López compite con Santos pero apoya el proceso, mientras que los Progresistas ya forman indirectamente parte de la coalición oficialista aunque guarden retórica distancia). En el otro frente está todo lo que se conoce como el uribismo, que va más allá de Uribe pero tiene la huella profunda del ex mandatario. Peñalosa flota en un limbo intermedio y se ve claramente desfavorecido por la creciente polarización, que en cambio fortalece mucho a Zuluaga.
Como toda campaña, esta no está exenta de dicterios, denuncias y revelaciones. Abundan por todos lados y tienen muchos blancos, pero Santos parece haber sido el más afectado. Como es sabido, un narcotraficante colombiano preso en Estados Unidos -uno de los hermanos “Comba”-, declaró que Rendón, asesor de Santos, recibió doce millones de dólares a cambio de hacer una gestión con el gobierno para negociar la entrega de la mafia a cambio de su no extradición. Aunque Rendón lo ha negado, el daño está hecho y le ha costado la cabeza al asesor.
Zuluaga también se ha visto zarandeado por un escándalo: un hacker de nombre Andrés Sepúlveda, que al parecer tiene o tenía relación con un asesor de la campaña opositora, Luis Alfonso Hoyos, es acusado por la policía de ser propietario de una sala de interceptación telefónica desde donde se espió sistemáticamente las negociaciones con las FARC. Esto le ha costado la cabeza a Hoyos y ha salpicado a Zuluaga, pero, a una semana de las elecciones, parece no haber frenado el avance de la candidatura opositora.
La consecuencia que han tenido estos escándalos ha sido forzar más todavía la polarización y agudizar la sensación de segunda vuelta anticipada. Las víctimas de esto, por supuesto, son las candidaturas de Peñalosa, Marta Lucía Ramírez y Clara López. La polarización tiene a su vez un segundo efecto interesante: el acercamiento de la izquierda a Santos -muy a regañadientes y haciendo de tripas corazón- para tratar de frenar al uribismo, el mismísimo diablo. Arma de doble filo para Santos, a quien se acusa de caballo de Troya del chavismo en Colombia: la cercanía de la izquierda legitima y amplía la base política y social de su gobierno -que necesita ese sostén ante la ola de presión de sectores enemistados con las políticas económicas liberales- pero parece confirmar lo que dice el uribismo del actual Presidente a ojos de mucha gente. Quizá este ha sido un dato facilitador de la arremetida de Zuluaga en estos últimos días.
La gran pregunta ante la eventualidad de que el uribismo vuelva al poder es: ¿qué le espera a la negociación con las FARC? Zuluaga ha dicho que no se opone a negociar la paz, pero que la condición previa es el cese de toda acción criminal (lo que incluye, por ejemplo, el reclutamiento de menores). También ha dejado en claro que no es aceptable exonerar a los autores de la violencia de penas de cárcel, aunque está dispuesto, como ocurrió con el proceso conocido como Justicia y Paz, a aceptar condenas reducidas (habla de unos 6 años). No se opone a permitir que los que tuvieron un fusil en las manos, pero no cometieron crímenes, participen en el Congreso, pero no es partidario de una Asamblea Constituyente ni de garantizar escaños a las FARC. En resumen: cabría esperar unas condiciones más duras y un resultado más acorde con la repugnancia moral que expresa la sociedad colombiana en todas las encuestas con la posibilidad de que los actos violentos queden impunes y sus autores pasen a ser respetables representantes y senadores de la noche a la mañana.
Pero, ¿es esto compatible con una negociación real? En otras palabras: ¿aceptarían las FARC estas condiciones? De aceptarlas, se daría quizá una repetición del escenario tantas veces visto: sólo el duro puede negociar con el duro (Nixon con China) porque goza de la credibilidad de la que carece el blando. De no aceptarlas, se caería todo el proceso, lo cual tendría costos importantes, pues, al mismo tiempo que expresa su temor y su resistencia moral ante eventuales concesiones significativas al narcoterrorismo, el pueblo colombiano manifiesta esperanza y sobre todo ardientes deseos de paz. Quizá por eso Zuluaga no quiere descartar la posibilidad de negociar con el enemigo y prefiere discrepar en ciertos aspectos clave.
Esta es una de las campañas latinoamericanas donde no está en discusión el modelo económico. Aunque sectores importantes del país -por ejemplo los movimientos rurales- han realizado protestas masivas contra el modelo, las principales candidaturas lo sostienen. Colombia vive un gran momento y nadie que sea un candidato viable osa cuestionarlo a fondo. Pero en cambio sí están en juego dos visiones de la vía para alcanzar la paz; en eso la campaña colombiana se diferencia mucho de las otras campañas latinoamericanas. De un lado -excepto la izquierda más inmoderada- hay quienes creen que el modelo económico es compatible con un modelo político que dé cabida, legitime y “absorba” al enemigo. Del otro hay quienes creen que lo segundo, además de inaceptable, acabaría con el modelo económico y abriría las puertas a una candidatura de izquierda vinculada al proyecto populista continental independientemente de que gente como Santos pretenda semejante cosa (su argumento es que Santos es capaz de jugar con fuego por oportunismo, no que sea él mismo un filochavista).
El domingo veremos si los segundos han conseguido que a los primeros se les queme el pan en las puertas del horno o todo era un espejismo de la demoscopia.
La Tercera – Chile