Las indígenas artesanas lamentan que el lago haya sido contaminado por la actividad minera, cuyos residuos viajaron a través de los ríos que en el pasado alimentaban el Poopó.
Texto e imágenes: Jimena Mercado C/ Agencia de Noticias Ambientales (ANA)
Fuente: Sumando Voces
A más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, en medio de la planicie árida, el viento altiplánico sopla el rostro ajado de Alejandrina Álvarez. A un costado de su vivienda, donde se protege del sol, usa hábilmente sus manos y una rueca para hilar la lana de oveja. Sus tejidos cuentan una historia, la de su nación: los Uru Murato o “gente del agua”. Con hilos de colores, sus artesanías narran hoy el drama del lago muerto, con peces, patos y parihuanas que corrieron la misma suerte.
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Es la fatal historia del lago Poopó, la gran masa de agua que fue su sustento de vida por centurias, pero que ahora ha desaparecido debido a la crisis climática y la crisis ambiental. Sin embargo, esta cultura milenaria sobrevive a pesar de las adversidades y ahora que su forma de vida se ha visto alterada, se adapta para subsistir.
“Antes vivíamos con lo que nos daba el lago, pero desde que el lago nos ha dejado, las mujeres trabajamos como artesanas, haciendo bolsas, chompas, chalinas, monederos, llaveros, canastas y también sombreros; hasta polleras hacemos con tela de bayeta”, cuenta con orgullo Alejandrina mientras muestra su producción.
Esta es una forma de generar ingresos para su sostén, pero el valor de cada pieza no está solo en su funcionalidad, sino en su significado. Con lana, totora y trabajos hechos en arpillería, las mujeres indígenas mantienen vivo al lago Poopó con diseños que recuerdan la abundante riqueza natural del que fue el segundo lago más grande de Bolivia.
Madre de seis hijos y abuela, Alejandrina creció comiendo pescados, patos andinos, parihuanas, viendo a sus abuelos y a sus padres navegar en las cristalinas aguas del Poopó; también lo hizo su esposo, pescaron pejerrey y cazaron aves para llevar alimentos al hogar. Pero en los últimos años, el inmenso espejo de agua que en su mejor momento llegó a medir a 3.500 kilómetros cuadrados se fue envenenando por la actividad minera de las zonas aledañas y fue mermando de volumen por las sequías hasta agonizar por la sequedad extrema.
“Cuando era pequeña mis abuelos trabajaban en el lago, no había otro trabajo, vivíamos con pescado, parihuana, recogiendo huevos de pato, esa era nuestra comida, tampoco tenemos terrenos para sembrar (…). Cuando el lago nos ha dejado hemos aprendido a trabajar ayudando a los vecinos, a pastear las ovejas”, relata.
La resiliencia y capacidad de adaptación a las nuevas condiciones de vida fueron puestas a prueba cuando las mujeres Uru Murato se organizaron para hacer frente a la pérdida del lago; de inicio optaron por la artesanía y luego decidieron ampliar su oferta: de hacer chompas de lana de oveja y polleras con bayeta de la tierra, exploraron otras técnicas más.
A modo de mantener viva la memoria del lago en su vestimenta, los Uru Murato incorporaron una cinta azul en el borde del cuello de los tradicionales ponchos a rayas (blanco y negro) que visten los varones. Las mujeres, por su lado, llevan la pollera azul. Y un listón azul también se luce en la base del ala de los sombreros de totora que usan para protegerse del sol.
Gregoria Zuna usa una vieja silla de madera y un poco de agua para tejer la totora con sus manos. Con ella crea réplicas de embarcaciones lacustres y de las ancestrales viviendas en forma circular que habitan los urus.
Trabaja bajo el sol, en el centro del patio de su vivienda, en la comunidad de Puñaka Tinta María. Se queja porque en la zona donde vive ya no encuentra el material que utiliza para trenzar sus canastas, sombreros y adornos, por eso busca la materia prima en comunidades vecinas.
“Qué voy hacer, no hay agua ni pescado, por eso hemos aprendido a hacer estas artesanías. Antes había pescados grandes”, dice.
Gregoria lleva su producción principalmente a Oruro para comercializarla, aunque también participó en algunas ferias promocionales.
Desde hace dos años tiene un gran tanque de agua que la Alcaldía del municipio de Poopó instaló en el patio de su casa. Cuenta que antes bebían del pozo, pero sentían afectada su salud. “Grave era tomar del pozo porque nuestros cuerpos nos escocían, nos levantaba alergias en la piel y los niños sufrían de diarreas”.
Las indígenas artesanas lamentan que el lago haya sido contaminado por la actividad minera, cuyos residuos viajaron a través de los ríos que en el pasado alimentaban el Poopó.
Este drama se ha convertido también en parte de su vivencia cultural y lo narran en sus artesanías. “Antes no había contaminación, ahora todo está muerto y hemos aprendido a hacer arpillería en telas y varios productos que vendemos. A algunos les interesa que contamos nuestra cultura”, dice Alejandrina y muestra uno de sus trabajos.
Una conexión histórica y natural con el agua
En Llapallapani, un pequeño poblado del mismo territorio de los Uru Murato, vive Germán Choque, el amauta o sabio de la comunidad. Es de rasgos duros y mirada profunda, pero expresa amabilidad.
Su esposa partió en pandemia, por lo que hoy solo él y sus mascotas habitan la casa de adobes que un día albergó a toda su familia.
Germán habla mucho de la historia de su cultura milenaria, asegura haber leído bastante al respecto y reseña que los Uru Murato descendieron del Alto Perú por el río Desaguadero hasta asentarse, en 1646, en lo que ahora es la ciudad de Oruro, que para entonces tomó el nombre de Uru Uru.
De inicio, habitaban los socavones de la montaña, pero luego se dirigieron hasta las islas del lago Poopó. Su conexión con el agua fue histórica y natural, de allí que se les llame “gente del agua”.
“Vivíamos en la cueva porque había agua en el cerro, en el socavón, como en una isla porque todo estaba rodeado de agua. Luego rebajó el agua y de ahí hemos entrado al lago con los totorales, con las islas flotantes, vivimos de la caza y la pesca, pero el lago se fue secando de a poco”, relata visiblemente emocionado.
Sus ancestros eligieron a sus parejas y conformaron sus familias, cuenta el amauta. Y asegura que la estructura del pueblo Uru Murato estuvo conformada por ocho apellidos: los Álvarez, Lucas, Miranda, Mamani, López, Moricios, Choque, Llapallapanis.
“Juntarse con los hermanos aimaras estaba prohibido porque no están acostumbrados a la caza y a la pesca, no comen aves. La familia Llapallapani se asentó en este lugar donde el río entra con el cóndor y cuando hay agua dulce que baja del cerro llegan las parihuanas”, relata.
Los urus son una de las 36 naciones originarias que conforman el Estado Plurinacional de Bolivia. La conforman tres grupos: los Uru Murato, los Uru Chipaya y los Uru Iruito.
Para 2012, el censo cifró a su población en 2.003 personas (1.005 hombres y 998 mujeres). Los datos del empadronamiento de 2024 revelarán próximamente cuántos son ahora, pero la migración, dadas las dificultades para sobrevivir, parece haber mermado a su población.
El milenario pueblo practicó el trueque para autoabastecerse de productos que no tenían a mano, como azúcar, arroz, fideo, entre otros, y vendía pescado en cantidades importantes para que no falte comida y ropa para las wawas (niños).
“Hoy, ya no hay pescado, el lago se ha secado. Había lago en 1985 hasta 1989 cuando se empezó a secar. Entre 1995 y 1997 ha regresado (el agua), el 2000 aparecieron peces y luego fue rebajando hasta que en 2017 se secó, los pescados han muerto toneladas”, lamenta.
El sabio uru reconoce que la temperatura aumentó y que el clima ya no es el mismo, pero sabe que la contaminación minera ha sido determinante para que el Poopó muera. “De lo que explotan oro baja sus aguas, ahora se ha visto salitre, hay sal y ya no existen parihuanas, no hay ni un flamenco, ni un ave, todas han desaparecido, algunas se han muerto, otras se han ido. Dónde será su vida, (tal vez) en el lago Titicaca o en Coipasa”, supone.
Pasó por todos los cargos comunales y dice que de tanto leer la historia de los urus, esta la encontró a él. “Iba preguntando para no olvidar de dónde venimos, ¿por qué estoy pescando? No hay que olvidar lo que somos. Yo creo que hay que seguir luchando, trabajando, para no perder la cultura”, reflexiona.
De pescadores a albañiles
Germán Choque recuerda que en 1974 tuvo que estudiar con profesor particular en su comunidad porque no había escuela para los Uru Murato, pero ahora que ya tienen unidades educativas e ítems para maestros, han perdido a su lago y con ello parte de su identidad.
“Ya nadie pesca, han hecho un cambio de trabajo, algunos se han vuelto jornaleros, otros están pasteando, otros se han vuelto albañiles, y rápido se han vuelto profesionales albañiles, ¿será que el pescado nos ha dado la inteligencia?”, se pregunta en referencia a las virtudes nutricionales de este alimento.
Lo cierto es que hasta hacer adobes es una ciencia en la tierra árida de los urus, porque para conseguir la tierra ideal para producirlos se debe recorrer kilómetros, dado que la de Llapallapani no sirve para la construcción.
Rufino Choque, alcalde comunal de Puñaka Tinta María, asegura que a los comunarios, especialmente a los adultos, les cuesta pensar la vida sin el Poopó. “Estábamos acostumbrados porque el lago era como el papá y la mamá”, grafica el sentimiento del pueblo.
Como hombres del lago siempre reivindican que su modo de subsistencia fue la pesca y la caza, algo que a Rufino le cuesta abandonar del todo pese a las circunstancias.
“Hasta ahora siempre voy a buscar ríos y lagos (…). Mi abuelo pensaba que, como el Titicaca no seca, no iba a secarse (el Poopó), creía que iba a ser eterno, pero lamentablemente no ha sido así. Los urus hemos sufrido una pena cuando se ha secado”, relata con sufrimiento en el semblante.
Ante esa realidad, dice que el pueblo se readaptó a las nuevas condiciones y apostó a la artesanía, pero también fue un duro golpe al ver que tampoco había la totora, el material de trabajo que proveía el lago.
“Pensamos en criar peces, pero en este sector ya no había, estamos viviendo con artesanías, museos y turismo (…). La gente conoce más a la nación chipaya, mucho nos confunden con los hermanos”, explica.
Seguridad alimentaria: agua potable y proyectos producticos
A partir de la asistencia por la pandemia, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) tomó contacto directo con el pueblo Uru Murato y desde 2020 construyeron una relación de confianza y trabajo a favor de las comunidades.
“Ha sido una motivación porque antes no teníamos agua potable, nosotros sacábamos del pozo, pero estaba contaminado, los hermanos urus tenían enfermedades tremendas, diarreas y otras”, asegura el líder indígena.
Un proyecto concertado entre las comunidades y el PMA permitió un tendido de tuberías de 30 kilómetros para trasladar agua potable desde la comunidad Poopó hasta Puñaka Tinta María.
“Mi persona hizo el inicio del tendido porque necesitaba agua, porque el que necesita se sacrifica y se mata, hemos peleado con los alcaldes porque nunca nos han querido facilitar agua a los hermanos urus, nos decían: ‘¿Para qué quieren agua?’ y hubo un conflicto tremendo, se conversó con los ayllus de San Augustín de Puñaka”, explica.
Cuando el alcalde de Poopó entendió la importancia de contar con agua potable porque hay una escuela, se ejecutó el proyecto.
La otra forma de promover la adaptación de los Uro Murato ha sido trabajar con la niñez y los más jóvenes, sobre todo en técnicas para la producción de alimentos que, regularmente, no podrían ser cosechados en un suelo tan árido.
Diego Roberto Cosme, profesor de física, química y biología de la Unidad Educativa Uru Murato Puñaka Tinta María, destaca el impacto que tuvo la instalación de carpas solares con el apoyo del PMA, donde los estudiantes se hacen cargo de la siembra y recolección de hortalizas, verduras y frutas que son consumidas en los desayunos.
“En la carpa se hizo la preentrega de acelga, tomate, zapallo, beterraga, pepino, espinaca, perejil y ahora estamos adaptando la uva y el limón (…). Ha sido un cambio beneficioso para los estudiantes y los pobladores porque antes ya habías pensado en tener nuestra carpa solar pero no había los recursos”, señala.
El docente menciona que son varias comunidades afectadas por la sequía del lago Poopó como Vilañeque, Llapallapani y Puñaka Tinta María, por lo que contar con un recurso indispensable como el agua ha cambiado la vida de las comunidades.
“Este recurso era escaso, cuando llegué en 2019 había un número escaso de estudiantes porque no había agua, que es indispensable incluso para la higiene, los mismos pobladores migraban a la comunidad de Poopó. Ahora, con el suministro y las carpas que están generando alimentos, los pobladores también han vuelto”, subraya.
El maestro asegura que los comunarios también aprenden de la experiencia y el conocimiento que los estudiantes adquieren sobre los nutrientes de estos alimentos que terminan en sus cocinas. Además, destaca que la producción es orgánica, sin usar químicos.
Otros proyectos ejecutados junto con el PMA
El director País del Programa Mundial de Alimentos, Alejandro López-Chicheri, afirma que el cambio climático está afectando la forma de vida de los Uru Murato y Uru Chipaya, pueblos que han perdido su lago. “Y cada vez, nos damos más cuenta de que no va a volver”.
Su primer contacto con la nación milenaria fue en 2020, a solicitud de la Gobernación, que les pidió ayuda. “Estuvimos visitando a los pueblos afectados por la sequía, pero nos dimos cuenta de que no solo se estaba afectando su capacidad económica sino su supervivencia, es un pueblo chico y necesitaba un apoyo especial”, apunta.
De ese modo, se vio la forma de aumentar su capacidad de resiliencia y no solo acompañarlos durante la emergencia, por lo que el trabajo con ambas comunidades se prolongó por años, siempre en el marco de consensos.
López-Chicheri destaca que apoyar a uno de los pueblos más antiguos del continente era una tarea ineludible.
“Estos hombres y mujeres del agua, que es como se denominan, se han visto afectados al perder su fuente de vida, el lago, los ríos y los peces, y muchos han tenido que migrar a Chile. Nuestro objetivo fue que los urus puedan crecer dentro de Bolivia, que continúen siendo una de las naciones más orgullosas y bonitas del país”, afirma.
El representante señala que el PMA explica que las acciones ejecutadas respetan la identidad del pueblo uru para que se mantengan como pescadores y cazadores, teniendo la posibilidad de producir y cosechar los peces que antes pescaban y aprender la agricultura.
“Los urus debían ir hasta Oruro a comprar las verduras porque no tenían forma de plantarlas. Lo que necesitaban era agua y por eso apoyamos con unas matrices de pozos creados por nosotros con su acompañamiento; son matrices de 30 kilómetros para que pudieran tener agua y sus beneficios”, explica.
Cuando se abrió el grifo se dio un paso calve para instalar las carpas solares en ambas comunidades: Uru Chipaya y Uru Murato. Además, a varias familias se les incentivó a reactivar su economía criando animales de granja, ya sea cui o gallinas, para lo que también se les brindó asesoría técnica.
“Ahora estamos con las piscigranjas piloto que les permita volver a comer pejerrey, esos peces que son parte central de su cultura, de su gastronomía, de sus necesidades”, afirma.
A fin de mejorar sus habilidades, mujeres y hombres de la nación milenaria reciben entrenamiento empresarial para que sus ingresos sean sostenibles.
“Es una nación increíblemente rica en cultura, sus telas son de calidad y verdaderas piezas de arte. Queremos promover eso, que sus artesanías, sus ponchos, sus tejidos, sus colores sean conocidos en otro mundo y se comercialicen afuera”, expresa.
En esta dinámica destaca la participación comunitaria como muy buena, ya que la gente que está involucrada entiende que les queda muy pocas opciones, como enviar a los jóvenes a las plantaciones frutales en Chile o trabajos temporales en las grandes ciudades.
“Lo que queremos es ayudarles a ir donde pertenecen, a su tierra, que mantengan su cultura y su lengua viva. Y que allí se generen empleos, una economía de riqueza; que puedan vender huevos, verduras y a la vez, alimentarse bien”.
Alejandrina afirma que aprenden cada vez un poco más, no solo a producir mejor, sino que se embarcan en el arte de la negociación. “Hemos aprendido harto y hemos pensado que como mujeres y como mamás trabajamos para llevar nuestra producción a las ferias. Antes me daba miedo, no podía ni hablar. Ahora ya no tengo miedo”.
«Es importante concientizar sobre la autoidentidicación«
La directora de la Unidad Educativa Uru Murato Puñaka Tinta María, Rosmery Vásquez destaca la importancia de las carpas solares que han coadyuvado a mejorar en el cambio de la dieta alimentaria de los estudiantes, quienes a su vez apoyan en las tareas agrícolas.
En cuanto a la autoidentificación de las y los estudiantes como Uru Muratos, la profesora señala que hubo alguna «dejadez» en los últimos años, por lo que desde que ingresó a trabajar al establecimiento hizo énfasis en el proceso de concientización en la autoidentificación: «somos una cultura Uru, pertenecemos a».
Señala que incidió en que se respete la vestimenta típica en el colegio, al menos dos veces por semana, aunque reconoce que los estudiantes de secundaria tienen alguna resistencia a ponerse su ropa uru. «Están en una edad en que quieren imitar lo que está a la moda», dice.
Al referirse al estado de conservación de la lengua afirma que hay estudiantes que no tienen interés en aprender la lengua nativa de la nación Uru, pero que también hay quienes han demostrado interés y están explorando en aprender. «Profesores netos no hay, pero hemos solicitado», señala.
Como directora afirma que debe dar el ejemplo y muestra que lleva a su oficina tanto un poncho a cuadros con los colores típicos que utilizan las mujeres, así como un chaleco a rayas, en alusión al poncho que emplean los varones.
Al momento de mostrar los trabajos manuales de las niñas, niños y adolescentes del colegio, destaca que mantienen vivo al lago Poopó como a los peces y a las parihuanas que habitaban la zona cuando el espejo de agua mantenía su luz.
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Esta investigación fue realizada en el marco del Fondo de Apoyo periodístico “Crisis climática 2024”, que impulsan la Plataforma Boliviana Frente al Cambio Climático (PBFCC) y Fundación Para el Periodismo (FPP).