La identidad cruceña tiene tono de ciudad. Santa Cruz de la Sierra es el centro: cemento, modernidad, agroindustria. Pero Isabelle Combes, historiadora y antropóloga con alma de detective, lo pone en entredicho. En su búsqueda, no se queda en la superficie. Nos arrastra con ella hacia el interior del Oriente boliviano, a esos rincones donde la esencia de lo cruceño se ha ido formando, paso a paso, durante siglos.
Nos muestra otra perspectiva. Explora la historia de los tobas y chiriguanos, no como piezas de museo, sino como protagonistas de un relato en constante cambio. No los ve como víctimas ni meros receptores de la historia que les tocó vivir. Son actores activos, constructores de su propia identidad. Para ella, el ser cruceña no se limita a los campos de soya ni a la ciudad en crecimiento constante. Es algo que se ha tejido en los llanos y las montañas, donde estos pueblos han resistido y se han adaptado.
Es una idea radical, si se piensa bien. Mientras muchos no salen del cliché de la influencia jesuita y la expansión urbana, Combes nos sumerge en las historias del interior, donde las identidades no se dan por hecho, sino que se construyen y reconstruyen en un proceso continuo de mestizaje y adaptación. Aquí no hay etiquetas fijas, nada que encasille y simplifique. Es un fenómeno más dinámico y complejo de lo que se suele creer.
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Es en esas tierras alejadas donde lo cruceño cobra vida de verdad. Nos muestra cómo las relaciones entre pueblos, las alianzas, los conflictos, y esa constante resistencia de los indígenas han dado forma a un ethos que se define, precisamente, por su diversidad. Es el recuerdo que ser cruceño es ser parte de una historia larga. Algo que se sigue construyendo, con cada paso, cada palabra y cada lucha que se entrelaza en esas tierras.
Surge en el vaivén de encuentros y desencuentros, en las alianzas que se forjaron y se rompieron, en los conflictos y adaptaciones que marcaron la vida de las comunidades indígenas. Esa interacción, dice ella, es el verdadero cimiento de lo cruceño. No el poder de la gran ciudad ni las historias oficiales, sino las vidas que se mueven en los márgenes.
Combes también nos advierte contra el error de ver a los pueblos indígenas como restos de un pasado que ya se fue. En su relato, los tobas y chiriguanos no son «residuos», sino protagonistas de un proceso continuo. A lo largo de los siglos, han mantenido sus formas de vida, creando nuevas formas de relacionarse con un mundo que cambia a su alrededor. Esa resistencia, esa adaptación constante, es el corazón mismo de la identidad.
Al final, lo que pareciera una paradoja. Coloca el centro donde pertenece: en los márgenes. Nos recuerda que ser cruceño no es un mito impuesto desde un centro de poder. Es el resultado de una historia plural, donde las voces indígenas, sus luchas, sus alianzas, han ido definiendo su esencia. Es un fenómeno que sigue vivo, que se construye cada día en la diversidad y en las historias que se tejen en esas tierras lejanas. Nos invita a redescubrir lo cruceño desde sus propios lugares: desde los llanos y las montañas, desde quienes los habitan. Porque al mirar más allá de los estereotipos, encontramos una identidad hecha de resistencia y encuentros. Una identidad que no se queda quieta, que sigue creciendo, en movimiento constante, allá en el interior.
Por Mauricio Jaime Goio