El Jichi y el Dueño del monte, guardianes mitológicos de la selva chiquitana y amazónica

Por: Teresa Gutiérrez Vargas

Las tierras de la Chiquitania, su bosque seco y el monte alto amazónico de la provincia Guarayos, que contaban con una gran riqueza natural y amplia biodiversidad, han sufrido en los últimos años los más devastadores incendios forestales provocados por avasalladores y personas irresponsables.



Tras el desastre ambiental que enfrentamos los cruceños en 2019 considerado récord de destrucción, este año el fuego ha arrasado aún más, ya son cerca de 10 millones de hectáreas de bosque, acabando con la vida de millones de animales e insectos silvestres, destrucción de bosques primarios afectando gravemente los equilibrios hídrico y ecológico y a las comunidades que dependían de estos recursos. Esta superficie es equivalente al tamaño de países como Portugal o Islandia.

Todo este desastre lleva al recuerdo de esos cuentos y leyendas de antaño, donde, al menos, la gente del campo le tenía respeto a «El Jichi» o al «Dueño del Monte», mitos que fueron clave para transmitir el respeto por la naturaleza a lo largo de varias generaciones.

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El Jichi, según la leyenda, era el celoso guardián de las aguas. Se decía que malgastar el agua, contaminarla o arrancar las plantas acuáticas que preservaban la biodiversidad de una laguna o río atraía su ira, y como castigo, el Jichi abandonaba el lugar, llevándose consigo la fuente de vida.

Otra leyenda que pocos conocen es la del «Dueño del Monte», un espíritu que habita en la selva y castiga a aquellos que talan árboles sin necesidad o cazan indiscriminadamente, llevándolos a lo más profundo del monte hasta que se pierden. Este mito representa la defensa de la vida en el bosque, un recordatorio de los peligros de ignorar los equilibrios naturales y la necesidad de respetar los espacios que no nos pertenecen. Tristemente, los avasallamientos, la tala ilegal, los incendios provocados y la expansión agrícola son hoy en día una afrenta, no solo a la naturaleza, sino también a la herencia cultural que estas leyendas intentaban preservar.

Las generaciones pasadas usaban estas leyendas como herramientas educativas para enseñar a los jóvenes el respeto por la naturaleza. Estas historias no eran solo mitos, sino guías morales sobre cómo vivir en armonía con el entorno. Al ignorarlas, hemos perdido parte de la sabiduría ancestral que comprendía la interdependencia entre los seres humanos y la naturaleza.

En un desesperado intento por conservar no solo nuestra identidad, sino también el respeto por la vida que habita en nuestro monte, es urgente que retomemos la sabiduría que estas leyendas nos enseñaban. Si nuestros antepasados, a través de mitos y relatos, promovían el cuidado de los bosques y las aguas, ¿por qué no podemos hacer lo mismo hoy con los conocimientos y herramientas modernas a nuestra disposición?

Sabemos que la mayor proporción de bosques afectados este año son el resultado de una política de Estado pensada por personas ajenas a nuestra cultura y que no tienen amor a nuestro patrimonio natural. No se cuida ni se ama lo que no se conoce.

Es nuestra obligación como cruceños aprender de los errores del presente, pero también rescatar las lecciones del pasado, para que el Jichi y el Dueño del Monte no sean solo leyendas olvidadas, sino símbolos vivos de nuestra lucha por defender lo poco que queda de nuestros bosques incendiados.