Un mismo populismo

(Quien calla otorga)

Alfonso Gumucio Dagron



No hay un populismo de izquierda y un populismo de derecha, son la misma cosa porque son las formas más corrientes de la política mundial desde inicios del siglo XXI. Además, tampoco hay “izquierda” ni “derecha” en el sentido en que las entendíamos y conocíamos a lo largo del siglo pasado, porque esas etiquetas ya no están empapadas de ideología.

Hay gente ingenua, incluso analistas serios, que siguen pensando en el “fantasma del comunismo”. Creen que Rusia, China, Vietnam o Cuba son países “comunistas” porque gobierna un partido hegemónico y autoritario que establece las reglas de juego y las impone a veces por la fuerza y otras porque no deja espacio para otras reglas.

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Lo mismo sucede en los países llamados “capitalistas” (que tampoco lo son como quiere hacernos creer la caricatura), donde dos partidos hegemónicos se turnan en el poder y no dejan espacio para otras reglas del juego que las impuestas por las grandes empresas y consorcios. ¿Acaso hay realmente diferencias notables en la ideología y la política de los laboristas y conservadores británicos? ¿Hay distinciones mayores entre los republicanos y los demócratas de Estados Unidos?

Más allá de las personalidades a veces delirantes como Donald Trump o Boris Johnson, son casi lo mismo. Son lo mismo en su política exterior e interna, con algunas diferencias en cuanto a la ética y la moral de los dirigentes, pero no en otros ámbitos. Por ejemplo, la política internacional de Estados Unidos es similar con cualquier gobierno: su apoyo incondicional a Israel, aunque sea un país agresor y genocida, o su política migratoria de cara a América Latina. Las diferencias son mínimas.

Paradójicamente, la “derecha” representada por el Partido Republicano de Estados Unidos, que lidera el convicto Donald Trump, se lleva muy bien con el “comunismo” del patético Kim Jong-un de Corea del Norte o el de Vladimir Putin, asesino que envenena a sus opositores y se enriquece por su asociación con las mafias rusas, al extremo de haber acumulado una fortuna personal de al menos 22 mil millones de dólares (según Forbes).

¿Qué une a Trump, Putin, Kim Jong-un, Le Pen, Meloni, Geert Wilders o Viktor Orban? Los extremos se juntan en lo que tienen en común: el populismo, es decir una forma de hacer política que en lo esencial manipula a sectores de la población con niveles de educación precarios y capacidad muy limitada para el análisis de contexto. El grueso de los votantes de Putin o de Trump es muy parecido. No es sorprendente que muchos inmigrantes hayan votado en favor de Trump, Marine Le Pen, Geert Wilders o Giorgia Meloni, que prometen sacarlos a patadas y regresarlos a sus países.

El fanatismo populista se parece en todas partes porque se basa en la posverdad, una palabra elegante para aludir a la mentira que se construye después de los hechos. Trump sigue jurando que le robaron la elección presidencial (aunque no existe el menor argumento real) y en Bolivia el diminuto Arce Catacora sigue argumentando que fue víctima el 26 de junio de 2024 de un “golpe” militar que fue un sainete mal representado. Son actitudes muy similares en el populismo que se disfraza con discursos de derecha o de izquierda, ya no importa.

Esas tendencias se reflejan en América Latina, porque seguimos siendo una región que mira hacia el norte, incapaces de crear un camino propio sobre la base de principios e ideales en el campo de la acción política, de la cultura, de la economía y de la sociedad. Jair Bolsonaro o Javier Milei no son sino una expresión folclórica del extremismo conservador y reaccionario, lo que antes se denominaba la “extrema derecha”. El caduco “socialismo del siglo XXI” con líderes populistas como Rafael Correa, Evo Morales o Nicolás Maduro, no es sino una versión similar pero alineada al comunismo trasnochado e inexistente de Putin.

Siempre he sostenido que los gobiernos del llamado “socialismo del siglo XXI” han sido y son (los pocos que quedan), reaccionarios y conservadores y en eso se asemejan a sus espejos ultraneoliberales. Las diferencias en el discurso son un simple maquillaje: la verdadera opción ideológica está en las acciones concretas.

Desde el punto de vista de la depredación del medio ambiente, de la manipulación de movimientos sociales mediante prebendas, de la corrupción generalizada, de la violación de los derechos humanos, de la anulación de la independencia de poderes y de la falta de respeto por la Constitución Política del Estado, son parecidos Nahib Bukele, Nicolás Maduro, Evo Morales, Daniel Ortega, Correa, Milei o Bolsonaro.

En México, a falta de alternativa, se ha ratificado en el poder al “obradorismo” que no es un partido (Morena) sino un movimiento con liderazgo mesiánico unipersonal con un pesado pasado arraigado en el PRI. Los vasos comunicantes entre dirigentes de unos y otros partidos son sorprendentes, saltan como marionetas de un partido a otro. En Bolivia, Evo Morales pretendió eternizarse en el poder y para ello inventó el sistema de elecciones judiciales que padecemos hasta ahora y que México adoptará como el suicida que se pone la soga al cuello.

Las excepciones a la regla en nuestra región son muy pocas. Sigo pensando que Gabriel Boric es un presidente honesto y progresista que quiere llevar adelante políticas que favorecen a la mayoría de los chilenos, y lo hace con un pragmatismo que lo ha enfrentado a sus aliados más radicales.

A pesar de su cola de paja creo que Gustavo Petro es mejor para Colombia que el uribismo que tanto daño le hizo durante décadas de confrontación interna hasta la firma de la paz que es mérito de Juan Manuel Santos.

El problema de Petro es su demagogia y su incontinencia verbal. Y aunque esto pueda sonar a anatema para muchos, creo que Lula tiene una nueva oportunidad de enmendarse como presidente, apostando por el medio ambiente (ya hay resultados concretos en la disminución de la deforestación y el respeto por las comunidades indígenas), y luchando contra la corrupción en la que su propio partido, el PT, estuvo y está todavía envuelto. Boric, Petro y Lula se han puesto firmes con Nicolás Maduro para que muestre las actas electorales.

Hago estas distinciones porque me aburre escuchar o leer a quienes siguen dividiendo al mundo en dos bloques: el “comunismo” y el “liberalismo”, y ponen en el mismo saco a países y dirigentes muy diversos.

Si bien el populismo de los que se reclaman “socialistas” (y no lo son) o “libertarios” (menos aún) los convierte en aliados naturales, hay unos pocos dirigentes políticos en el mundo y en América Latina que todavía levantan las “viejas” banderas del cambio social que pasa por la lucha contra la corrupción, por la vigencia de las libertades colectivas e individuales, por el respeto del medio ambiente contra la deforestación y la minería salvajes, por el reconocimiento de derechos (pero no privilegios) de las comunidades indígenas, y por la eficiencia y la honestidad en la gestión de la cosa pública.

Si no creyéramos en esos pocos, ya no podríamos creer en nada.

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