En junio de 2017 —en una de mis primeras columnas—, hice una reseña de un libro que ahora, por las circunstancias que viven sus autores, está más vigente que nunca. En esa ocasión, confesaba: “para mi cumpleaños, mi hijo me desafió a la lectura de un libro del que el Nobel de Economía, George Akerlof, llegó a decir: ‘Consideramos que La riqueza de las naciones, de Adam Smith, es un clásico imperecedero. Dentro de dos siglos, lo mismo pensarán de Por qué fracasan los países’. Acepté el desafío y me zambullí en las casi 600 páginas del fascinante ensayo Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Por qué fracasan los países (2012) de los académicos estadounidenses, Daron Acemoglu y James A. Robinson.
No necesitaron pasar doscientos años para que la Academia sueca de las Ciencias reconozca el trabajo de este par de investigadores, y que, junto a Simon Johnson, reciban el premio Nobel de Economía 2024 por sus estudios sobre: “cómo se forman las instituciones y cómo afectan la prosperidad”. Los tres premiados han investigado por qué las sociedades donde el Estado de derecho no funciona de manera correcta son incapaces de generar crecimiento y prosperidad, poniendo el foco en aquellos territorios que han sufrido un proceso colonial. “Cuando los europeos colonizaron grandes partes del mundo, las instituciones de esas sociedades cambiaron. Esto fue a veces dramático, pero no ocurrió de la misma manera en todas partes”, argumentó la Academia en su justificación del premio.
“Han demostrado que una explicación de las diferencias en la prosperidad de los países son las instituciones sociales que se introdujeron durante la colonización. Las instituciones inclusivas se introdujeron a menudo en países que eran pobres cuando fueron colonizados, lo que con el tiempo resultó en una población generalmente próspera. Esta es una razón importante de por qué las antiguas colonias que alguna vez fueron ricas ahora son pobres, y viceversa”, señaló el dictamen sueco.
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En el citado libro, los autores se hacen una serie de preguntas disparadoras: ¿qué determina que un país sea rico o pobre?, ¿cómo se explica que —en condiciones similares—, en algunos países hay hambrunas y en otros no?, ¿qué papel juega la política en estas cuestiones? Que algunas naciones sean más prósperas que otras, ¿se debe a aspectos culturales?, ¿a los efectos de la climatología o a su ubicación geográfica?
Hechos concretos, lecciones históricas y un largo compendio de ejemplos ilustrativos sostienen las categóricas conclusiones del libro. Se refuta, con varios casos de estudio, la vieja creencia de que las riquezas de la geografía o el legado cultural de un país sean determinantes para su progreso. Los países ricos son desarrollados porque sus instituciones son incluyentes, y los países pobres son atrasados porque las suyas son extractivas.
En los primeros, las instituciones distribuyen el poder de manera amplia y pluralista, protegiendo los derechos de propiedad e impulsando una economía de mercado que motiva la inversión y la innovación tecnológica. En los segundos, el poder se concentra en unos pocos que manipulan las instituciones para explotar a la gente, violando los derechos de propiedad y desincentivando la actividad económica. La clave está en las instituciones, tanto en su tipo y diseño —principalmente— como en su calidad y desempeño: garantías y seguridad jurídica, reglas justas y claras, un marco legal transparente y justicia ecuánime.
Entonces, cómo se entiende que, un gobierno del MAS —encabezado por un economista—, insista en políticas públicas contrarias a aquellas que arrojan resultados exitosos y comprobables en los cinco continentes. En estas, casi dos décadas masistas, lo que se ha hecho es desmantelar y desmontar las pocas, débiles y frágiles instituciones del Estado, construidas durante el período democrático. Si algo nos enseñan estos tres ganadores del Nobel es que, lejos de ser meros mecanismos burocráticos, las instituciones son los cimientos sobre los que se construyen sociedades prósperas y equitativas; o bien, se perpetúan estructuras de pobreza y desigualdad.
Alfonso Cortez
Comunicador Social