Auge tecnológico y erosión de la democracia

Fuente: Idea Textuales

En las últimas décadas, hemos sido testigos de cómo la tecnología digital ha transformado cada aspecto de nuestras vidas. Desde los teléfonos inteligentes hasta los algoritmos que rigen nuestras interacciones en línea, la revolución tecnológica ha llegado para quedarse. Pero esta revolución no ha venido sin costos. En una entrevista para la revista digital Ethic, Carissa Véliz, profesora de Ética en la Universidad de Oxford, afirma que hay una relación directa entre el auge tecnológico y la progresiva erosión de la democracia. Afirma que “no es coincidencia que esta pérdida de democracia se dé al mismo tiempo que el auge de la tecnología digital”.



Véliz advierte que la privacidad, un derecho fundamental que protege a los ciudadanos de los abusos de poder, está siendo desmantelada a medida que empresas y gobiernos recolectan nuestros datos personales a una escala sin precedentes. Vivimos en una era donde cada clic, cada búsqueda en Google y cada interacción en redes sociales es monitoreada, almacenada y comercializada. No se trata solo de predecir nuestro comportamiento, sino de influenciarlo. En este nuevo orden, la privacidad no es un lujo, sino una necesidad urgente para preservar la libertad individual y, en última instancia, la democracia.

El poder de las grandes corporaciones tecnológicas no solo reside en su control de la información, sino en su capacidad para moldear nuestras decisiones y percepciones. Eli Pariser, en su  libro El Filtro Burbuja, nos alerta sobre los peligros de los algoritmos que deciden qué información consumimos, creando cámaras de eco que refuerzan nuestras creencias y nos aíslan de opiniones diferentes. En lugar de fomentar el debate público, la tecnología está fragmentando el espacio democrático, limitando la capacidad de formar consensos sociales amplios y profundos. Como resultado, las sociedades se polarizan, y la deliberación racional que es el corazón de la democracia se ve cada vez más debilitada.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

Carissa Véliz va aún más allá y señala que el verdadero peligro radica en cómo la tecnología está diseñada para ser autoritaria. “El código tiende a ser un instrumento autoritario”, afirma. Esto lo podemos ver claramente en sistemas como los coches autónomos que limitan la velocidad o los teléfonos inteligentes que dependen del reconocimiento facial. A diferencia de las leyes, que pueden ser negociadas, el código no tiene espacio para la flexibilidad. Si tu coche está programado para no sobrepasar cierto límite de velocidad, da igual si tienes una emergencia. El código no escucha, no cede. Esta rigidez no solo optimiza la eficiencia, sino que también elimina nuestra capacidad de elegir, una condición esencial en cualquier sistema democrático.

El filósofo alemán Jürgen Habermas, en su teoría del espacio público, ya nos advertía que la democracia dependía de un espacio en el que los ciudadanos pudieran deliberar libremente y formar opiniones críticas. Sin embargo, ese espacio está siendo colonizado por las grandes tecnológicas, que determinan qué vemos, qué leemos y cómo nos sentimos. Esto no es solo una cuestión de privacidad, es una cuestión de control. Yuval Noah Harari plantea un futuro en el que los algoritmos no solo nos conocen mejor que nosotros mismos, sino que también toman decisiones más racionales y eficientes. En su visión, la democracia podría convertirse en una reliquia del pasado, desplazada por la tecnocracia digital.

El problema, como sugiere Véliz, es que mientras las empresas puedan comercializar nuestros datos, la tentación de recolectarlos será siempre demasiado grande. Incluso con regulaciones avanzadas hacen que nuestras sociedades sigan siendo vulnerables. Para Véliz, la única solución viable sería prohibir completamente el comercio de datos personales, un cambio de paradigma que exige repensar la estructura misma de nuestro sistema digital.

Si bien prohibir la venta de datos personales sería un paso crucial, los desafíos van más allá de la simple protección de la privacidad. Estamos ante una crisis más profunda, una crisis que afecta el corazón mismo de nuestras democracias. A medida que la tecnología digital se infiltra en cada rincón de nuestras vidas, estamos viendo cómo las libertades que una vez dimos por sentadas están siendo reemplazadas por una eficiencia autoritaria, en la que el código y los algoritmos deciden por nosotros.

El auge de la tecnología digital ha llegado con promesas de progreso y desarrollo, pero también con riesgos que apenas comenzamos a entender. La pregunta no es si podemos convivir con la tecnología, sino cómo podemos hacerlo sin perder las libertades que definen nuestras democracias. La clave está en encontrar un equilibrio donde la tecnología trabaje para nosotros, y no en nuestra contra. Un equilibrio donde el poder del código sea contrarrestado por la voluntad de los ciudadanos y la protección de los derechos humanos.

En última instancia, si no hacemos un esfuerzo por repensar la relación entre tecnología y democracia, podríamos encontrarnos viviendo en un mundo donde la eficiencia reemplace a la libertad, y la vigilancia al debate público.

Por Mauricio Jaime Goio.

Fuente: Idea Textuales