Emilio Martínez Cardona
“Si no hubiera sido por este movimiento político, el MAS-IPSP, tal vez en este momento estuviéramos en una guerra interna, una lucha armada”. La frase pertenece a Evo Morales y fue pronunciada hace 5 meses. En el contexto actual, de múltiples bloqueos evistas con presencia de elementos armados, los dichos del ex presidente pueden leerse más como una amenaza que como un diagnóstico, con esta posible traducción: “Devuélvanme el control del partido o desataré el caos”.
Control que incluye, claro, la habilitación para una candidatura inconstitucional y la impunidad en sus procesos judiciales, en el marco de un sistema filo-totalitario donde son borrosas las fronteras entre el partido y el Estado.
En los últimos años, han proliferado las tomas de tierras por grupos armados, que cometen secuestros y agresiones contra indígenas, periodistas y policías, en lo que podría calificarse como una guerrilla incipiente. Ahora, los bloqueos violentos parecen escalar la situación hacia el escenario prefigurado por Morales hace menos de un semestre.
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Por supuesto, habrá que ver hasta qué punto la “amenaza creíble” de guerra interna es en realidad una estrategia para forzar conversaciones bajo sus propios términos. De ahí el rol jugado por el ex ministro Carlos Romero, alfil y vocero evista que salta al ruedo para proclamar que el gobierno “sólo tiene dos caminos: represión militar o negociación”.
Evidentemente, se apunta a desbordar a las fuerzas policiales con un nivel de violencia como el visto en Parotani, que dejó varios uniformados con heridas graves, para poner al gobierno ante la alternativa de convocar a las Fuerzas Armadas. Posibilidad que disgusta al Ejecutivo, que prefería continuar con su táctica de desgaste gradual o “cansancio” de los bloqueadores, algo que se está agotando frente a la calculada radicalidad de los movilizados.
“Para un socialista, no hay nada peor que ser gobernado por otro socialista que no sea su amigo”, decía Ludwig von Mises, y eso es lo que parece estarle pasando a Evo Morales, con la administración de su ex amigo y colaborador, Luis Arce.
La adicción al poder estatal discrecional es fuerte, peor para quien se veía a sí mismo como un líder vitalicio, quien “no se va a detener” -según la criminóloga mexicana Mariana Guerrero- ni a reparar en métodos para recuperar el espacio perdido con su fraude y fuga del 2019.
Posdata: al momento del cierre de esta columna, asoma la posibilidad de que, con la excusa del “atentado” dominical de ribetes cinematográficos, Evo dirija desde el exterior una estructura de “autodefensa” del Chapare y otros territorios que, oh casualidad, tienen una importante presencia del narcotráfico.