Aquellos quienes nos consideramos creyentes hemos escuchado, aprendido y repetido (cada domingo) que creemos en la vida eterna después de la muerte.
Aun siendo conocedores de que el propio hijo de Dios mencionó que en la casa de su Padre hay muchas moradas y que prepararía un lugar para nosotros, aún así, cuando llega el momento de despedir a un ser querido, nuestro llanto no nos deja escuchar, y nuestras lágrimas no nos dejan ver que ese no es el final del camino.
De niños nos enseñan que la muerte forma parte del ciclo de la vida y que la misma llegará después de haber nacido, crecido y reproducido; sin embargo, el tiempo y la realidad nos demuestran que la muerte puede llegar en cualquier momento y bajo distintas circunstancias.
A ciencia cierta nadie sabe cómo es el viaje después de morir, lo que sí sabemos es el dolor que sentimos cuando nos toca despedir a un ser querido. Los hijos que pierden a sus padres quedan huérfanos; una esposa que pierde a su esposo queda viuda, pero una madre o padre que pierde a un hijo, no tiene denominación; quizás ese sea el dolor más grande que alguien puede llegar a vivir. ¿Por qué Dios escoge a unos antes que otros?, ¿a niños antes que jóvenes?, ¿a jóvenes antes que viejos? Es una de las muchas preguntas de las que no encontraremos respuesta. La vida después de la muerte es uno de los grandes misterios de la humanidad y por más que intenten buscar explicaciones o evidencias, es probable que no encuentren nada, más allá de la promesa del hijo de Dios.
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Tomás Moro, un gran creyente y fiel devoto, cuando estaba destinado a morir, escribió una carta a su hija en la cual dijo: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”.
Solo Dios sabe cómo nos hemos sentido al momento de despedir a un ser querido, solo Él sabe las veces que le hemos reclamado y exigido saber por qué unos se van antes que otros. Nunca podremos entender los designios de Dios, pero sí debemos recordar que nada pasa sin su voluntad y que dentro de esa voluntad siempre estará lo mejor para cada uno de sus hijos.
En una despedida (aun siendo temporal) siempre habrá tristeza, pero los recuerdos quedarán y dependerá de nosotros robarle un momento al pasado para volver a vivirlos, escucharlos y sentirlos.
Creer en la vida eterna nos da la esperanza de que más allá del sol hay un hogar, donde no hay dolor, llanto ni sufrimiento; un hogar donde nuestros familiares, amigos y conocidos están juntos esperando el día y la hora que Dios escoja para nuestra llegada. Hasta entonces fuerza y fe, pues está escrito, nos volveremos a encontrar. Que así sea.