Cuando las autoridades de Mendoza, Argentina, anunciaron la liberación de 10,000 mosquitos rojos en los barrios de Guaymallén, la gente se alarmó. Se volvieron locos, pensó más de alguno.
Fuente: https://ideastextuales.com
«No los maten», suplicaron los funcionarios a los vecinos. Pero ¿quién entendería fácilmente por qué un insecto al que nos han condicionado para temer podría llegar a ser un aliado? Este mosquito no es el clásico Aedes aegypti, sino un espécimen modificado para frenar la transmisión del dengue. Una enfermedad que se ha convertido en uno de los grandes azotes de América Latina.
En el último verano se ensañó especialmente con la población argentina. El Ministerio de Salud registró más de 750,000 casos y casi 200 muertes. Lo que solía ser una enfermedad tropical de riesgo ocasional, hoy es una amenaza constante, amplificada por el clima cambiante, la falta de infraestructura sanitaria adecuada y la rápida expansión de las ciudades. Pero el problema es más profundo que un simple fenómeno ambiental. En el fondo, es un reflejo de cómo se entrelazan la precariedad y el olvido en nuestros sistemas sanitarios y en nuestras prácticas urbanas.
Mendoza ha trabajado codo a codo con la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). En esta región el mosquito aún no se ha asentado con fuerza, por lo que se ha transformado en una especie de laboratorio a cielo abierto. Es una de las apuestas por frenar al mosquito sin emplear químicos tóxicos, en lo que parece ser un intento por ganar la guerra contra el dengue usando biotecnología en lugar de insecticidas.
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El proyecto se basa en la cría y liberación de machos incapaces de reproducirse. Bajo un cuidadoso proceso, estos mosquitos son esterilizados mediante radiación y luego pintados de rojo para evitar que la gente los mate por error. Liberados en el entorno, estos machos estériles buscan aparearse con hembras salvajes, pero sin dejar descendencia. Así, la técnica rompe el ciclo reproductivo, reduciendo paulatinamente la población de mosquitos infectados con dengue.
Esta estrategia marca un hito en la estrategia de control del dengue, no solo por su innovación, sino por lo que simboliza. Un enfrentamiento entre ciencia y naturaleza, donde la biotecnología busca contener a un enemigo que parece prosperar gracias a los errores de la humanidad. La técnica del insecto estéril no es nueva en el campo de la agroindustria, ya fue usada con éxito para controlar la mosca del Mediterráneo, que asolaba los cultivos frutales. Pero nunca se había desplegado contra el Aedes aegypti en una operación ambiciosa y visible.
No obstante, los expertos advierten que la estrategia por sí sola no es suficiente. Eliminar criaderos de agua estancada, mantener limpias las áreas urbanas y promover una cultura de prevención son acciones igualmente necesarias para el éxito de estos programas. Los mosquitos estériles son, en efecto, un primer paso, pero no un salvador definitivo. Sin el respaldo de la comunidad, sin una infraestructura pública comprometida, el dengue seguirá propagándose, recordándonos nuestra fragilidad frente al más diminuto de los enemigos.
Aunque los primeros resultados son alentadores, queda un largo camino por recorrer. La técnica necesita tiempo para mostrar sus efectos a gran escala y aún hay muchas dudas sobre si este enfoque será sostenible y replicable en otros países de la región. Sin embargo, para muchos expertos, la biotecnología está abriendo una puerta que podría cambiar la forma en que América Latina enfrenta las enfermedades tropicales.
Este es solo uno de los múltiples proyectos en el continente que buscan soluciones innovadoras. En Brasil y México, se han lanzado iniciativas similares, algunas utilizando mosquitos genéticamente modificados para impedir la transmisión del virus. Cada país explora sus propias tácticas, con la esperanza de que la ciencia pueda doblegar finalmente la carga del dengue. Pero más allá de la tecnología, este esfuerzo requiere un compromiso colectivo y una revalorización de nuestras prácticas de salud pública.
A medida que América Latina sigue luchando contra el dengue, los mosquitos rojos de Mendoza representan una señal de esperanza. La biotecnología ofrece alternativas que hace una década hubieran parecido ciencia ficción, y aunque no resolverán todos los problemas, pueden ser la pieza que complemente una estrategia más amplia.
La historia de los mosquitos rojos en Mendoza es, en última instancia, un relato sobre la capacidad humana de innovar frente a los desafíos más inesperados. Y aunque hoy parezca un esfuerzo titánico, este proyecto podría ser el comienzo de una revolución en la lucha contra el dengue.
Por Mauricio Jaime Goio.