Los candidatos tristes no ganan elecciones (ni seducen ni convencen)

El análisis es contundente. Y además certificado en un centenar de elecciones presidenciales y de menor rango. Los políticos desangelados andan por el camino de la desgracia electoral. No cautivan, no encantan, no enamoran. No motivan ni entusiasman. Podrán estar ciertos en sus planteamientos. Sus razonamientos podrán tener la mayor de las lógicas y un claro sentido común. Incluso hasta podrán tener toda la razón. Pero no moverán un voto. Y no lo harán porque, sencilla y llanamente, los electores votan con el corazón o con las vísceras. Jamás con el cerebro.

Estas no son unas elecciones para ser el máximo líder de una compañía o de un conglomerado corporativo. Ni para ser el jefe o el CEO (Chief Executive Office) de una empresa. Hay una gravísima confusión conceptual y, claro, un extravío marcado de la venta del candidato al electorado.



Votan con el corazón porque ese o aquel político logró un vínculo con sus electores. Una empatía irracional –lógicamente–, que motiva de manera profunda al elector en favor de un político al que asocian con un sentimiento y no con una reflexión. Se debe trabajar la necesidad de conectar. No de convencer como 40 años atrás. Más de la mitad del electorado boliviano son jóvenes que en su mayoría votarán por primera vez en unas elecciones generales y otro porcentaje muy alto de juventudes que viven en sus tribus y comunidades, donde al interior existen elevadísimos niveles de confianza. Pero hacia afuera, son tremendamente desconfiados y hasta agresivos. Su capacidad de atención no pasa de los 5 segundos, con suerte. Y la capacidad de viralizar mensajes negativos es, sencillamente, descomunal.

Nora Ephron en un ensayo extraordinario lo dijo de manera meridiana cuando escribió sobre Donald Trump y su brutal victoria en Estados Unidos frente a una racional Kamala Harris. Para Ephron lo primero que se debe entender, de manera desapasionada, es que Donald Trump es el nuevo establishment. Es la nueva política: El sólo quiso y quiere ser famoso. Quiere que la gente hable de él. Quiere que la gente se fije en él. Quiere que la gente le pida autógrafos y lo reconozca e invada su privacidad; no es que parezca tener privacidad; ni siquiera parece tener un solo pensamiento solitario que pueda guardar para sí mismo, por lo que tal vez no haya privacidad que invadir. Quizás ese sea el secreto. Parecería que Trump estar disfrutando de la experiencia de la fama de una manera que nadie en su sano juicio lo haría jamás. La inteligencia o el gusto no tienen en absoluto ninguna cabida en esta lógica. Y en esas honduras caminaron Hugo Chávez, Cristina Kirchner, Javier Milei y su motosierra en eventos públicos. Evo Morales y su impostura indígena con chompa incluida. O un Johnny Fernández y sus ordinarieces.

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Es la Emocracia, el poder de las emociones. Ya no es la Democracia como tal. Las vísceras han hecho su aparición con todas sus fuerzas. Y lo hicieron porque el electorado está iracundo. Rabioso, molesto. La falta de trabajo, la inflación, la precarización laboral, la imposibilidad de llegar a fin de mes, ahorrar gasolina para evitar filas kilométricas, o de no poder ir al cine o comprarse un par de zapatillas para sus hijos, que, aunque suene banal, son parte muy trascendental de esta furia electoral. No es un Excel o un Power Point.

No es con lógicas. No es con planes sesudos. No es armar comunicación política en eventos tradicionales donde el político emite su mensaje desde un púlpito a un grupo de personas serias y casi congeladas, de manera unidireccional (a través de una presentación con filminas para colmo. Nada más vetusto en estos tiempos de tecnología e Inteligencia Artificial) como si fuese una clase de finanzas a un grupo de gentío con caras de aburridos.

¿Qué ha sucedido para que nuestras sociedades se hayan ido deslizando hacia la civilización del espectáculo? Del espectáculo político. De los candidatos del TikTok. ¡Que, ojo, son muy válidas y muy, pero muy importantes! El filo por el que se camina en estas chichillas es que se corre el riesgo de banalizarse. De ser un bufón. El equilibrio es complejo y varios candidatos deben caminar como funámbulos sin red de protección.

En todas las sociedades democráticas y liberales las clases medias crecieron como la espuma, se intensificó la movilidad social y se produjo, al mismo tiempo, una notable apertura de los parámetros morales, empezando por la vida sexual, tradicionalmente frenada por las iglesias que en estas épocas, francamente, están de capa caída al igual que el laicismo pacato de las organizaciones políticas, tanto de derecha como de izquierda.

El bienestar, la libertad de costumbres y el espacio creciente ocupado por el ocio en el mundo desarrollado constituye un estímulo notable para que proliferen como nunca, las industrias del entretenimiento, promovidas por las redes sociales. Madre y maestra de estos tiempos.

Tampoco estamos para la risa burda. Los expertos ahora hablan del poder inteligente (smart power en inglés). Y este poder inteligente sonríe; no amenaza. Cautiva, no explica. Apasiona, no orienta. Son tiempos bravos y de antipolítica.