¡Dios, ha muerto!

“Las sombras desoladas se desvanecieron como el vapor blancuzco que el frío ha condensado; la iglesia quedó pronto desierta; pero de repente, espectáculo horroroso, los niños muertos, que se habían levantado en el cementerio, acudieron y se postraron delante de la figura majestuosa que estaba sobre el altar y dijeron: – Jesús, ¿no tenemos padre? – Y él respondió con un torrente de lágrimas: – Todos somos huérfanos, vosotros y yo no tenemos padre. – A esas palabras, el templo y los niños se abismaron, y el edificio íntegro del mundo se desplomó ante mí en su inmensidad”. (Juan Carlos Sánchez Sottosanto).

Cuentan las crónicas del año 384 a.C., que en la pequeña ciudad griega de Estagira, nacía Aristóteles, quien, se convertiría en uno de los discípulos más importantes del Filósofo Platón de la Academia de Atenas. Su pensamiento, en contrasentido a la de su maestro –que mostraba un mundo de formas perfectas–, adoptó un enfoque más empírico y centrado en el estudio de los aspectos naturales, entre los cuales, la figura de Dios es abordada como una entidad separada del mundo.



Aristóteles vivió en una época en los que la religión y la filosofía se encontraban estrechamente vinculados. Con una composición politeísta, la sociedad sacralizaba a sus dioses en el monte del Olimpo, haciendo que cada aspecto de sus vidas dependiese de la voluntad de las figuras divinas en las que creían incuestionablemente. En esta misma época, la filosofía comenzó a cuestionar ciertas nociones tradicionales, abriendo paso a respuestas más reflexivas que dieran como resultado nuevas teorías y nuevas preguntas para conocer el origen del mundo y del orden de las cosas.

La ciencia y la religión han sopesado a lo largo de su historia encuentros y desencuentros por la característica cognitivamente antinatural del conocimiento científico, a diferencia de la religión que es algo con lo que se nace o se hereda y su práctica tiende a darse con mayor frecuencia de manera libre y espontánea. Extrañamente, muchos aspectos relacionados con la ciencia, afirman no creer en Dios, a pesar de mostrar tendencias supersticiosas relacionadas con los fantasmas, el karma, la telepatía o la reencarnación.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

En la política, en mayor medida los seguidores de la izquierda niegan cualquier tipo de creencia religiosa, debido fundamentalmente a que consideran a la religión como una herramienta de control de la población, puede interferir con “la revolución”. El materialismo dialéctico no cree en nada fuera de la existencia del espacio-tiempo, siendo la realidad objetiva lo primero y primordial de su tesis, basando su filosofía en la ciencia y excluyendo la fe por completo.

Las “sociedades modernas” han ido creciendo con una idea distorsionada de la existencia de Dios, primeramente, porque en estos tiempos Dios no está de moda, creen que ese tema es anacrónico y pasado de moda, perteneciente al lejano siglo XX. Otro aspecto que influye del distanciamiento entre el hombre y Dios, es que se ha predicado durante un largo tiempo acerca de un Dios de miedo, de terror, pecado e infierno, poco se ha empleado el tema del amor y finalmente, porque hoy en día las personas prefieren crear dioses a su medida, de acuerdo a sus intereses y los anhelos de su voluntad.

Esta desafección religiosa ha dejado a la humanidad sin arquitecto del universo, sin arquitecto de los Estados, sin arquitecto de las ciudades, provocando que la casa se desmorone en pedazos y deje a la familia desamparada. El problema de vivir en un mundo de ficción en diferentes ámbitos, es que las personas tienden a confundirse con la realidad. La política es un escenario en el que este fenómeno ha sido empleado de manera perversa y perjudicial para los ciudadanos que, ante la ausencia de identidad y fe, deciden sacralizar a los políticos.

Las sociedades modernas han decidido sustituir a Dios por los políticos, trasladando el foco de poder y de influencia hacia el Estado. Los principios y valores tradicionales se van perdiendo. Aquellos principios que sirvieron durante siglos para mantener una sana y pacífica convivencia inspirada por valores morales y de fe se encuentran en la actualidad extraviados.

Es fundamental que cada individuo establezca marcos de racionalidad para dejar de ver a los políticos como seres omnipresentes y todopoderosos, más aún, en tiempos en los que la propaganda política está presente hasta en la sopa y pretende mostrar a cada uno como si de entes divinos se tratasen. Se debe recuperar la operatividad de las instituciones, aquellas encargadas de mantener un equilibrio y generar confianza en la ciudadanía a través de la racionalidad de sus líderes, que de ninguna forma pueden seguir siendo aquellos que se encargan de repetir incansablemente que ¡Dios, ha muerto!

 

Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez

Escritor, Docente Universitario & Divulgador Histórico