En medio de un ecosistema en crisis, las dramáticas consecuencias del calentamiento oceánico exponen la fragilidad de la vida marina y el impacto del cambio climático en comunidades enteras
En el invierno de 2016, un silencio inquietante cayó sobre las costas del sur de Alaska. Las olas rompían con su habitual monotonía, pero algo faltaba: el sonido de miles de mérgulos comunes (Uria aalge), aves marinas ruidosas que solían poblar las escarpadas costas del noreste del Pacífico. Cuando los habitantes de la región caminaron por las playas, encontraron una escena desoladora: decenas de miles de cuerpos sin vida de estas especies, sus plumas negras y blancas empapadas de agua salada, esparcidos como restos de un naufragio olvidado. Era el comienzo de un misterio ecológico que aún hoy sigue desconcertando a los científicos.
Todo comenzó en 2013, cuando el océano empezó a calentarse lentamente. Los expertos lo notaron primero en los datos de temperatura recogidos por sensores oceánicos. Una gran masa de agua cálida comenzó a formarse lejos de la costa, en el corazón del océano Pacífico nororiental. La llamaron “The Blob” (La Mancha), una anomalía térmica sin precedentes que alcanzó temperaturas hasta 6 °C por encima del promedio histórico y que se extendió por miles de kilómetros de océano. Esta enorme masa de agua caliente se quedó estacionada durante tres largos años, alterando el equilibrio ecológico de todo el ecosistema marino.
A medida que el agua se calentaba, la vida en el océano comenzó a cambiar de manera silenciosa pero devastadora. El fitoplancton, la base de la cadena alimenticia marina, disminuyó drásticamente. Sin esta fuente de alimento esencial, los peces pequeños como los capelanes y los lanzones, que dependen de eso para sobrevivir, también comenzaron a desaparecer. Para los mérgulos comunes, que necesitan consumir la mitad de su peso corporal en pescado cada día, esto fue una sentencia de muerte.
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Los mérgulos son aves resistentes y especializadas. Aunque se parecen a pequeños pingüinos, pueden volar a velocidades de hasta 80 kilómetros por hora y bucear hasta 200 metros de profundidad para atrapar peces. Sin embargo, sus habilidades extraordinarias no pudieron salvarlos de la escasez de alimento que se extendió por todo el noreste del Pacífico.
Desesperados, comenzaron a morir de hambre en masa. El mar, un vasto y oscuro cementerio, ocultó la mayoría de los cadáveres en sus profundidades. Solo unos 62.000 cuerpos llegaron a las costas de Alaska y California, un número que más tarde se supo que representaba una pequeña fracción del total real.
Durante esos días fríos de invierno, los científicos que monitoreaban las colonias de aves marinas en el Golfo de Alaska y el Mar de Bering comenzaron a notar algo extraño: los acantilados donde los mérgulos comunes se reunían cada verano para anidar estaban casi desiertos.
Aquellas colonias, que normalmente albergaban decenas de miles de aves, se habían reducido a la mitad o más. Algunas colonias en el Mar de Bering perdieron hasta el 70% de su población. Los investigadores, liderados por Heather Renner, bióloga del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos, comenzaron a contar los cadáveres y a recopilar datos para tratar de entender el alcance del desastre.
Inicialmente, los científicos consideraron la posibilidad de que los mérgulos hubieran optado por no regresar a sus colonias debido a la falta de alimento, con el fin de permanecer en alta mar para ahorrar energía. Sin embargo, con el paso de los años, esa esperanza se desvaneció. Es que no estaban retrasando su reproducción sino que habían muerto. Y los números eran claros y devastadores: alrededor de 4 millones de aves habían perecido, la mitad de la población total de mérgulos comunes de Alaska antes de la ola de calor.
El desastre no se limitó a estas aves marinas. La falta de alimento afectó a numerosas especies. El bacalao del Pacífico, un pez de gran importancia comercial, también sufrió un colapso poblacional, lo que llevó al cierre de una pesquería valorada en 100 millones de dólares. Miles de ballenas jorobadas desaparecieron misteriosamente, y se sospecha que muchas murieron de hambre. Incluso los cangrejos de las nieves, esenciales para la economía pesquera de la región, sufrieron pérdidas masivas.