La era de la mediocridad


 

 



Cuentan las crónicas del 11 de octubre de 1798 que, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos y redactor fundamental de la constitución americana, escribía a la Milicia de Massachusetts lo siguiente: “Our Constitution was made only for a moral and religious People. It is wholly inadequate to the government of any other”, lo que traducido al castellano quiere decir: “Nuestra Constitución fue hecha sólo para un Pueblo moral y religioso. Es totalmente inapropiado para el gobierno de cualquier otro pueblo».

El documento buscaba que las milicias norteamericanas entiendan que, mientras el país permanezca inmaculado con los principios y costumbres con las que había sido creado, manteniéndose sincero e incapaz de una política insidiosa e impía, tendrían la razón más poderosa para regocijarse por el destino que les había sido brindado por la providencia. Por el contrario, si se actuaba con iniquidad e incoherencia, apartándose de sus conductas de franqueza, sinceridad y sentido común, sólo lograrían que se imponga la rapiña e insolencia, transformando su destino en el más miserable del mundo.

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El principio de que la Constitución de los Estados Unidos descansa en fundamentos esenciales de la consciencia, la razón y las sagradas escrituras, permitía que la visión de los redactores de aquel documento fundacional esté más allá de otros similares redactados en diferentes países, en cuyas líneas, se había otorgado mayor valor a la creación de los partidos e instituciones encargadas de resguardar el sistema democrático. Los padres fundadores de los Estados Unidos, entendían que, sin una sociedad moral cuya ética descanse sobre la biblia, el sistema democrático carecería de valor alguno.

En la actualidad la supervivencia de la democracia se encuentra precarizada en varios de esos países, sin que el peligro de su desaparición tenga que ver con amenazas externas. El verdadero peligro para la desaparición de las democracias occidentales, estriban en el hecho de que los gobiernos están compuestos por gente carente de moral que podría ser definida cono “nihilista”, seres que no creen en nada y que ejercen su carrera política buscando únicamente un favorecimiento personal, siendo los principales causantes del desgaste y empobrecimiento del sistema democrático.

Esta situación ha derivado en que se vayan profundizando las diferencias en todos los niveles; las sociedades modernas se dan a la tarea de combatir a aquellas personas que tienen el buen hábito de pensar. Esta situación que llama poderosamente la atención, en lugar de constituir un problema para los gobiernos “democráticos”, es la excusa perfecta para la mediocridad, permitiéndole al poder actuar impunemente en la búsqueda por aniquilar el pensamiento.

No resulta un hecho aislado que se destierre o se excluya a todo aquel que forma parte de la reserva moral e intelectual de la sociedad, es verdaderamente preocupante que en la actualidad, haya comenzado una cacería de brujas que pretende acallar a todo aquel que tiene la capacidad de pensar, sólo por constituir un peligro que atenta seriamente contra la ignorancia. Esta batalla promovida por el poder, cree (probablemente) de manera “ab-zurda”, que mientras más ignorante se mantenga a la población, más beneficiados resultarán aquellos que mantienen secuestrada a la democracia y que la han precarizado y devaluado en su favor.

La ignorancia alimenta al populismo y el populismo es incompatible con el crecimiento y desarrollo de una sociedad. Vivimos en una era en la que se demerita el estudio, el esfuerzo, el conocimiento y la lectura, dando paso a la mediocridad, la envidia, la hipocresía y el victimismo. Aquellos políticos nihilistas carentes de moral, populistas doctrinales, se encargan de paralizar las aspiraciones de los jóvenes, privándoles de oír aquello que es lo único que deberían de entender para poder asumirlo como lo único cierto y real en sus vidas, la única verdad que deben conocer es que <<el futuro está en sus manos y no en manos de los políticos, ni mucho menos que su futuro dependerá del Estado>>.

El populismo devasta naciones, apelando a los instintos primarios de los seres humanos y exultando sus bajas pasiones. Lo ejercen los políticos, que buscan incansablemente implantarse todos los días en los medios de comunicación, desde donde, valiéndose de promesas falsas y narrativas fantasiosas, hacen gala de sus mejores artes de superhéroes todopoderosos hasta alcanzar su propósito. Los populistas reescriben la historia, crean enemigos de la nada y responsabilizan a cualquier otro de aquello que no tiene la capacidad de resolver. Para eso necesitan de una audiencia desvalida de conocimientos, irreflexiva, dispuesta a sacralizar la inmoralidad y depravación de estos seres que todavía tienen el tupé de creerse superiores.

Todavía recuerdo los tiempos de mi niñez en la que los líderes, los verdaderos líderes (no políticos), tenían la capacidad de plantarse frente a un auditorio para pronunciar discursos revestidos de razón y argumentos sólidos, como adultos, de forma seria y con un profundo contenido, apartando de sus palabras la retórica y la demagogia. Qué tiempos aquellos en los que el poder de la palabra lo podía todo, el silencio respetuoso y reverencial que se profería al orador, precedía el mar de aplausos en que estallaba el auditorio como manifestación de admiración, para quiénes sin contar con un celular ni con tecnología, tenían la capacidad de dejar grabado su nombre con letras doradas en la historia.

Vivimos en una era en la que la política ha perdido todo sentido y los políticos desconocen el significado de la palabra dignidad. El sistema democrático está herido de muerte porque los ciudadanos han perdido respeto por quienes sólo buscan mediante la política alcanzar sus ambiciones personales, dividiendo al pueblo, enfrentando a las regiones a través de mentiras, ostentando únicamente el poder por el poder y dejando de lado las aspiraciones de todo el pueblo.

Las naciones sudamericanas son especialmente llamativas, puesto que no han sido capaces de establecer regímenes democráticos sólidos e históricamente son ejemplos de procesos fallidos. Los procesos fallidos son más frecuentes en aquellas sociedades dispuestas a rendir culto a dioses de madera, metal y piedra, por lo que no son las más adecuadas para que se consolide el proceso, siendo, por el contrario, más proclives a vivir episodios de guerras civiles, revoluciones, golpes de Estado, movimientos fascistas, las peores depravaciones de un marxismo inhumano, elecciones fraudulentas, entre muchos otros que manchan cualquier atisbo de alcanzar una supuesta democracia que jamás llegó a adaptarse.

Para finalizar. En medio de este panorama, la política nacional boliviana atraviesa la peor crisis moral de su historia y se encuentra –al igual que hace cuatro décadas– en manos de “octogenarios” que insisten con ser los mesías, los iluminados, los únicos capaces de cambiar la realidad de su gente y que ahora han decidido propugnar una alianza por la unidad. Con el perdón de los lectores, en todo mi escepticismo, no lo creeré, ni aunque lo vea. Se está tan acostumbrado a ver al poderoso como si fuera un gigante, quizá, porque insistimos en permanecer de rodillas y creo, que va siendo tiempo de ponerse de pie.

 

 

Carlos Manuel Ledezma Valdez

Escritor, Docente Universitario & Divulgador Histórico


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