El MAS y su fallido Modelo Económico


 

Hace 19 años, el 22 de enero de 2006, Evo Morales asumió la presidencia de Bolivia, marcando el inicio de la implementación del Modelo Económico Social Comunitario y Productivo (MESCP). Este modelo, diseñado por el actual presidente Luis Arce Catacora y el fallecido académico Carlos Villegas Quiroga, surgió como respuesta al auge del neoliberalismo en la década de 1990. Su propósito era guiar a Bolivia desde un sistema capitalista hacia una transición socialista, concebida como un proceso gradual. Según sus promotores, este enfoque no buscaba instaurar el socialismo de manera inmediata, sino establecer una etapa intermedia de transformación estructural.



Con una visión teórica de ser una economía inclusiva, el MESCP planteaba como uno de sus objetivos la redistribución de la riqueza, el control estatal de recursos estratégicos y la integración de los sectores más vulnerables. Sin embargo, casi dos décadas después, los resultados del modelo nos invitan a reflexionar sobre sus logros, contradicciones y fracasos. A lo largo de estos años, Bolivia ha experimentado una serie de problemas económicos que, si bien no han sido totalmente eludidos por los defensores del modelo, han resultado ser más pronunciados y evidentes conforme el tiempo ha avanzado.

Uno de los puntos más críticos del MESCP es la excesiva intervención estatal en la economía, que, si bien en un inicio fue presentada como una herramienta para regular y garantizar el bienestar social, ha generado una dependencia perjudicial de la burocracia estatal. Este sistema de centralización económica, en el cual el Estado no solo regula, sino que también posee y gestiona empresas clave, ha incrementado la rigidez estructural de la economía boliviana. Esta concentración de funciones ha reducido la competitividad, creando un entorno de ineficiencia, despilfarro y corrupción que limita el desarrollo sostenible del país. En términos simples, la economía boliviana se ha vuelto menos dinámica, con poco margen para la innovación o la mejora en la productividad.

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El MESCP ha fallado en su promesa de crear una economía flexible y adaptativa. Las intervenciones constantes, como la manipulación de precios de combustibles, el control del tipo de cambio y los subsidios, distorsionan los incentivos económicos. Esto ha generado escasez de productos y desequilibrios en la asignación de recursos, creando un ambiente económico inestable. Estos desequilibrios afectan no solo la estabilidad interna, sino que también reducen las perspectivas de inversión y competitividad, factores esenciales para cualquier economía moderna.

El modelo también ha fracasado en su intento de fomentar un crecimiento económico sostenible a largo plazo. Las políticas de redistribución, en lugar de impulsar una competitividad sostenida, se han centrado en medidas de corto plazo, como los subsidios y el aumento de impuestos. Aunque estas políticas han permitido una reducción temporal de la pobreza, no han contribuido a crear las bases de una economía más productiva. Al centrarse en la redistribución de la riqueza a través del gasto público y la intervención estatal, se ha limitado la capacidad del sector privado para contribuir al crecimiento. Las regulaciones excesivas y los impuestos elevados han generado un clima desfavorable para los emprendedores y las pequeñas empresas, lo que ha ralentizado la innovación y el desarrollo de nuevas industrias.

El riesgo de un populismo económico también es claro dentro del MESCP. La centralización de recursos y la política de subsidios, aunque útiles a corto plazo, han demostrado ser insostenibles. El modelo ha dependido excesivamente de los ingresos derivados de la exportación de recursos naturales, lo que ha hecho a la economía boliviana vulnerable a las fluctuaciones de los precios internacionales de estos productos. Esta dependencia ha comprometido la estabilidad económica de Bolivia y ha generado una dependencia constante de los mercados internacionales, algo que va en contra de la narrativa de independencia económica que se había promovido al inicio del modelo.

En este contexto, la contradicción entre la retórica del socialismo del siglo XXI y la realidad económica de Bolivia se hace cada vez más evidente. A pesar de las promesas de autosuficiencia, el país ha tenido que recurrir a préstamos internacionales y a solicitar créditos en dólares para cubrir sus necesidades. Esta dependencia financiera externa resalta el fracaso del MESCP para consolidar una base económica sólida e independiente. Lo que originalmente se presentó como una alternativa al capitalismo global, hoy se ve obligado a recurrir a las mismas herramientas que supuestamente había rechazado.

El impacto de estas políticas en la vida cotidiana de los bolivianos es notorio. La inflación ha aumentado considerablemente debido a la falta de políticas fiscales eficaces y a la escasa diversificación de la economía. Los precios de los productos básicos han subido, afectando a los sectores más vulnerables de la población, quienes ven cómo su poder adquisitivo se erosiona. Este fenómeno ha generado una espiral inflacionaria que golpea de manera más dura a aquellos que dependen de los ingresos más bajos.

El MESCP, en resumen, ha fracasado en las metas que se había propuesto. La economía boliviana sigue siendo dependiente de los recursos naturales y el control estatal ha generado rigidez en lugar de dinamismo. En lugar de haber logrado un desarrollo económico sostenido y equilibrado, Bolivia sigue atrapada en un modelo que no ha sabido adaptarse a los cambios globales. La pregunta fundamental que se plantea hoy es si Bolivia podrá superar las limitaciones de este modelo agotado, o si continuará atrapada en una economía que ha sido incapaz de consolidar una base sólida, productiva y sostenible.

 

Por: Miguel Angel Amonzabel Gonzales.

Investigador y analista socioeconómico

 

 


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