Eduardo Bowles
Quien observa desde afuera la composición geopolítica boliviana no puede creer lo que sucede. El departamento más poblado del país, el más fuerte económicamente, el que más aporta con impuestos, el responsable de un tercio del PIB nacional, el que produce el 70 por ciento de los alimentos, el más industrializado, el que más exporta, el crisol de la nacionalidad, es uno de los que menos gravita en el contexto nacional. El peso político cruceño es prácticamente nulo.
En Bolivia, más importancia que Santa Cruz tienen los cocaleros, los ladrones de minerales (cooperativistas), los avasalladores de tierras (que controlan ministerios), los transportistas, los gremiales y hasta los sindicatos muertos como la COB.
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Para tener una idea de este fenómeno tan insólito, es como si São Paulo no incidiera en la política brasileña, como si Buenos Aires estuviera relegada, California o Texas fueran un cero a la izquierda o si a la industrializada Múnich no le consultaran en lo más mínimo sobre lo que hace el gobierno en Berlín.
Los dueños del poder andino siempre han dicho que ellos están más capacitados para manejar el Estado, que tienen más estudios y que se preparan concienzudamente para la administración pública. Sin embargo, hoy estamos en manos de la gente más ignorante y más iletrada que podemos imaginar e, igualmente, Santa Cruz sigue en la cola: sometido, humillado, tratado como si fuera una colonia, y cualquier dirigentucho se atreve a llamar «extranjeros» a los despreciables “cambitas”.
Otro de los cuentos que se escucha es que los cruceños no tienen vocación política. Otra gran mentira. Ninguna región de Bolivia ha tenido la capacidad organizativa, la fuerza para construir una institucionalidad y el ingenio para diseñar un modelo sostenible de desarrollo basado en el imperio de la libertad, por la que los cruceños siempre han luchado. Santa Cruz ha sido clave en la recuperación de la democracia en Bolivia, en la descentralización, en el proceso autonómico, y si no hubiera sido por la gente de este departamento, el dictador más fuerte que ha enfrentado el país hoy estuviera haciendo de las suyas con su triunfo fraudulento, como sucede con Nicolás Maduro.
El problema es que la victoria de 2019, esa gran epopeya del pueblo cruceño que se diseminó por todo el país, fue entregada en bandeja de plata a una clase política espuria que terminó devolviéndole el poder a la dictadura. Una tiranía que no ha hecho más que vengarse, torturar y tratar de destruir a los cruceños, porque representan la mayor amenaza contra la hegemonía andinocentrista.
En otras palabras, el único punto débil de Santa Cruz es su dirigencia, secuestrada y castrada por oscuros grupos de poder que siempre terminan negociando con los dueños de la Plaza Murillo el precio del silencio y la pasividad de la región. Son esos impostores que hablan en nombre de todos los que terminan cediendo, apagando la energía del pueblo e impidiendo que surja el verdadero potencial de este pueblo. Nada mejor que la actitud servil expresada por el nuevo señorito de la política, Gary Añez, para comprender que a los cruceños siempre nos entregan a cambio de nada.