¿Cómo hallar esperanza en una Bolivia que discurre sus tiempos por el pedregoso camino de la caquistocracia o el gobierno de los peores junto a un marcado resentimiento social y político?
¿Cómo?
¿Cómo creer todavía en este país que aporrea de una manera desbocada, excesiva y hasta desquiciada a quienes trabajan de manera honesta todos los días y andan con el Jesús en la boca para que no les caiga una multa, una confiscación, una persecución, un avasallamiento, un chantaje o una inquina de algún funcionario público parasitado e ineficiente?
¿Cómo mantener inversiones y generar más puestos de trabajo dignos sin que te demanden con multas millonarias desde el Ministerio de Trabajo o te exijan dobles aguinaldos o pagos extraordinarios y abusivos para seguir operando de acuerdo con la ley?
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
¿Cómo levantarse todos los días -medianamente cuerdo – y saber que tu emprendimiento puede fracasar por culpa de la creación de una nueva normativa abusiva e inconsulta emitida por un administrativo de escritorio que jamás creó un solo empleo o pagó alguna vez un impuesto en el país?
¿Cómo ajustarse la camisa y el pantalón y mirar de frente sin miedo para jugar una partida desigual? Para encarar una pelea abusiva y con un árbitro corrupto. ¿Cómo llenarse de valentía cada mañana para innovar y crear nuevos servicios, productos o para diseñar nuevas soluciones para el beneficio del país y planificar crecimientos si de un momento a otro, te caerá una ristra de abusos públicos en contra de tu negocio formal?
¿Cómo evitar mirar fuera de las fronteras, amarrar bártulos y buscar otras opciones? ¿Cómo mirar a los ojos de tus hijos y decirles que son bolivianos y que deben estar orgulloso de serlo? ¿No importa qué? Como si ellos fueran los próximos de la fila en ser sacrificados en esas escalinatas de la infamia. ¿Acaso como padres debemos preparar a nuestras familias para lo peor? ¿Para el descalabro? ¿Por qué así siempre fue y así siempre lo será?
¿Cómo decirles qué debemos seguir confiando en el país, pese a todo y pese a todos y pese a que todos los días nos quitan, nos asaltan y nos escupen en la cara sólo porque somos formales y respetamos la ley?
¿Cómo? Cuando la amargura y la rabia se han apoderado del humor de los bolivianos de bien. Y digo de bien, porque me refiero a todos aquellos que son educados con los demás; que saludan y agradecen; que saben del valor de la legalidad, de la honestidad, de los principios; de la amistad y del amor correspondido y al que se debe respetar. Acá no hay clases sociales ni otras interpretaciones propias de estos politiqueros extraviados. Hablo pura y exclusivamente de los bolivianos de bien. De aquellos que trabajan en sus turnos nocturnos y en silencio, que abren las puertas de sus empresas formales con un suspiro; hablo de aquellos que se arremangan para defender sus mercados legales, hablo de aquellos que inflan sus pechos con los logos de sus emprendimientos tatuados en sus corazones y que no le hacen asco a los miles de desafíos y problemas que les arrojan a diario estos burócratas. Hablo de aquellos jóvenes que están sentados en sus pupitres soñando con ser profesionales y no cocaleros o contrabandistas. Hablo de ellos. De quienes están ahí: firmes, decididos, incólumes. De esos bolivianos de bien hablo y escribo.
Cómo no seguir levantando las lanzas y los escudos, sabiendo que si miramos al costado estaremos arropados por todos esos bolivianos que aportan al país, con sus ideas, con sus sudores y sus ganas de progresar. Cómo no seguir tozudamente adelante, sabiendo que ellos están ahí, con lágrimas en los ojos, pero riendo porque saben que son fuertes y están dispuestos a pelear por un futuro mejor para el beneficio de todos y no de una rosca política mafiosa o de un gremio corrupto y matón.
Nadie quiere a los políticos. Y mucho menos ahora, en estos tiempos de humo y TikTok.
Razones sobran.
Quizás, por eso, sólo nos queda nuestra ilusión. Aquella que todavía atesoramos. La misma que les fue arrancada a los jóvenes venezolanos, cubanos y nicaragüenses. ¿Dejaremos que nos pase lo mismo? ¿Dejaremos que nos sigan escupiendo la cara?
Las cosas están muy mal, pero nadie va a venir a salvarnos. Por esta razón, el filósofo español Fernando Savater, nos compele a enfrentar una decisión valerosa y muy simple, en estos tiempos convulsos y de ira: o se elige ser un ciudadano que busca hacer algo para que las cosas cambien o se opta por ser un vasallo que calla y obedece. No hay más opción. El pesimismo no arregla nada, postula Savater. No puedo estar más de acuerdo.
Así que sólo tenemos un camino, plantarle cara a los desalmados y luchar por nosotros los bolivianos de bien, ya que como decía Borges, a todos los hombres nos toca vivir tiempos malos. Entonces, ¡qué carajo… Vamos con todo!