En Bolivia, todos somos culpables de algo. Pero quienes están en la esfera pública—políticos, empresarios, cívicos, periodistas o influencers—se llevan la peor parte. El humor colectivo actual lo deja claro: culpamos a otros de nuestras desgracias, señalamos la paja en el ojo ajeno y, como siempre, ignoramos la viga en el propio.
En este contexto, la extensa y publicitada entrevista de anoche al empresario Marcelo Claure merece, al menos, el beneficio de la duda. Claure repitió en varias ocasiones que ya no lo motiva ganar dinero, que ama profundamente a su país—, Bolivia, aunque también posee la ciudadanía estadounidense—, que invierte su propio capital para ayudar al país a salir de la crisis, que se ubica ideológicamente en el centro-derecha y que rechaza todo lo relacionado con el socialismo.
Cuando la periodista Cecilia Bellido le preguntó reiteradamente si tenía alguna afinidad con el presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, se tomó su tiempo para responder. No fue una entrevista improvisada. La hora y veinticinco minutos de conversación mostraron a un entrevistado que llegó preparado y, me atrevería a decir, con el guion bien aprendido. Eso quedó claro.
Sin embargo, hubo un momento que pudo haber pasado desapercibido, pero no para mí. Al ser consultado sobre el modelo económico cruceño, Claure respondió con un no seco y rotundo. Acto seguido, reconoció que Santa Cruz es una gran potencia, que concentra buena parte de la riqueza del país, que su crecimiento es innegable y que considera a los emprendedores cruceños como los más activos.
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¿Qué se puede deducir de Claure y su entrevista? Primero, lo más evidente: este ciudadano boliviano-estadounidense quiere convertirse en un actor clave en la esfera pública nacional. Segundo, su interés en la estabilidad y el desarrollo del país podría ser genuino; después de todo está invirtiendo dinero—que no le falta—para lograrlo. Y tercero, tiene claro que, para marcar la diferencia y alcanzar el éxito en su propósito, debe apuntar al sistema político del país, porque aquí, está demostrado, lo que manda es la política, no la economía.
Fuente: Javier Limpias