Por qué la propuesta de García Linera es un fracaso: cinco razones


Diego Ayo

Diego-Ayo “No hay duda de que lo que no hace el Estado para consolidar a las naciones indígenas no lo puede hacer un texto académico. Un texto que finalmente revela cierta desesperación frente a una obviedad: los ciudadanos bolivianos se declaran cada vez menos ciudadanos indígenas. Y no es que no lo sean (o no necesariamente lo sean), sino que esa ‘indianidad’ empieza a adoptar rasgos que poco o nada tienen que ver con las elucubraciones escasamente académicas del Vicepresidente”.

Como se sabe, el vicepresidente Álvaro García Linera publicó hace un tiempo “Identidad boliviana. Nación, mestizaje y plurinacionalidad”, un ensayo que ha generado una serie de respuestas pero que, por la pertinencia del tema, tal vez merezca una reflexión más. Acaso el objetivo de García Linera haya sido dejar en claro que, más allá de las cifras y las conjeturas liberales, Bolivia es un país de mayoría indígena. Lo que sugiero en estas líneas son las razones históricas, teóricas e ideológicas por las que García Linera fracasa en su propósito.



Las razones metodológicas

En primer lugar (razones metodológicas), a pesar de que su intención era probar su tesis analizando las cifras del último Censo –cifras que muestran que la autodefinición de la población como “indígena” descendió de poco más del 60% a poco más del 40%–, el trabajo termina ensayando densas elucubraciones sobre conceptos como identidad o nación, sin llegar jamás a discutir las estadísticas en juego. Tal vez se revele aquí el talante autoritario del autor, para quien este país es mayoritariamente indígena simplemente porque es mayoritariamente indígena, porque lo fue y lo será siempre. Los números sobran. Llamativa conclusión, sin dudas, pues acaba por legitimar a quienes criticaron la precariedad (por decir lo menos) del Censo. Todos, él y los críticos, dudan pues de la veracidad de los datos de este censo frustrado. O, peor aún, lo críticos dudan, él sencillamente se desentiende de los datos. “Somos indígenas y ya”, parece ser la sentencia que preside el ensayo; los hechos están demás.

Puede que parte de la explicación de cómo García Linera arriba a este puerto resida en una debilidad metodológica común a sus escritos: sus argumentos no se fundamentan en un sistemático trabajo de campo. García no suele remitirse a los hechos: no hay casi nunca, en sus textos, un trabajo serio de entrevistas, sondeos, grupos focales, ni técnica o práctica de campo alguna. No es pues extraño que las conclusiones tengan un sello personal/ideológico indiferente a cualquier sustentación empírica. En este caso, ignora los porcentajes variables de autoidentificación de censo a censo.

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Las razones teóricas marxistas

En segundo lugar (razones teóricas marxistas), puede que su desinterés por los hechos no sea la falla mayor del ensayo. En verdad, tiene debilidades mayores. Uno de ellas es su manejo de la teoría marxista al analizar el nacionalismo. Valga recordar el consenso de intelectuales marxistas sobre el hecho de “no hay una teoría marxista de la nación”. Casi en tanto premisa, esta corriente de pensamiento comprendió que los intereses económicos de las burguesías nacionales convergían en la formación de una clase transnacional, que presuponía “la muerte de la nación”. Ésta –la nación– se extinguiría irremediablemente. Vale decir, “los fragmentos residuales de esta gente que (aún) conserva su carácter nacional van a ser completamente extirpados ante el avance de la gran revolución”. (Con “gran revolución”, Engels se refiere aquí a la del capital). En suma: la nación fue vista como una fase momentánea en la historia de la humanidad, subsumida a la vorágine capitalista que quiebra los vínculos locales y establece “un solo mundo”. Uno de los teóricos famosos de la izquierda antiglobalizadora, Immanuel Wallerstein, honrando esta añeja tesis marxista, abogó por eso por la necesidad de tener como objeto de estudio el “sistema capitalista mundial” y no el Estado-nación, la nación o el pueblo como unidades de análisis.

No hay la menor duda de que el trabajo de García Linera está muy lejos de llenar este vacío teórico. Al contrario: la escasa o ausente mención de trabajos clásicos (y básicos) sobre el nacionalismo –como los escritos por Anthony Smith, Benedict Anderson, Anthony Giddens e incluso por marxistas como Ronaldo Munck– revelan la poca consistencia o incluso curiosidad teóricas desplegadas. En verdad, lo que parece poner sobre el tapete este trabajo de García Linera es la certeza de que la izquierda intelectual del país, siguiendo una tradición a-nacionalista, no sólo no se ha interesado en la teoría del nacionalismo, sino que ha instrumentalizado sus conceptos, vaciándolos de contenido para convertirlos en equivalentes de categorías marxistas. Allá donde se hablaba de clase, hoy se habla de nación (indígena), donde se decía vanguardia proletaria hoy se dice movimiento social, donde se hacía referencia al socialismo, hoy se hace referencia al socialismo comunitario, y así sucesivamente. Se despoja a este fenómeno teórico –el nacionalismo– de su singularidad.

Vale decir que, en nombre del indígena, reaparece una izquierda secularmente intrascendente, carente de discurso propio, aunque con notable capacidad para adaptar el léxico masticado durante las últimas 4 o 5 décadas en forma acrítica, memorística y heterónoma al contexto nacional/indígena. Se trata, por eso, de una izquierda que, en sus diferentes versiones, desde aquella pachamámica a esta economicista, desconoce lo que son verdaderamente las identidades indígenas, sus variaciones, entrecruzamientos, pugnas e incluso sus capacidades para erigirse realmente como naciones. Crean un indígena acoplado al discurso economicista clásico, antes de reconocer al indígena de carne y hueso con sus especificidades, seguramente menos idílicas. La nación o lo plurinacional, en el trabajo de García Linera, es pues una realidad dada y definitiva más que una hipótesis por verificarse.

Las razones teóricas nacionalistas

En tercer lugar (razones teóricas nacionalistas), no sólo desde una óptica marxista sino desde una perspectiva teórica que va desde los análisis de Weber y Durkheim hasta la de los especialistas en el tema, como el mismo Gellner, las fallas más comunes al analizar el nacionalismo tienen que ver con dos debilidades teóricas que hacen a un lado la verificación empírica. Una es el “primordialismo” y la otra es el “invento de la tradición”.

El primordialismo lo que hace es esencializar/naturalizar la existencia de la nación o naciones indígenas. Lejos de algún interés por la realidad, se intenta convencer al lector: “las naciones indígenas siempre existieron”. En realidad, al no ocuparse de detalle alguno sobre cómo es que siempre existieron y existen hasta el día de hoy, se acaba por despolitizar al actor que se pretende defender. Se le niega su historicidad y, al hacerlo, se lo convierte en un modelo ideal, a ser usado en exposiciones internacionales o en cuadernillos de divulgación popular financiados por el Estado Plurinacional. Tal acción intelectual tiene el (de)mérito adicional, en el trabajo de García Linera, de subestimar la fuerza de estos grupos sociales de raigambre indígena, al afirmar que estas naciones sólo vieron la luz una vez el señor Evo Morales asumiera la presidencia. Vaya paradoja: las naciones que misteriosamente sobrevivieron intactas no fueron, sin embargo, suficientemente fuertes como para emerger autónomamente antes de la llegada del primer presidente indígena. Ergo: es el caudillo indígena el que crea y recrea las naciones indígenas y no la propia integridad y fuerza de éstas. García Linera acaba así inferiorizando a aquellos que pretende defender. Siempre, claro, desde la óptica de la nación como una entidad natural (eterna).

El “invento de la tradición” es algo frecuente en cualquier proceso de consolidación de una identidad (nacional). Sin embargo, es preciso diferenciar la invención como una falsificación de la invención como un rasgo nuevo que se adhiere a ese “algo” que ya existe. En el primer caso se intenta la manipulación: hacernos creer algo que no es; en el segundo, se contempla un rutinario proceso de modificación de la identidad, siempre voluble. García Linera, no hay duda, es practicante del primer caso. Proponer que toda la historia antes de Morales fue una historia de saqueo y expoliación es un burdo intento de tergiversación de la historia.

Al margen de ser una concepción moralista de la historia que no puede ni debe admitirse, es necesario advertir que los “cambios” que García admite que se dan (“las naciones cambian”) no deben sólo mencionarse como hechos que suceden –lo cual que es una obviedad sorprendente en alguien que se precia de académico– sino que ameritan ser explicados: cómo se da el cambio o los cambios, qué efectos generan en particular sobre la propia identidad, en qué medida son frecuentes, a quiénes afecta más y por qué, entre otras interrogantes que ayudarían a entender que sí hay cambios y que éstos, además, son reales y trascendentes, y no como en la “teoría” de García Linera, para la que cualquier cambio no afecta la esencia misma de las naciones indígenas, que permanecerían inalterables. Vale decir, aunque admite la presencia de cambios, en verdad los niega. De tal modo, su definición de nación como comunidad de origen y comunidad de llegada –definición que por cierto agradecen los militantes de la Nación Camba, a quienes calza perfectamente el concepto así definido–, resulta entonces a-histórica. Queda sólo la fe de que comparten un origen común (que no se sabe en qué consiste, al margen de la procedencia precolombina) y un destino común (que tampoco se sabe en qué consiste).

En suma, así como la abstracción de clase corre el riesgo de convertirse en una idealización divorciada de la realidad, así el concepto de nación usado por García Linera se queda en la abstracción: no quiere entender que los niveles de creación de la nación pasan, en lo concreto, por la relación cara a cara y/o la consolidación de líderes que unan los intereses de diversos grupos, y, en lo abstracto, por la publicación de libros y/o emisión de programas para un territorio único (entre otros aspectos). La nación se construye pues en diversas dimensiones desde lo más concreto hasta lo más abstracto, desde una relación personal hasta aquella mediada por un mensaje que se dirige a los ciudadanos de una misma nación. Esta gradación es fundamental para comprender los pilares de edificación de la nación. No explicarlos es, como decía, un “invento”, algo falaz, de la tradición, que se abstrae de lo concreto, valga la contradicción, y salta directamente al nivel de mayor abstracción, que es lo que precisamente hace García Linera.

Nueva Crónica