Lo nacional-popular y las ideologías


 

Una buena narrativa política combina la pertinencia simbólica con una visión de país coherente y verosímil



Cuando se invoca lo nacional-popular, surge un escepticismo legítimo en razón de nuestra historia, pero que inexorablemente lo embrolla con políticas públicas específicas que tantas crisis han causado en Bolivia. Se trata de una confusión entre el contenido de un mensaje y su embalaje comunicativo. En un escenario electoral —saturado de símbolos, eslóganes y emociones instantáneas— los actores políticos, que sepan combinar un contenido coherente y creíble con un envoltorio atractivo, accesible y con anclaje simbólico y sociocultural, podrían aumentar sus chances de seducir a las mayorías. Es en esa combinación de ideologías gruesa y delgada que consiste una buena narrativa política.

Las ideologías gruesas —como el liberalismo o el socialismo— ofrecen marcos integrales, sistemas de pensamiento e interpretación de la realidad, que parten de principios y valores estructurantes y buscan orientar la acción política. En contraste, las ideologías delgadas son más bien una forma de interpelación emocional, que requieren integrarse en marcos ideológicos gruesos para ofrecer acciones políticas concretas. Son vehículos de demanda, no sistemas de solución.

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Un ejemplo común de ideología delgada es el ecologismo. Si bien provee un eje de identificación para con una causa, no resuelve por sí solo cuestiones centrales como el rol del Estado, la estructura económica o el modelo social. De ahí que existan ecologismos que apuesten por tan distintos «cómos» a la hora alcanzar sus objetivos políticos. El contenido programático de una ideología delgada varía según la ideología gruesa con que se combina.

Un error frecuente de muchos políticos, especialmente aquellos que buscan el voto de sectores disconformes o desencantados, es creer que basta con dominar uno de ambos criterios de una buena narrativa política. Asumen que una puesta en escena eficaz, un uso adecuado de emociones populares o una apropiación inteligente de símbolos históricos pueden sustituir a la sustancia de un proyecto político, y viceversa.

«El desafío político no es apropiarse superficialmente de lo nacional-popular como estrategia estética, sino construir, sobre esa base, una propuesta integral que combine pertinencia simbólica, visión de país y credibilidad práctica».

Una buena narrativa política, en todo caso, ofrece un programa coherente y deja entrever una posible realización criteriosa de sus preceptos, al tiempo de generar esperanza e identificación. Lo primero sólo se construye con una ideología gruesa sólida, incluso en el pragmatismo; lo segundo, con un anclaje simbólico y sociocultural profundo. Mientras la ideología gruesa es puesta por los políticos, la delgada proviene de los caldos de cultivo emocionales y culturales de una sociedad, tanto a corto como a largo plazo.

El antimasismo, por ejemplo, es una ideología delgada contextual, dado que proviene de una emoción cultivada en ciertos grupos sociales en nuestra historia reciente. Lo nacional-popular, en contraste, es una ideología delgada largoplacista, pues apela a nuestra historia común y las prácticas culturales de las mayorías. Con el antimasismo es probable obtener una importante cantidad de votos, pero con lo nacional-popular, es más probable ganar una elección. Y, aunque sea un juego de probabilidades, si ello viene acompañado de una visión de país y un programa atractivos, que planteen soluciones plausibles a los problemas concretos de la sociedad, se estarían maximizando las chances de obtener y mantener el poder político.

Lo nacional-popular —como memoria colectiva y aproximación al diario vivir de la ciudadanía— otorga profundidad y legitimidad emocional a la narrativa política, conectándola con esas experiencias que generan un sentimiento de bolivianidad y responsabilidad colectiva. El anclaje sociocultural permite que el discurso cale en las subjetividades individuales y colectivas, que resuene en los códigos compartidos por la sociedad a la que pretende interpelar. No obstante, si no está sostenida por una visión estructurada y coherente del presente y del futuro, la narrativa podría convertirse en una operación de marketing condenada al desgaste.

El desafío político no es apropiarse superficialmente de lo nacional-popular como estrategia estética, sino construir, sobre esa base, una propuesta integral que combine pertinencia simbólica, visión de país y credibilidad práctica. Sin esa síntesis, todo intento de reconectar con las mayorías quedará atrapado en la forma o el contenido, incapaz de transformarse en una victoria electoral contundente y un proyecto político a largo plazo.

 

Guillermo Bretel Maia

Politólogo y Sociólogo de la Julius-Maximilians-Universität Würzburg


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