Cifras del FMI y del Gobierno: (des)aciertos sin sentido


Gonzalo Chávez, en su habitual columna dominical, el último domingo nos ofrece una “evaluación de la calidad pitonística” del FMI y del Gobierno para estimar la tasa de crecimiento del PIB. Aunque ninguno de los dos “le achunta” a alguna de las tasas de crecimiento observadas para el PIB entre 2021 y 2024, Gonzalo concede victoria al FMI, porque se equivoca menos: “la realidad se parece más a lo que dice el FMI que al evangelio optimista del Gobierno. Es como si el Fondo trajera calculadora y el Ministerio de Economía una varita mágica…”

Si la analogía que plantea Gonzalo fuera correcta, sin duda la calculadora del FMI tendría un serio defecto de fabricación: en 2021, el error de la calculadora equivale a ignorar el aporte del sector extractivo; en 2022, a contabilizar dos veces a este sector; y en 2023, la calculadora no habría sumado aportes del sector agropecuario, de la industria manufacturera, del comercio, la construcción, y de restaurantes y hoteles, sectores que fácilmente aportan con más del 70% del empleo.



Semejantes omisiones sugieren muy fuertemente que, la estimación del FMI para 2023, no habría resultado de una proyección conceptual “hecha con seriedad, con datos actualizados, usando modelos robustos y supuestos sensatos.” Pero, como Gonzalo solo trata de estimar la calidad adivinadora de los pitonisos en concurso, no tiene mayor sentido ahondar el análisis.

Sin embargo, Brújula Digital (BD), al comentar las cifras de Gonzalo, concluye que “el FMI ha sido consistentemente más acertado en sus estimaciones. La conclusión es clara: el Fondo se equivoca menos.”

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Inadvertidamente, sin duda, al establecer que el FMI ha sido consistentemente más acertado en sus estimaciones a partir de una muestra de apenas 4 años, BD otorga a las estimaciones del FMI un cierto aire de rigurosidad matemática y de causalidad inexistente: equivocarse en 1%, 10% o 100%, son todas equivocaciones; y una alta tasa de crecimiento del PIB tampoco implica que la sociedad sea beneficiaria del crecimiento, como venimos alertando hace 35 años.

Así, en el período de oro del Ministerio de Economía, cuando el FMI no cesaba de alabar el modelo y el Gobierno se retrataba habitualmente en el podio de las economías con crecimiento mayor en la región –sin críticas ni desde la política ni desde la academia, mostrábamos cómo cada año el aporte del sector “real” de la economía (que genera el valor agregado y casi 90% del empleo) perdía terreno ante el sector FAPI (intermediación financiera, administración pública, e impuestos: ninguno de ellos agrega valor) que, en 2015, llegó a igualar y superar el aporte de las actividades económicas que agregan valor a la estructura del PIB.

De hecho, respecto al crecimiento global del PIB entre 2005 y 2019, la intermediación financiera creció 3,3 veces más, los impuestos y aranceles 1,7 veces y la administración pública 1,5 veces más que el PIB total. En conjunto, representan un 12% del empleo que consume rentas sin aportar valor alguno a la economía.

Por el contrario, sectores como la agricultura tradicional, textiles, confecciones, cuero y calzados, madera y muebles, metal-mecánica y reparaciones, servicios personales, y el comercio, sectores en los que radica la amplia mayoría del empleo (más del 80%), crecieron por debajo del crecimiento del PIB global, en varios casos a la mitad o a menos de la mitad, y a una sexta parte del crecimiento del sector financiero.

En resumen, el valor del PIB y el de su tasa de crecimiento, solo pueden ser indicadores útiles para orientar las políticas públicas en tanto el crecimiento de la economía tenga como base la creación de valor a partir de la creatividad y del esfuerzo humanos, y sean las personas y sus hogares –no el Estado ni los dueños del capital, los destinatarios directos de los beneficios del crecimiento.

Desde esta perspectiva, es sin duda paradójico que se acuse de “socialista” a un proceso en el que los grandes beneficiarios –muy de lejos, son los dueños del capital, mientras que los proletarios y la clase trabajadora, en general, ha sido librada a su suerte bajo los eufemismos (neo)liberales de “emprendedorismo” o de “capitalismo popular”.

En este distorsionado contexto, las proyecciones de crecimiento del PIB boliviano –sean elaboradas por el FMI, por el Gobierno o por una corte celestial– seguirán siendo desacertados disparos en la obscuridad, sin relevancia ni sentido para la evaluación o el diseño de las políticas públicas.

 

Enrique Velazco Reckling, Ph.D., es investigador en desarrollo productivo