La informalidad crece en un 34,5%, en 19 años de Gobierno del MAS


En casi dos décadas de gestión del Movimiento Al Socialismo (MAS), la informalidad laboral se disparó, pasando del 62,4% en 2005 al 84,2% en 2024. El país tiene el mayor índice de empleo informal de América Latina

Ernesto Estremadoiro Flores

 

Ante la escasez de empleo formal, muchas personas recurren al mercado informal para subsistir, dedicándose a la venta de diversos productos
Ante la escasez de empleo formal, muchas personas recurren al mercado informal para subsistir, dedicándose a la venta de diversos productos / Juan Carlos Torrejón

 



Fuente: El Deber

Negocios cerrados y letreros de “se alquila” se han vuelto una imagen frecuente en distintas ciudades del país. El pago de salarios, impuestos, servicios básicos y una crisis económica persistente han llevado a muchos emprendedores a abandonar la formalidad y sumarse a la economía informal.

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Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), entre 2005 y 2024 la informalidad laboral en Bolivia aumentó del 62,4% al 84,2%, lo que representa un incremento del 34,5%. Esta expansión coincide con la llegada al poder del Movimiento Al Socialismo (MAS), en un periodo en el que el país gozó de una bonanza económica gracias a los altos precios del gas natural. Sin embargo, esa prosperidad no se tradujo en una mejora sustancial de las condiciones laborales para la mayoría de los bolivianos.

El especialista, Julio Linares, sostiene que esta creciente informalidad es consecuencia directa de un modelo económico centrado en el “capitalismo de Estado” impulsado por el Movimiento al Socialismo (MAS) durante los últimos 19 años. En lugar de fomentar la iniciativa privada, explica, se apostó por crear industrias estatales que —según él— no solo han fracasado en su objetivo productivo, sino que también han generado una competencia desleal para los pequeños emprendedores.

“El Estado ha invertido en fábricas que producen lo que ya hacen mejor los privados, como paracetamol o papas fritas, en lugar de impulsar al emprendedor local con financiamiento, formación y facilidades tributarias. Se ha convertido en un empleador más, pero no en un facilitador del desarrollo productivo”, dijo Linares.

Actualmente, casi la mitad de los trabajadores formales se encuentra en el aparato estatal. El sector privado, en cambio, sigue siendo pequeño y debilitado, con poca inversión nacional y prácticamente nula inversión extranjera. “Hay inseguridad jurídica y un clima hostil para el emprendimiento. Hacer empresa en Bolivia es solo para héroes”, afirma.

Cifras de la realidad

En el año 2005, justo antes del ascenso del MAS, un 62,4% de los trabajadores seguía en la informalidad, apenas una leve mejora respecto a 1995 (65,3%). Ese año, el análisis por categoría ocupacional expone que entre asalariados y empleados, el empleo formal representa más del 30% en todos los años —alcanzando el 35,8% en 2005—, en el caso de los trabajadores independientes predomina abrumadoramente la informalidad.

No son los únicos en mano para analizar. Bolivia se posiciona como el país con mayor porcentaje de empleo informal en América Latina y el Caribe, con un preocupante 84,9%, de acuerdo con un reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y analizados por el Centro de Estudios Populi.

El estudio muestra que Bolivia supera ampliamente al promedio regional, seguida por Honduras (82,6%) y Nicaragua (81,8%).

En contraste, Uruguay (22,1%) y Chile (27,4%) registran los niveles más bajos de informalidad laboral, lo que sugiere sistemas laborales más institucionalizados.

Otros países con cifras intermedias incluyen a Argentina (51,2%), México (56,0%) y Colombia (55,9%), mostrando que incluso economías grandes y medianas enfrentan retos considerables para formalizar el empleo.

“En el Doing Business Report del Banco Mundial (2020), se señala que para abrir un negocio en Bolivia se pueden tardar más de 40 días y se deben realizar alrededor de 14 trámites”, reseña Populi.

“Ser formal en Bolivia es un lujo”

Detrás de estos números existen negocios informales que proliferan en cada rincón del país. Vendedores ambulantes, microempresas sin registro y emprendimientos que evaden impuestos son parte de una economía que, lejos de regularse, parece institucionalizarse.

¿Qué hay detrás de este fenómeno? René Salomón, director de la Fundación Trabajo Empresa, lo explica con crudeza: “Ser formal en Bolivia es muy complejo. El sistema desincentiva”.

Añade que el incremento de la informalidad es una causa estructural: “Hay demasiadas trabas burocráticas, fiscales y técnicas para formalizar un emprendimiento”.

Desde la Fundación, que trabaja en la formación de emprendedores, Salomón relata con experiencia propia cómo muchos proyectos se estancan cuando llegan al punto de formalización.

“Nosotros promovemos que los emprendedores formalicen sus negocios, pero muchos desisten porque temen al pago de impuestos, a la carga laboral, y a los múltiples requisitos legales y municipales que se exigen”, dijo.

El caso de las empresas unipersonales es un buen ejemplo: muchas se registran solo para cumplir con el mínimo legal, pero operan a una escala mucho mayor de lo declarado. “Ahí entra el régimen simplificado, que permite evadir responsabilidades sin mayores consecuencias”, advierte.

Y que para formalizar una empresa en Bolivia, se debe pasar por un laberinto administrativo que implica registro de propiedad intelectual, inscripción en impuestos nacionales, licencias municipales, fichas ambientales, cumplimiento de normas sanitarias y más.

Salomón recuerda el caso de una emprendedora que producía champús artesanales en Guarayos: “Tuvo que montar un laboratorio completo, con área limpia, duchas, manejo químico, y aún así, para sacar un nuevo tipo de champú, tenía que repetir casi todo el proceso”.

Las exigencias, dice, terminan desincentivando el espíritu emprendedor. “Imaginate invertir todo en infraestructura para producir a pequeña escala, y que después te obliguen a cumplir normas pensadas para grandes industrias. Eso no tiene sentido”.

Otro de los factores que alimenta la informalidad es el contrabando. Bolivia comparte fronteras extensas y poco controladas con cinco países.

“Hay una competencia desleal permanente. Cuando el precio de un producto es favorable, entra o sale por las fronteras sin control. ¿Quién va a querer ser exportador formal en esas condiciones?”, dijo.

La falta de control y la informalidad en el consumo también refuerzan este ciclo.

“En los mercados comprás lo que sea, nacional o importado, sin factura. La informalidad está normalizada”, afirma.
Para el experto, el problema no se resuelve con buena voluntad de los emprendedores. Se necesita una política de Estado coordinada entre municipios, gobernaciones e instituciones nacionales.

“Hay países donde el proceso de formalización se hace con una sola ficha digital. Aquí, cada trámite es un obstáculo”, agrega.

Entre las soluciones mínimas que propone están la simplificación de trámites, la digitalización del proceso y una diferenciación normativa según el tamaño y la naturaleza del emprendimiento. “No podés exigirle lo mismo a una señora que hace jabones en el campo que a una empresa farmacéutica”, afirma.

El desafío es claro: si no se crean incentivos reales para la formalización, Bolivia seguirá siendo una de las economías más informales del continente. “El sistema no está diseñado para promover la legalidad. Más bien, empuja a la gente hacia la informalidad”, concluye.

“Formalizar te asfixia”

Tommy Wende es un emprendedor con experiencia en franquicias internacionales, un perfil que en muchos países sería sinónimo de éxito sostenido. Sin embargo, en Bolivia, donde la formalidad se enfrenta a una maraña de regulaciones, impuestos y fiscalización poco técnica, su camino ha estado marcado por la frustración, el cierre de negocios y la necesidad constante de reinventarse.

Hasta hace poco, estaba al frente de La Chapu, una cadena de comida con un modelo atractivo: precios únicos para todos los productos, desde hamburguesas hasta mariscos y whisky. Pero ese mismo modelo fue víctima de su sensibilidad a las subidas de precios. “Los proveedores me suben cada 15 días. No podía decir: ‘hoy todo a 15, y en dos semanas todo a 18’. No hay escala que aguante eso”, explica.

La Chapu cerró. No solo por el incremento de costos, sino por una suma de factores: una economía golpeada que ha reducido el consumo, un alquiler a punto de subir y una decisión desde México —sede de la franquicia— de suspender operaciones internacionales. Pero para el empresario, el mayor obstáculo ha sido otro: el exceso de regulaciones y presión sobre los negocios formales.

“En lugar de ayudar al emprendedor formal, el sistema lo castiga. Impuestos llega y se sienta en tu caja a revisar tus ventas. No es ético. Eso te orilla a la informalidad”, señala.

El relato no es aislado. Según Wende, la rigidez del régimen tributario hace inviable para muchos seguir operando de manera legal.

“Antes el IUE (Impuesto sobre las Utilidades de las Empresas) se podía pagar con cierta flexibilidad. Ahora si no lo pagás al cierre de gestión, perdés beneficios. Además, no podés descargar facturas por gasolina, ni por comida, ni por entretenimiento. ¿Cómo pretende el sistema que una persona no tenga más gastos que los del rubro donde trabaja?”, cuestiona.

Como resultado, muchos optan por operar en negro.

“Mirá lo que pasa en El Alto, en la Villa, en el Plan: galpones llenos de mercadería pero una tiendita fachada, con régimen simplificado. Y nadie los toca. Es más fácil no ser formal”, afirma.

Una nueva apuesta

Aun con ese panorama, Wende no se da por vencido. “No somos resilientes, somos necios”, dice entre risas. A fin de mes abrirá una nueva franquicia, también mexicana, en el mismo local del centro donde operaba La Chapu.

Tiene además un restaurante y una franquicia de helados en Santa Cruz.

El aprendizaje queda. “Gracias a La Chapu entendí cómo manejar una franquicia internacional, aprendí sobre procesos y cómo operar un negocio a distancia. Lo único malo fue que no duró más”, reflexiona.

La historia de Tommy Wende ilustra un dilema profundo en Bolivia: el país necesita más emprendimientos formales para recaudar, crecer y proteger derechos. Pero paradójicamente, es el propio sistema el que los expulsa. “Si fuera más simple formalizarse, si se nos dejara respirar, muchos pagaríamos impuestos calladitos”, concluye.
Para este reporte se consultó al Ministerio de Economía y Finanzas, pero hasta el cierre de edición desde esta cartera de Estado no contestaron a EL DEBER.

Por ahora, mientras el Estado endurece el corsé, los emprendedores siguen buscándole el aire por donde pueden.

Fuente: El Deber