El ataque en las campañas


Sobre el ataque en política, lo instintivo es morder. Lo racional es analizar la situación y atacar cuando se sabe exactamente a quién, cuándo, cómo y para qué. Y tener claras las metas del ataque. Lo primitivo es improvisar y actuar a partir de intuiciones y otros impulsos irracionales. No faltan los que se dedican a las campañas sucias acusando al adversario de todo lo imaginable, sin investigar si eso es interesante o si provoca una reacción favorable en la mayoría de la población. La gente desconfía de personas que trabajaron juntas muchos años, y que de pronto, se atacan violentamente. No comprende fácilmente por qué el acusador colaboró tanto tiempo con el denunciado si sabía que era tan malo. Los casos de Rodríguez Larreta y el triunfo de Macri en 2007 en la Ciudad.

110525_politico_gonzalotemes_get_g
  Gonzalo Temes

 

Jaime Duran Barba



La mayoría de las campañas en el continente carecen de estrategia. Cuando un candidato hace política guiado por su intuición y su adversario usa herramientas modernas, los resultados suelen ser desconcertantes. A los seres humanos nos gusta crear mitos, y nos sentimos más seguros con explicaciones mágicas y lineales de la vida. Algunos explican el resultado de una elección diciendo que a un asesor o al candidato se les ocurrió algo genial, o que pasó algo que tuvo tanta importancia, que lo cambió todo. Las elecciones no se ganan por un hecho, una anécdota, un eslógan, un color, un letrero o una cancioncita. Esto significaría que los electores son simplones que cuando van a las urnas se olvidan de todos sus problemas, sus ilusiones y sus resentimientos, para votar por un candidato que usa carteles amarillos o porque comparte los miedos y problemas micológicos de los líderes.

Se gana gracias a la capacidad y el tesón de un candidato que a lo largo de la campaña construye una imagen coherente, comunica un mensaje, y contagió una ilusión. Todas esas acciones se potencian y se refuerzan cuando se realizan dentro de un plan estratégico bien hecho. En cuanto al ataque en política, lo instintivo es morder. Lo racional es analizar la situación y atacar cuando se sabe exactamente a quién, cuándo, cómo y para qué. Lo racional es tener claras las metas del ataque. Lo primitivo es improvisar y actuar a partir de intuiciones y otros impulsos irracionales.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

Cuando en un equipo político hay consultores preparados, es errado creer que hacen lo que hacen porque están locos o se equivocan. Sobre todo si los resultados son buenos, hay que analizar racionalmente lo que hacen, porque hasta las equivocaciones pueden estar planificadas. En una campaña anticuada, el candidato ataca porque debe atacar y se defiende porque es atacado. Cuando una campaña se conduce así, el comando se reúne diariamente, dedica su tiempo a discutir las agresiones de los otros candidatos, las analiza, elucubra sobre sus intenciones. Se dedican a discutir resúmenes de prensa, analizar informes acerca de lo que dijo un periodista acerca del candidato, o platicar acerca de los insultos que provienen de cualquier personaje al que odian o que les parece importante. No se preocupan de lo único importante: lo que sienten los electores.

No faltan los que se dedican a las campañas sucias, ahora que iInternet permite hacer cualquier cosa, acusando al adversario de todo lo imaginable, sin investigar si eso es interesante o si provoca una reacción favorable en la mayoría de la población. En las elecciones ecuatorianas de hace pocas semanas, vimos la campaña sucia más descomunal de las que presenciamos en cincuenta años de profesión. Decenas de expertos atacaron a Noboa, a su familia, a sus hijos, inventaron cualquier calumnia. Sacaron en la segunda vuelta menos votos que en la primera.

Hemos medido el tiempo que dedican las campañas a producir basura, comparándolo con el dedicado a solucionar los problemas de la gente. El resultado es dramático. Son pocas las campañas que dedican más de un 10% del tiempo a pensar en los electores, en sus angustias y alegrías. Casi todas encargan a un equipo de segunda línea el estudio de esos temas “superficiales”. Los importantes, se dedican a la “política seria”, a insultar en nombre de alguna teoría. Si se triplica el tiempo dedicado a comprender los problemas de la gente, las posibilidades de ganar las elecciones también se multiplicarían por tres. La mala estrategia es reactiva, se diseña pensando en el adversario. La estrategia profesional se diseña a partir de lo que siente la gente.

El complemento lógico de una campaña que ataca por atacar, es un candidato que se defiende porque lo atacan. Hemos discutido con varios candidatos importantes que nos han dicho “yo respondo esto, aunque pierda las elecciones. Mi honor está antes que el triunfo”. Ese es el adversario ideal para derrotar. Responde, pierde las elecciones y con ellas el honor, porque solo los derrotados tienen que explicar lo que hicieron. El candidato temperamental es fácil de derrotar, porque se dedica a discutir con pasión cosas personales y encuestas, que no mueven un voto.

Normalmente argumentan que “si no respondemos estamos aceptando que la acusación es cierta”, los parientes del candidato y su entorno creen que “todo el mundo” está hablando sobre el tema porque conversan entre ellos, con otra gente politizada, y suponen que ese es el mundo. Se mueven en la porción de electores que no nos interesa a los técnicos, porque está totalmente decidido.

De tiempo en tiempo a los políticos les da por la axiología. Se convierten en jueces y predicadores de valores. Resuelven que “es bueno que la gente sepa” que su adversario es malo, que el gobierno anterior fue un desastre. Se dedican a hurgar en los albañales, en lugar de meterse en el corazón de los electores.

Mientras más atrasada es una sociedad, pesa más el machismo. Se cree que hay que atacar o responder a un ataque para no quedar como cobarde, para demostrar que no se le tiene miedo al adversario. Se convierte a las candidatas en tropas de asalto, dejando de lado lo que es su mayor fuerza: ser femeninas. Se suele creer que serán obedientes a líderes autoritarios y eso nunca funciona: las mujeres tienen personalidad y conducen sus proyectos, más allá de las órdenes de los machos alfa.

Un presidente debe articular el discurso y las acciones de los miembros de su gobierno, que deben jugar distintos papeles en el equipo. Unos serán los “buenos”, no atacarán nunca o solo lo harán por excepción. Otros serán los “malos” que, cuando sea necesario, atacarán más allá de lo debido. El Presidente y sus colaboradores deben trabajar formando parte de un equipo perfectamente sincronizado, para obtener los objetivos señalados por su estrategia de comunicación.

Cuando el presidente tiene poca personalidad, o cuando a pesar de su liderazgo hay ministros o colaboradores que tienen su propia agenda y buscan objetivos que no son los del mandatario, se pueden presentar serios problemas. Es bueno repasar a Maquiavelo cuando habla del príncipe que quiere tomar un castillo con tropas ajenas. A veces, se van con el castillo y no los dejan entrar más.

Cuando un político desconocido aparece atacando a una persona con prestigio, es posible que mucha gente se entere de su existencia, pero para mal. En esto, la experiencia dice que los grandes fiscales que denuncian todo lo imaginable, suelen tener poco éxito. Conocemos bastantes casos de políticos que se han pasado la vida hablando de la corrupción de los gobiernos, atacando a cuanto adversario salió a su paso, y que al final han terminado siendo muy conocidos y también detestados.

Las disputas internas con muy dañinas. Si un dirigente afirma que algunas personas de su entorno inmediato han sido deshonestas, o inútiles, la gente lo va a asociar también con esas características negativas. Cuando el PRO ataca a Rodriguez Larreta por su trabajo en la Ciudad, se pega un tiro en el pie. Todos saben que los 16 años de éxitos en el Gobierno de la Ciudad, lo tuvieron como actor principal. Fue un protagonista importante de ese éxito, más que la candidata elegida por Macri en el partido, Patricia Bullrich.

Técnicamente no es bueno atacar a dirigentes importantes que, en la mente de los electores, se identifican mucho con un líder. Por lo demás el enfrentamiento con alguien que ha sido muy cercano es peligroso. En la mayor parte de los asaltos exitosos participan personas que conocen la casa, las costumbres de sus dueños, los sitios en los que guardan sus valores. Algo semejante sucede en la política: quien le conoce mucho puede atacarlo mejor porque conoce sus reacciones, y puede tener información acerca de asuntos que, aunque no lo comprometan en algo inmoral, si salen a la luz pueden ser incómodos.

Tanto los antiguos aliados, como los parientes y amigos, cuentan con otro elemento que les hace peligrosos en el momento de un enfrentamiento: la gente cree lo que dicen, aunque los mismos dichos en boca de un adversario no parecerían ciertos.

La gente desconfía de personas que trabajaron juntos muchos años y que de pronto se atacan violentamente. No comprende fácilmente por qué el acusador colaboró tantos años con el denunciado si sabía que era tan malo.

Digamos finalmente que en muchos casos estos conflictos con parientes, personas cercanas, y antiguos aliados, huelen a deslealtad. Tenemos mal concepto del hijo que golpea a su padre, y es desagradable ver que algunos parientes cercanos se muelan a golpes. La gente común desprecia a los traidores, y este tipo de enfrentamiento termina siendo negativo, tanto para el atacante como para el atacado.

Hay otros elementos como la imagen, que se deben manejar técnicamente. Cuando Mauricio Macri ganó la Jefatura de Gobierno en 2007, la mayoría de sus colaboradores estaba segura de que eso era imposible y auspiciaban que sea candidato testimonial en contra de Cristina Kirchner. Mientras las cifras de Macri eran pobres, Cristina tenía una gran imagen en la Ciudad, que se ratificó cuando tuvo un triunfo abrumador para presidenta de la Nación. Algo semejante pasó con un candidato ecuatoriano, que derrotó al alcalde correísta, cuando tenía una buena imagen y Correa estaba con el 70% de popularidad en la ciudad. Las técnicas fueron muy semejantes. Ni Mauricio Rodas ni Macri atacaron a los presidentes respectivos, ni a los adversarios que los enfrentaban en la ciudad.

Técnicamente no se planifica una campaña pensando en el adversario, sino tratando de comprender a la gente. El mito instalado de que Macri perdió las elecciones de 2019 porque puso de adversaria a Cristina Kirchner, no tiene ningún fundamento. En 2007 había el mito, aceptado incluso por muchos de sus partidarios, de que Mauricio Macri no podría ganar nunca la segunda vuelta en la Ciudad de Buenos Aires. Su trabajo inteligente y sistemático despedazó esta premonición. Ganó con el 61% de los votos.