«Padre:
Para frenar la corrupción en Bolivia, necesitamos un Estado focalizado y una narrativa del bien común.
La corrupción en Bolivia no es simplemente un problema de conducta individual, sino una consecuencia estructural de cómo está organizado el poder público. Décadas de centralismo, intervencionismo y burocracia mal diseñada han creado un Estado que promete mucho, controla demasiado y cumple poco. Y en ese desorden, la corrupción florece.
Una y otra vez se ha intentado combatir la corrupción con más leyes, más instituciones, más planes, más y más y nada funciona. Mientras el Estado insista en abarcar todo, desde la gestión directa de empresas hasta el reparto de subsidios y la regulación minuciosa de la vida económica, seguirá abriendo puertas para el favoritismo, el soborno y el uso político de los recursos públicos.
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Lo que Bolivia necesita no es simplemente un Estado más pequeño, sino un Estado focalizado: uno que haga pocas cosas, pero que las haga bien. En lugar de dispersar su energía en miles de frentes, el Estado debe concentrarse en garantizar seguridad, justicia, infraestructura básica y una red de protección social ágil, transparente y centrada en quienes realmente la necesitan. Esta estrategia no significa abandonar responsabilidades, sino cumplirlas con eficacia, sin permitir que las instituciones públicas se conviertan en botines políticos.
Ahora bien, la corrupción no se erradica solo con reformas técnicas. Como bien advierte el historiador Yuval Noah Harari, las sociedades humanas funcionan sobre la base de narrativas compartidas: relatos que nos dicen quiénes somos, qué es lo justo y por qué debemos cooperar. Bolivia necesita una narrativa del bien común que reemplace la cultura del privilegio con una cultura de responsabilidad, integridad y respeto mutuo.
Esta narrativa debe reconocer el valor de la iniciativa individual, pero también el compromiso con la comunidad. Debe celebrar el trabajo honesto, exigir transparencia desde arriba hacia abajo, y reconstruir la confianza en que las instituciones están al servicio de todos, no solo de unos pocos. Solo así podrá generarse una ciudadanía activa que vigile, cuestione y se involucre, en lugar de resignarse a que “así siempre han sido las cosas”.
Parte fundamental de esta transformación es la descentralización real del poder. No se trata solo de distribuir funciones administrativas, sino de trasladar capacidad de decisión y recursos a los gobiernos locales, municipios y territorios indígenas. La corrupción se combate mejor cuando las decisiones se toman cerca de la gente, y cuando quienes gobiernan rinden cuentas directamente a sus comunidades.
Además, un sistema de justicia verdaderamente independiente es imprescindible. Sin jueces imparciales, sin procesos transparentes y sin consecuencias reales para los actos corruptos, cualquier reforma institucional se vuelve papel mojado. Pero esa justicia solo será sostenible si va acompañada de una ciudadanía que crea en ella, la defienda y la exija.
Bolivia no saldrá del círculo vicioso de la corrupción con promesas grandilocuentes ni con más oficinas estatales. Necesitamos un Estado focalizado, que actúe con precisión y eficiencia, y una narrativa del bien común que nos recuerde que vivir en una sociedad justa no es un privilegio, sino un derecho compartido. Solo así podremos construir instituciones que sirvan, liderazgos que respondan, y una democracia que merezca ese nombre. Una democracia que, como bien dice Harari, necesita de instituciones fuertes, fiables, necesita de periodistas, jueces, necesita de contrapesos al poder para evitar los autoritarismos y populismos.
Un beso,
Sofía».
*por Sofía Costas Velasco.
Fuente: https://ideastextuales.com