Maggy Talavera
No han nacido en 2024. No acaban de llegar a Bolivia. No son novatos en la política. Por el contrario, son bolivianos, cincuentones y sesentones, con al menos veinte años de paseo por los pasillos del poder, codeándose con los privilegiados gobernantes de turno. Todos, sin excepción, así lo reconocen al jactarse de sus experiencias en los asuntos públicos. Ninguno ha admitido ignorar cuál es el carácter de quienes llevan las riendas del país desde hace dos décadas, o cuál el riesgo de que éstos se eternicen en el poder.
La mayoría de ellos, sino todos, viene advirtiendo que las elecciones generales del 17 de agosto próximo son decisivas: o los bolivianos recuperamos los libertades perdidas, los espacios de participación democrática y las esperanzas en un futuro amoroso; o nos resignamos a sobrevivir bajo un régimen autoritario, violento y abusivo, sin ninguna otra salida que no sea la de los aeropuertos o la de las terminales de ómnibus, a la que cada vez más recurren familiares y amigos, como lo han lamentado Los 25 del 25.
Advertencias que, por lo demostrado hasta hoy, ni ellos mismos escuchan. Absortos en sí mismos, se niegan a ser coherentes y consecuentes con lo que pregonan. No reparan ni en las formas y asumen comportamientos que los acercan cada vez más al modelo que tanto critican: el aplicado por los jefazos del MAS en todas sus vertientes, sean evistas, arcistas y, muy probable y en breve, androniquistas. Lo han dejado en evidencia en pocos meses: manipulación, cooptación de adherentes, ataques verbales, y más.
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No hay que hacer esfuerzo alguno para saber de quienes trata este manifiesto. Aludo de manera directa a cada uno de los actores políticos que se dicen opositores al MAS y compañía, y que hablan de la urgencia de derrotarlo en las urnas, para salvar lo que resta de democracia. ¿Cómo creen que sea posible, con cada uno de ellos remando contra la corriente? Peor aun, gastando energías en una guerra entre semejantes, práctica que solo sirve para desencantar a casi dos tercios de los potenciales electores.
Una apuesta no solo errada, sino más bien imperdonable. Están equivocando la ruta, a sabiendas que están poniendo en juego no apenas sus pellejos. Y lo están haciendo con premeditación y alevosía, motivados por intereses personales y de grupos de poder (que están con un dedo del pie en cada frente), que están por encima de los de la gente a la que le piden votos. Que no se atrevan a decir luego, en un eventual y muy probable triunfo del MAS en cualquiera sus formas, que no sabían lo que hacían.
En veinte años de gobierno, el MAS ha dado muestras más que suficientes del monstruo que es en el manejo del poder. Ninguno de los que están ilusionados en desplazarlo puede alegar desconocimiento. Menos mostrarse sorprendido por el caos alimentado desde todos los frentes y que amenaza al proceso electoral. Ya se sabía, de antemano, que el partido de gobierno iba a recurrir a todas las artimañas posibles para controlar y asegurar su permanencia en el poder.
Pero aun estando contrarreloj, y a pesar de no albergar en lo personal esperanza alguna en una súbita toma de conciencia entre los opositores, habrá que apelar a lo que les queda de racionalidad (o de vergüenza, si acaso les resta algo), demandándoles sino la unidad mínima y verdadera, al menos una interpelación firme y directa al Tribunal Supremo Electoral para que actúe de acuerdo a ley, frenando la intromisión del Tribunal Constitucional Plurinacional, imprescindible para garantizar las elecciones de agosto.