Dos mil años después de su creación, «La Odisea» persiste como el gran relato del viaje humano. Mientras Christopher Nolan y Uberto Pasolini preparan nuevas adaptaciones cinematográficas, el mito de Odiseo vuelve a interpelar un mundo fragmentado por migraciones, exilios, promesas rotas y una profunda necesidad de sentido.
Fuente: Ideas Textuales
¿Por qué ahora? ¿Por qué una nueva adaptación de La Odisea en pleno 2025, dirigida por un cineasta como Christopher Nolan, conocido por explorar los pliegues del tiempo y la memoria? ¿Y por qué Uberto Pasolini, con su sensibilidad social y poética, opta por contar El Retorno, una historia íntima basada en el regreso de un soldado roto?
Como buen clásico, La Odisea nunca se agota. Porque, como mito, es también diagnóstico. En un planeta donde más de 110 millones de personas han sido desplazadas por guerras, crisis climáticas o pobreza, la figura de Odiseo resuena como nunca. El héroe griego que tarda dos décadas en regresar a casa no representa sólo una gesta antigua: es el arquetipo de nuestro tiempo.
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El viaje de Odiseo no es hacia adelante, sino de vuelta. Pero volver no es simplemente llegar al punto de partida. Es reconstruir lo perdido, sabiendo que nada será igual. En esa tensión entre lo conocido y lo transformado, el mito encuentra su fuerza.
Odiseo regresa disfrazado, puesto a prueba, obligado a demostrar su identidad. Su hogar, Ítaca, se ha llenado de extraños. Su hijo ya no es un niño. Su esposa duda. Volver implica, paradójicamente, empezar de nuevo. El filósofo Mircea Eliade llamó a esto el «eterno retorno»: el deseo humano de actualizar mitos para atravesar el caos. Volver, en esta clave, es un gesto espiritual, no geográfico.
Del mismo modo, los migrantes contemporáneos que retornan a sus países luego de años de exilio —forzado o voluntario— no encuentran el mismo lugar. El barrio cambió. La familia también. A veces, el idioma ya no es el mismo. Ítaca, entonces, no es sólo un sitio: es una promesa que tambalea.
La Odisea resurge hoy como una metáfora de la experiencia moderna del desarraigo. Christopher Nolan, quien ya abordó la relatividad del tiempo en Interstellar y la distorsión de la identidad en Memento, encuentra en el relato homérico una continuidad natural. Su Odiseo será, seguramente, menos épico que existencial. Un hombre atrapado entre líneas temporales, versiones de sí mismo y el peso de la pérdida.
Porr su parte, Uberto Pasolini propone en El Retorno una lectura íntima y devastadora. Inspirada en el caso real de un veterano de guerra que vuelve a casa con más preguntas que certezas, la cinta despoja al regreso de su heroísmo. Aquí, el retorno no salva. Apenas consuela. Es una rendición digna.
Estas aproximaciones hablan de nuestro tiempo. Un mundo donde los desplazamientos ya no se viven como aventura, sino como herida. Donde la búsqueda de hogar es más simbólica que geográfica. Donde volver, a veces, es imposible.
En América Latina, las Odiseas abundan. No están escritas en hexámetros, sino en formularios de migración, remesas enviadas desde el norte, niños que crecen sin padres que cruzaron la frontera. Hay Odiseos haitianos varados en la selva del Darién. Venezolanos caminando hacia el sur. Bolivianos que atraviesan Brasil para encontrar en São Paulo una Ítaca precaria.
Las cifras son abrumadoras. Según OIM, América Latina ha sido en la última década escenario de una de las mayores crisis migratorias del siglo XXI. Pero más allá de los números, hay mitos en juego. La idea del regreso redentor, la nostalgia por una patria perdida, el esfuerzo por reconstruir una identidad en tierra ajena.
En este contexto, la Odisea se vuelve herramienta de lectura. ¿Qué significa hoy regresar? ¿A qué se vuelve? ¿Quién espera del otro lado?
No hay retorno sin transformación. El Odiseo que llega no es el mismo que partió. Ha perdido, ha amado, ha sobrevivido. El viaje lo ha quebrado y, al mismo tiempo, lo ha hecho humano. En tiempos de incertidumbre, el eterno retorno no es una repetición ciega, sino una relectura de lo que fuimos para poder seguir siendo.
Quizás por eso vuelve el mito. Porque necesitamos contarnos una historia que nos recuerde que se puede resistir. Que aún heridos, aún errantes, podemos aspirar a una Ítaca, aunque no sea la misma. Aunque ahora esté dentro nuestro.
Y si algo nos enseñan Nolan y Pasolini, es que el cine también puede ser ese espejo. Que contar la Odisea en 2025 es reconocer que el viaje no terminó. Que seguimos buscando. Que, al final del día, todos, de una forma u otra, somos Odiseo.
Por Mauricio Jaime Goio.
Fuente: Ideas Textuales