Diplomacia a la deriva


Una nota de Erika Segales en El Deber del lunes pasado, con comentarios de colegas diplomáticos más jóvenes, con quienes trabajé en la Cancillería, ha hecho que mi visión, puesta en los bloqueos salvajes y las matanzas de policías ordenadas por Evo Morales, quedaran a un lado de momento y se fijara en un tema fundamental, que, ciertamente, ha estado descuidado por los actuales candidatos a la presidencia de la República: se trata de la destruida diplomacia nacional.

En vista de una Academia Diplomática venida a menos (si aún existe) en el Ministerio manda la Ley 465, que, simplemente, da cabida a “personal de confianza y de libre nombramiento”. Con eso está claramente establecido que quienes se convierten en diplomáticos y ocupan los cargos importantes dentro y fuera del país, son, por encima de la Ley del Servicio Exterior, los miembros del MAS, seguramente que ahora todos asustados tratando de zafarse de Evo Morales.



Pues bien, la diplomacia boliviana no puede estar mejor que su gobierno. No existe nación que tenga una política exterior mejor que su administración interna, es su fiel reflejo, debido a que eso lo define el jefe de Estado y lo ejecuta la Cancillería con sus recursos humanos. Con el desastre de gobierno que tenemos, su diplomacia tiene que ser anodina y turbia, como la es desde los oscuros años de Choquehuanca y sus sucesores.

Cuando ingresé al Servicio en 1966 durante el gobierno del general Barrientos, era Vicecanciller (subsecretario) Walter Montenegro, gran periodista y escritor. Y fueron cancilleres, durante mis primeros dos años, Alberto Crespo Gutiérrez, Tomás Guillermo Elío y Walter Guevara Arce, que, seguramente, sabían más de la materia que los diplomáticos pachamamistas, cuya principal función fue defender las propiedades de la coca, fracasar estrepitosamente en La Haya, y liarse con Castro, Chávez, Ortega y Correa para conformar el mamarracho del ALBA y la CELAC.

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Aunque los jóvenes no deben conocer a quienes estaban en funciones en la Cancillería entonces (ni hablar de los actuales funcionarios), acababan de ser designados embajadores en Londres y Roma, Roberto Querejazu Calvo y Enrique Kempff Mercado. A mí me correspondió trabajar con don Alfredo Flores, Oscar Cerruto, Raúl Bothello Gozálvez, Alberto Zelada Castedo, Juan Siles Guevara, Moisés Fuentes Ibáñez, Roberto Pacheco Hertzog y Jorge Escobari, miembro del Consejo Consultivo. No menciono a los de mi generación, que brillaron mucho, pero que la política los truncó.

Era una Cancillería digna en su pobreza. Conformada por gente idónea y patriota. Donde nadie se incorporaba por ser “personal de confianza”, como esos diplomáticos folclóricos que nos ha legado el MAS. Donde no existían los acuerdos sin ratificación legislativa bajo la figura de “tratados abreviados”, lo que significa burlar el control parlamentario. Donde se practicaba el afecto por las naciones vecinas y de todo el orbe. Cuando sabíamos que Bolivia tenía su lugar y no pretendía lucirse con mentecateces cósmicas que producen risa en los organismos multinacionales.

Es de esperar, que, con el nuevo gobierno que viene, se acabe todo lo anterior y se vuelva a profesionalizar la carrera con una nueva Ley del Servicio Exterior, que reponga un escalafón limpio, y que, por fin, se tienda a buscar la cooperación internacional, la atracción de inversiones, tan necesarias en estos momentos y tan negadas por este gobierno. Que se normalice las relaciones con EE.UU., que se dejen las veleidades de amistad con ese régimen de medio siglo de terror que es la teocracia iraní, y, por estos lados, que se vea con lupa los beneficios que podremos recibir en el MERCOSUR o si vamos a salir esquilmados.